Pedro Sánchez ha invertido
exactamente 37 minutos en visitar Cartagena, una ciudad espléndida de 215.000 habitantes (más de 400.000 en su comarca) que
cuenta con 2.246 años de vida, desde su fundación por el cartaginés Asdrúbal en
el 227 a. C., y que a su vez fue erigida sobre otro asentamiento previo
denominado Mastia, de origen ibérico, circunstancias que la acercan a los tres
milenios de existencia y la convierten en una de las ciudades de más solera de
España, sin que sus habitantes (entre los que no me cuento, puesto que resido
en otro municipio) suelan presumir de nada. Ni tan siquiera de ser la cuna de
San Isidoro y de sus hermanos San Leandro y Santa Florentina, nacidos los tres en
Cartagena pero curiosamente asociados a Sevilla.
En esos 37 minutos de “desenfreno”
a cargo de Perico Sánchez (las fotos y poco más), que para sus acompañantes cabe
sospechar que fueron eternos, al presidente del Gobierno “le ha dado tiempo a todo”, de visitar
el impresionante palacio del Ayuntamiento (imagen), restaurado hace pocos años,
y también de “recorrer a fondo” el teatro romano, en proceso de lenta restauración
y al ritmo que marca la burocracia. Ante semejante desprecio de quien está
claro que solo se valora a sí mismo (cuando no es más que un apático en lo
político y en lo moral), no de otro modo puede entenderse el escaso tiempo
invertido, sobre el que juraría que más de un cartagenero habrá pensado algo semejante a esto:
“Ojalá que no vuelvas más por aquí”.
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