Stanley G. Payne
describe con bastante acierto lo que pretendían unos partidos políticos,
considerados por ellos mismo como los únicos republicanos, y qué grado de libertad y derechos
civiles aspiraban a conservar. Asimismo anota ciertos datos sobre el partido de
Azaña, que otorgaba preeminencia a la revolución cultural del republicanismo, “lo
que requería la creación de un fuerte estado moderno separado por completo de
la religión, una serie de cambios y reformas institucionales y la construcción
de un sistema educativo moderno y secular al que la educación católica quedaría
subordinada en su totalidad”.
Los
miembros de la coalición republicana
La coalición
republicana se apoyaba en una triple alianza: la izquierda republicana (también
denominada izquierda burguesa), el centroderecha republicano y los socialistas;
su cooperación inicial enmascaraba el hecho de que cada sector concebía el
proyecto republicano en términos muy diferentes. El centroderecha estaba
encabezado por antiguos monárquicos, como los católicos Niceto Alcalá Zamora y
Miguel Maura —cada uno de ellos lideraba nuevos partidos muy pequeños—, y,
mayoritariamente, por el Partido Radical de Alejandro Lerroux que había
evolucionado desde su anterior extremismo a la moderación centrista. El centroderecha
abogaba por el desarrollo de la democracia liberal (las leyes y costumbres del
constitucionalismo parlamentario) con limitadas reformas sociales e
institucionales. Para ellos, la esencia del sistema estaría constituida
simplemente por los derechos civiles y las reglas constitucionales del juego
limpio democrático.
Sin embargo, el
soporte de la coalición lo formaban los partidos de la izquierda republicana
quienes, más que el Partido Radical, defendían un republicanismo radical y el
resurgimiento de la tradición exaltada. Su concepto del proyecto republicano se
basaba en la revolución cultural del siglo XIX, así como en cierto número de
reformas sociales. Esta última preocupación estaba en principio representada
por la izquierda republicana, especialmente por el nuevo Partido Radical
Socialista (PRS), cuyo nombre derivaba, como era costumbre, de la nomenclatura
francesa, pero que quedaría condenado a una breve vida debido a sus
contradicciones internas, siendo mucho menos socialista de lo que su
denominación indicaba.
El sector más
sustancial de la izquierda republicana era Acción Republicana, liderado por el
funcionario y escritor Manuel Azaña. También este grupo reconocía la necesidad
de una reforma social pero otorgaba preeminencia a la revolución cultural del
republicanismo, que requería la creación de un fuerte estado moderno separado
por completo de la religión, una serie de cambios y reformas institucionales y
la construcción de un sistema educativo moderno y secular al que la educación
católica quedaría subordinada en su totalidad. Según Azaña, el fracaso del
liberalismo español decimonónico residía en su moderación; y el consentimiento
a pactar y colaborar con fuerzas no republicanas había constituido la debilidad
de las dos anteriores generaciones de republicanos. En discursos de 1930 y
1931, Azaña proclamaba su intransigencia republicana, describiendo su postura
como «radical» y «sectaria». Así, desde la óptica de la izquierda, la república
democrática no pretendía ser una democracia tolerante, con igualdad de derechos
para todos, sino un proyecto de reforma radical que debía disfrutar de una
total hegemonía sobre la vida española. En palabras de Nigel Townson, su
objetivo no era alcanzar un «marco consensuado» para toda la sociedad española,
sino, más bien, «dotar de esencia a los ideales seculares y modernizantes»,
que, como observó Macarro Vera, «no fue identificada primordialmente con la
democracia, sino con la reforma social, económica o política».
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