miércoles, 3 de julio de 2019

La Segunda República Española (6) 4 de 8


Stanley G. Payne comenta en esta ocasión el nuevo modelo político que representaban las izquierdas y del que tanto presumían, además de alardear, por supuesto erróneamente, de haber dejado a la España católica y monárquica reducida a una condición minoritaria. Por otra parte, en media Europa comenzaban a surgir movimientos totalitarios, como ese comunismo muy consolidado ya en la Rusia soviética, el fascismo italiano en fulgurante ascenso o un nazismo alemán que no tardó en alcanzar su plenitud. Pues bien, por asombroso que ahora nos parezca, los izquierdistas republicanos se consideraban a salvo de toda influencia fascista.


Corrientes políticas radicalizándose en toda Europa

El período general europeo de democratización de posguerra ya había concluido y, en 1931, tanto en la Europa central desarrollada como en las zonas subdesarrolladas del este y sur, las corrientes políticas avanzaban vigorosamente en la dirección de la radicalización y el autoritarismo, no hacia la democratización. Una vez más, como en el siglo precedente, las fuerzas políticas españolas pretendían desempeñar un papel único al augurar una nueva fase de progresismo. Los líderes republicanos eran conscientes de este papel y algunos de ellos declaraban que la democratización de España iniciaría una nueva tendencia que haría retroceder el fascismo en todo el continente. Sin embargo, más de un siglo antes, los progresistas españoles habían fracasado, siendo mayor su fracaso en la década de 1814-1823, debido no sólo a la falta de preparación de la sociedad española, sino también al clima internacional hostil.

En 1931 España ocupaba, en palabras de Michael Mann, una peligrosa «zona fronteriza» en la que sus nuevas instituciones políticas intentaban aproximarse a aquéllas de la Europa avanzada del norte, pero en la que, pese a su rápido y reciente progreso, su sociedad y su cultura todavía no habían alcanzado niveles equivalentes a los de los países septentrionales. El desarrollo acelerado había contribuido a hacer posibles los avances de 1931, pero subsistía el peligro de haber tendido una trampa al desarrollo al estimular importantes exigencias nuevas sin haber puesto todavía los medios para satisfacerlas.

Aunque la coalición republicana afirmaba representar un nuevo modelo político, en diciembre de 1930 había intentado primeramente derrocar a la monarquía mediante un pronunciamiento militar al viejo estilo que había fracasado por completo y, en abril de 1931, alcanzó el poder de forma incruenta aunque los monárquicos obtuvieron la mayoría en las elecciones municipales, ya que éstos rehusaron tomar parte en un conflicto civil. De este modo, la República se instauró a través de un cierto pacto político. Pese a la actitud abnegada y patriótica de la Corona y los políticos monárquicos, la nueva coalición inició una política de venganza hacia la Corona y los ministros de la depuesta dictadura mediante una serie de persecuciones políticas que no servían a propósito constructivo alguno y que eran hipócritas, dada la participación de los socialistas en algunas de las instituciones de la dictadura. La nueva coalición adoptó la actitud, que demostró ser por completo errónea, de que la opinión pública católica y conservadora había quedado reducida a una condición totalmente minoritaria y ya no era preciso tenerla en cuenta en la ecuación política.

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