jueves, 11 de julio de 2019

La Segunda República Española (6) 7 de 8


Stanley G. Payne describe en esta nueva entrega la trayectoria socialista en los primeros años de la II República española. Payne cita a Largo Caballero en una de sus típicas frases cargadas de cinismo: gracias al socialismo, la revolución violenta «no echará nunca las raíces en España». Y añade el hispanista, no literalmente pero sí dentro del contento de los discursos iniciales de Largo Caballero, que será así porque la nueva izquierda se encuentra libre de corrupción al no haber gobernado nunca, por lo que jamás practicará esa «vieja política» de los reaccionarios, que es la causa de la violencia.


Los socialistas (7)
Tratados siempre con indulgencia por el gobierno español, los socialistas habían seguido, en la mayoría de las ocasiones, políticas más moderadas, participando en las elecciones y construyendo poco a poco una base sindical. Los profundos cambios estructurales que tuvieron lugar en los años veinte y la llegada de la democracia permitieron que el sindicato socialista, la UGT, se extendiera como movimiento de masas y alcanzara, hacia 1932, más de un millón de afiliados. La Segunda República ofreció a los socialistas su primera oportunidad de tomar parte en un gobierno (algo que todavía no habían conseguido los socialistas franceses), la cual aceptaron sin haber resuelto por completo la dicotomía entre reformismo y revolucionismo en su doctrina. La tendencia dominante era adoptar la postura de que la República produciría cambios decisivos, abriendo paso, pacíficamente, a un sistema socialista que se alcanzaría sin violencia revolucionaria. Al comienzo del nuevo régimen, el dirigente de UGT Francisco Largo Caballero declaraba que, gracias a ello, la revolución violenta «no echaría nunca las raíces en España». Igualmente, los socialistas contemplaban los cambios en España dentro de un contexto más amplio, como una nueva marea de democracia y progresismo que haría retroceder la tendencia hacia el fascismo iniciada por Mussolini en la década anterior.

Con la excepción de los principales moderados, Alcalá Zamora y Lerroux, los nuevos líderes republicanos poseían una escasa experiencia política práctica y marcaron una brusca ruptura con las antiguas élites del sistema parlamentario precedente. Desde su punto de vista, esto suponía una ventaja pues los libraba de la corrupción de las «viejas políticas», pero su inexperiencia y su aproximación doctrinaria, combinadas con su mala interpretación del sentimiento nacional en general, les privaron del contacto con amplios sectores de las clases medias, moderados y conservadores.

De hecho, esa extensa alianza perduró menos de un año. A finales de 1931, aprobada la nueva Constitución y con el ascenso de Alcalá Zamora a la presidencia, los radicales exigieron que los socialistas abandonaran el Gobierno para que éste quedara en manos de una coalición exclusivamente republicana, lo que resultaba perfectamente factible en términos de mayoría parlamentaria. Los radicales argumentaban que la continuada participación de los socialistas era una contradicción dado que tanto los partidos republicanos como la Constitución se basaban en la propiedad privada. Así la amplia alianza se censuró por antinatural y por desviar la política española hacia la izquierda. Esta valoración sobreestimó la moderación de la izquierda.

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