Stanley G. Payne comenta en esta ocasión el
nuevo modelo político que representaban las izquierdas y del que tanto
presumían, además de alardear, por supuesto erróneamente, de haber dejado a la
España católica y monárquica reducida a una condición minoritaria. Por otra
parte, en media Europa comenzaban a surgir movimientos totalitarios, como ese
comunismo muy consolidado ya en la Rusia soviética, el fascismo italiano en fulgurante ascenso o un nazismo alemán que no tardó en alcanzar su plenitud. Pues bien, por asombroso que ahora nos parezca, los izquierdistas republicanos se
consideraban a salvo de toda influencia fascista.
Corrientes
políticas radicalizándose en toda Europa
El período
general europeo de democratización de posguerra ya había concluido y, en 1931,
tanto en la Europa central desarrollada como en las zonas subdesarrolladas del este
y sur, las corrientes políticas avanzaban vigorosamente en la dirección de la
radicalización y el autoritarismo, no hacia la democratización. Una vez más,
como en el siglo precedente, las fuerzas políticas españolas pretendían
desempeñar un papel único al augurar una nueva fase de progresismo. Los líderes
republicanos eran conscientes de este papel y algunos de ellos declaraban que
la democratización de España iniciaría una nueva tendencia que haría retroceder
el fascismo en todo el continente. Sin embargo, más de un siglo antes, los
progresistas españoles habían fracasado, siendo mayor su fracaso en la década
de 1814-1823, debido no sólo a la falta de preparación de la sociedad española,
sino también al clima internacional hostil.
En 1931 España
ocupaba, en palabras de Michael Mann, una peligrosa «zona fronteriza» en la que
sus nuevas instituciones políticas intentaban aproximarse a aquéllas de la
Europa avanzada del norte, pero en la que, pese a su rápido y reciente
progreso, su sociedad y su cultura todavía no habían alcanzado niveles
equivalentes a los de los países septentrionales. El desarrollo acelerado había
contribuido a hacer posibles los avances de 1931, pero subsistía el peligro de
haber tendido una trampa al desarrollo al estimular importantes exigencias
nuevas sin haber puesto todavía los medios para satisfacerlas.
Aunque la
coalición republicana afirmaba representar un nuevo modelo político, en
diciembre de 1930 había intentado primeramente derrocar a la monarquía mediante
un pronunciamiento militar al viejo estilo que había fracasado por completo y,
en abril de 1931, alcanzó el poder de forma incruenta aunque los monárquicos
obtuvieron la mayoría en las elecciones municipales, ya que éstos rehusaron
tomar parte en un conflicto civil. De este modo, la República se instauró a
través de un cierto pacto político. Pese a la actitud abnegada y patriótica de
la Corona y los políticos monárquicos, la nueva coalición inició una política
de venganza hacia la Corona y los ministros de la depuesta dictadura mediante
una serie de persecuciones políticas que no servían a propósito constructivo
alguno y que eran hipócritas, dada la participación de los socialistas en
algunas de las instituciones de la dictadura. La nueva coalición adoptó la
actitud, que demostró ser por completo errónea, de que la opinión pública
católica y conservadora había quedado reducida a una condición totalmente
minoritaria y ya no era preciso tenerla en cuenta en la ecuación política.
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