domingo, 3 de marzo de 2019

Todos los relojes marcan las diez y diez


Las malas lenguas cuentan que cuando la mujer de Franco viajaba a Barcelona, lo que se supone hacía con cierta frecuencia, la mitad de las tiendas del paseo de Gracia cerraban por inventario. Eso sí, algunas joyerías y objetos de regalo iban alternándose en el cierre, según se conociera por anticipado la visita de doña Carmen a la ciudad, lo cual indicaba no poca organización de los 'botiguers' catalanes de entonces, que de ser cierta la historia algún espía habrían 'untado' dentro de la Casa Civil de su Excelencia.

Se trataba de evitar dentro de lo posible, tal y como le oí referir en cierta ocasión a un tío listo (ya veremos por qué le catalogo así), que el saqueo fuese mayor y que al día siguiente apareciese una nota en La Vanguardia donde Doña Carmen Polo agradecía la gentileza de la Asociación de comerciantes catalanes al haberle regalado determinadas joyas y objetos valiosos en su visita. Y claro, quién era el guapo que desmentía semejantes regalos. De modo que se imponía un escote para el pago del saqueo, reducido éste a la mitad como consecuencia del cierre de unas cuantas tiendas. 


Yo por entonces era jovencito y creí a pies juntillas lo que contó ese señor tan listo, el cual parecía no simpatizar demasiado con la mujer del Caudillo y mucho menos con su Régimen. Debo confesar que mi credulidad rozaba el listón más alto y en consecuencia me consideraba un izquierdoso de pro, lo cual no era de extrañar si se considera que contaba con unos 14-15 años. Hablo de mediados a finales de los sesenta, cuando en Barcelona vivíamos de puta madre y se podía encontrar trabajo a manta: largarse porque el jefe te caía gordo y antes de una semana empezar en el siguiente trabajo.

Desde luego que se pagaban muchos menos impuestos y la administración era menos de un tercio de la de ahora. Sin contar que deambular en cualquier momento por la calle, de día o de la noche, no suponía riesgo alguno de que te asaltasen. Podías moverte por donde te viniese en gana, barrio chino incluido. Vamos, igual que ahora, en que la policía se lo piensa siete veces antes de adentrarse en el Raval.

Añado que trabajaba en un comercio de la ronda de San Antonio, donde el tío listo aludido, vecino próximo, solía visitar a diario a mi jefe, con el que mantenía buena relación, iban a tomar café al bar de la esquina y a la vuelta 'arreglaban el mundo'. Ese individuo llegaba siempre con La Vanguardia bajo el brazo, cuyas noticias suponían el tema de conversación entre ellos. Yo no pasaba de convidado de piedra y además a cierta distancia, que en mi condición de aprendiz tenía obligaciones muy distintas a las de alternar con los amigotes de mi patrón. Pero cuando le narró a mi jefe la historieta de Carmen Polo en el paseo de Gracia y añadió lo de las notas de agradecimiento que se supone sacaba al día siguiente el diario, no pude evitar pedirle que me enseñase alguna de esas notas de las muchas que me aseguró guardaba en casa. A lo que me contestó que me traería una de ellas.

Pasaron las semanas, luego los meses y al final transcurrieron dos años, que es lo que yo duré en la empresa. Le recordé varias veces lo de las notas. Ni puto caso del gachó, siempre me daba una excusa. Pero se ve que al final le incordié demasiado y como prueba de su inmensa 'listura' y de lo mucho que se fijaba en las páginas del periódico, que cualquiera diría era su única ocupación, llegó a enseñarme hasta tres anuncios de relojes que ese día insertaba el diario. Me dijo que me fijase en los anuncios, presumió durante un rato de su sagacidad y del hecho imposible de que las notas de Carmen Polo que él recordaba no fuesen ciertas, todo ello con mi jefe riéndole la gracia, tras lo cual me desafió a que le dijera qué tenían esos anuncios en común.

Sí lo adivinaba, me traería el recorte al día siguiente, buscándolo donde fuese. Por desgracia, no fui capaz de percibir la semejanza entre los relojes y el tío respiró aliviado, se había librado de tener que demostrarme unas notas de prensa que ahora estoy seguro jamás existieron. Luego, de lo más ufano, me  descubrió en qué coincidían los tres relojes de los anuncios: Todos marcaban las diez y diez y siempre era así. Un hecho que aseguraba haber descubierto por su cuenta y que no conocía casi nadie más, hasta que le dije, y ahí creo que sí estuve fino, "nadie salvo todos los que han intervenido en los anuncios, que deben ser unos cuantos". Al poco me marché a otra empresa que pagaba mejor, ¡dichosos tiempos!, y dejé de soportar al listo. 

Toda esta historieta viene a cuento de la nota de prensa que filtró Zapatero a partir de su visita a China, según la cual un fondo de inversión pensaba destinar 9.000 millones de euros a España. Creo que a las cajas de ahorros. Naturalmente, los inversores chinos desmintieron de inmediato el "regalo" a doña Carmen Polo. Se ve que los chinos conocen bien que todos los relojes de los anuncios, o casi todos, marcan las diez y diez. El socialismo es así, señores, a menudo miente por puro placer de engañar.  

Autor: Policronio
Publicado el 15 de abril de 2011

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