Decididamente, Cataluña no se merece la peor de las enfermedades políticas: El nacionalismo falsario que conduce al delirio. |
El presente artículo ofrece seis razones históricas, bien documentadas, que demuestran lo antiguo e innoble de ese nacional-golpismo catalán al que Pedro Sánchez se agarra como un clavo ardiendo para seguir mandando en una España que desprecia. Es decir, ambas facciones se acunan en esa indignidad de la que cualquier español no desquiciado debe alejarse como si de la peste se tratase.
Para los españoles, se sientan o no como tales, hay dos 11 de septiembre que aluden a sendas tragedias históricas. Uno de ellos es el 11-S norteamericano, del que prácticamente se sabe todo y del que es posible extraer una lección: No hay terrorismo bueno ni sirve para nada intentar comprender sus causas, porque en ese punto se ha perdido parte de la batalla contra el terror y se deja la iniciativa en manos de quienes lo practican.
Zapatero vino a decir algo así en la reciente cumbre de Helsinki: No hay causa alguna que justifique el terrorismo. Ninguna idea, por legítima que sea, puede servir de coartada para el asesinato indiscriminado. El terrorismo sólo es infamia y barbarie, no es política o ideología. Pero a continuación, como prueba de ese caos mental que practica, añadió que aboga por un esfuerzo cabal de comprensión de la amenaza, con el fin de analizar y reflexionar sobre cuáles son las condiciones que posibilitan la extensión del fanatismo y el apoyo a la estrategia del terror.
En qué quedamos, ¿no hay causa que lo justifique o es preciso un esfuerzo cabal de comprensión de la amenaza? Para cualquier percepción racional, está meridianamente claro que no es posible el blanco y el negro al mismo tiempo, o se es un demócrata que acepta las leyes aun cuando no le gusten, y si acaso las intentará cambiar de acuerdo con la propia ley, o se es un terrorista cuyo único propósito en todos los casos es llegar al poder a bombazo limpio para, más tarde, imponer una tiranía. Negociar con el terror, como pretende hacer Zapatero con los etarras, es aceptar el juego de que los asesinatos, la violencia, el chantaje y la extorsión forman parte de la política. Y tal actitud contradice -una vez más- sus propias palabras, manifestadas en esta ocasión de cara la galería de Helsinki.
Del segundo 11-S, más conocido como Diada nacional de Cataluña, lo que algunos españoles conocen -especialmente los españoles de Cataluña- es más bien la fantasía nacionalista que se ha vertido sobre la época. Cuanto mayor es el tiempo que transcurre desde aquel fatídico 11 de septiembre de 1714, más se agranda el abismo entre la realidad de lo que sucedió en aquella fecha y lo que hoy nos cuentan al respecto. Lo que fue una guerra civil de carácter dinástico, en la que se produjeron numerosas batallas y actos violentos en más de media España, para los nacionalistas catalanes se ha convertido en la sublevación del pueblo catalán contra las opresoras tropas castellanas. Y así sucesivamente en cada uno de los tópicos que hoy exhiben para justificar el nacionalismo, que es ese deseo irracional de ser más que otros y posicionarse codiciosamente en lugares de privilegio.
Tal deseo, como la propia envidia, no es nada nuevo respecto a esa lamentable clase dirigente que, desde siempre, ha poseído Cataluña. Citaré un ejemplo revelador que el historiador Francisco Cánovas describe en la monumental obra de Ramón Menéndez Pidal, Historia de España, de la editorial Espasa-Calpe: Cataluña inició a finales del siglo XVII una importante recuperación económica en el ámbito rural, que fue acompañada de un notable incremento del comercio marítimo, una exportación de los excedentes de agrios y una mejora en la producción de las manufacturas textiles; esta favorable coyuntura permitió el reforzamiento de la burguesía mercantil [clase dirigente], un influyente grupo que, consciente de su particular situación y sus intereses socioeconómicos, politizó sus reivindicaciones y se dispuso a luchar en la guerra de Sucesión junto al archiduque Carlos.
Y añade Cánovas: Sus principales planteamientos, que fueron formulados [al candidato austracista] por Feliu de la Penya [Narcís Feliu de la Penya i Farell, abogado catalán e historiador burgués que tutelaba varias industrias y pretendía fundar una compañía naviera universal, tipo holandesa, dedicada a la exportación. Fue nombrado abogado real del Archiduque Carlos], consistieron básicamente en la defensa de un modelo descentralizado de organización estatal, la liberalización de los intercambios y la apertura del mercado colonial a los comerciantes catalanes. Nada que añadir, por mi parte, a los deseos de la burguesía catalana para liberalizar el comercio y extenderlo al ámbito de las colonias. Es lo justo. Lo que no parece tan justo es que esa misma burguesía, sustentada especialmente en la industria textil, al mismo tiempo pretendiera el monopolio de los tejidos catalanes en el Imperio español.
Pero no todo se quedó en reivindicaciones razonables a la hora de facilitarle apoyo al archiduque Carlos, un candidato pusilánime conocido hoy en Cataluña como Carlos III -al rey Felipe V sólo se le denomina de Castilla-. Los burgueses catalanes quisieron imponerle a su rey austriaco esta otra serie de condiciones a cual más aberrante:
-Seis encomiendas castellanas (derecho a percibir las rentas de cierto lugar, concedido por el rey a alguien) para personalidades catalanas. Cualquiera de esas encomiendas podría ser el territorio de una provincia castellana o incluso mayor.
-La reserva de los obispados del Principado a clérigos nativos. Cuestión igualmente relacionada con los derechos y canonjías recibidos por los obispos y abades y sus, por entonces, enormes propiedades y fincas. Lo que demuestra de dónde procede la obsesión actual del nacionalismo por convertir a la iglesia Católica (Universal) en iglesia de andar por casa.
-La dirección de la Marina Real. Lo que a su vez podía ser una forma de controlar el comercio con América y otras colonias españolas. Eso sin contar los territorios que la Corona poseía igualmente en la Península italiana o en Asia.
-La mitad de las plazas del Consejo Secreto del Rey. Algo de lo más lógico y equitativo si consideramos que el Principado de Cataluña representaba menos del 10% de la población del Imperio español.
-El traslado a tierras de Aragón (preferentemente a Cataluña) de la Corte española. Menos mal, los actuales nacionalistas sólo piden dos o tres ministerios. Pero claro, tampoco importan ahora mucho con vistas a la independencia o a esa posición de señores feudales que han logrado mediante el nuevo estatuto.
-El control militar de Madrid. Lo que debía representar un estado permanente de la ley marcial para que nadie, una vez trasladada la Corte, tuviese en esa ciudad la osadía de protestar ante unas medidas digamos... poco ortodoxas. Simplemente se trataba de buscar la miel sobre las hojuelas: Todo para mí y por el mismo precio ato de pies y manos al enemigo (Madrid).
Naturalmente, lo expuesto aquí es omitido miserablemente por el nacionalismo catalán. Ni existió el acuerdo entre catalanes y británicos conocido como el Pacto de Génova, en el que se traicionaba a un rey, Felipe V, al que previamente se le había jurado lealtad, ni se dice que la burguesía catalana arrastró al pueblo a una guerra civil con el único y descarado propósito de enriquecerse más.
Autor: Policronio
Publicado el 11 de septiembre de 2006
Publicado el 11 de septiembre de 2006
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