Si se tiene en cuenta que el
golpismo catanazi (donde todo abuso, burla, prevaricación, malversación y
rebeldía tienen su asiento) se mantiene como el principal problema de España
(no ya político, sino de convivencia), a partir de ahí, en el mercado
preelectoral, se están ofreciendo a los ciudadanos dos modos de afrontarlo:
1) Al estilo social-sanchista, actitud
imbuida de un doble espíritu de lo más interesado entre el no hacer nada de
Rajoy, por vagancia, y el de “me mola lo diferencial” de Iceta-PSC, por nazional-socialista.
¡Porca miseria para un método doblemente inmoral que en menos de un año ha
demostrado ya lo que es capaz a la hora de jugar con nuestro dinero y nuestros
valores!
2) Al estilo patriótico de, con
perdón, “dos milenios de historia”, representado en nuestros días por el ahora leal y voluntarioso PP de Casado, que clama por un 155 de verdad, recio. Y, desde luego, por el esplendente
VOX de Abascal, partido al que se le cae la baba (en el mejor de los sentidos)
a la hora de valorar los símbolos de la Patria y dispuesto siempre (veamos que
ocurre el día 30 en la plaza de España en Barcelona) a dar la cara incluso a
riesgo de que se la partan.
Y no hay ninguna otra posición,
salvo la de situarse en el centro de la Galaxia, en actitud de foto fija, desde
donde aguijonear de boquilla a ambos lados del espectro político y de buscar la
redención (y el voto) apelando al centrismo de esa UCD de la etapa Suárez, un
personaje con demasiada benevolencia (e ingenuidad) que fue el máximo responsable a la hora de aceptar las autonomías y de ignorar que se
convertirían en ingobernables a medio plazo, como ha sucedido. No, Suárez de ningún modo receló lo que
ocurriría, razón por la que la Historia no podrá ubicarlo en el panteón
de los estadistas. Ni a él, ni a cualquiera que lo establezca
como referente político. Y todos ustedes saben de sobras a quién me refiero.
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