viernes, 5 de julio de 2019

La Segunda República Española (6) 5 de 8


Stanley G. Payne describe con bastante acierto lo que pretendían unos partidos políticos, considerados por ellos mismo como los únicos republicanos, y qué grado de libertad y derechos civiles aspiraban a conservar. Asimismo anota ciertos datos sobre el partido de Azaña, que otorgaba preeminencia a la revolución cultural del republicanismo, “lo que requería la creación de un fuerte estado moderno separado por completo de la religión, una serie de cambios y reformas institucionales y la construcción de un sistema educativo moderno y secular al que la educación católica quedaría subordinada en su totalidad”.

Los miembros de la coalición republicana
La coalición republicana se apoyaba en una triple alianza: la izquierda republicana (también denominada izquierda burguesa), el centroderecha republicano y los socialistas; su cooperación inicial enmascaraba el hecho de que cada sector concebía el proyecto republicano en términos muy diferentes. El centroderecha estaba encabezado por antiguos monárquicos, como los católicos Niceto Alcalá Zamora y Miguel Maura —cada uno de ellos lideraba nuevos partidos muy pequeños—, y, mayoritariamente, por el Partido Radical de Alejandro Lerroux que había evolucionado desde su anterior extremismo a la moderación centrista. El centroderecha abogaba por el desarrollo de la democracia liberal (las leyes y costumbres del constitucionalismo parlamentario) con limitadas reformas sociales e institucionales. Para ellos, la esencia del sistema estaría constituida simplemente por los derechos civiles y las reglas constitucionales del juego limpio democrático.

Sin embargo, el soporte de la coalición lo formaban los partidos de la izquierda republicana quienes, más que el Partido Radical, defendían un republicanismo radical y el resurgimiento de la tradición exaltada. Su concepto del proyecto republicano se basaba en la revolución cultural del siglo XIX, así como en cierto número de reformas sociales. Esta última preocupación estaba en principio representada por la izquierda republicana, especialmente por el nuevo Partido Radical Socialista (PRS), cuyo nombre derivaba, como era costumbre, de la nomenclatura francesa, pero que quedaría condenado a una breve vida debido a sus contradicciones internas, siendo mucho menos socialista de lo que su denominación indicaba.

El sector más sustancial de la izquierda republicana era Acción Republicana, liderado por el funcionario y escritor Manuel Azaña. También este grupo reconocía la necesidad de una reforma social pero otorgaba preeminencia a la revolución cultural del republicanismo, que requería la creación de un fuerte estado moderno separado por completo de la religión, una serie de cambios y reformas institucionales y la construcción de un sistema educativo moderno y secular al que la educación católica quedaría subordinada en su totalidad. Según Azaña, el fracaso del liberalismo español decimonónico residía en su moderación; y el consentimiento a pactar y colaborar con fuerzas no republicanas había constituido la debilidad de las dos anteriores generaciones de republicanos. En discursos de 1930 y 1931, Azaña proclamaba su intransigencia republicana, describiendo su postura como «radical» y «sectaria». Así, desde la óptica de la izquierda, la república democrática no pretendía ser una democracia tolerante, con igualdad de derechos para todos, sino un proyecto de reforma radical que debía disfrutar de una total hegemonía sobre la vida española. En palabras de Nigel Townson, su objetivo no era alcanzar un «marco consensuado» para toda la sociedad española, sino, más bien, «dotar de esencia a los ideales seculares y modernizantes», que, como observó Macarro Vera, «no fue identificada primordialmente con la democracia, sino con la reforma social, económica o política».

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