Decía el clásico que el alma se
divide en tres partes: mente, sabiduría e ira. En el caso de Pedro Sánchez, un
sujeto que carece de alma, su mente se reduce a un único residuo: el ego, a
partir del cual todo defecto que se le atribuya responde a las actitudes que ha
venido demostrando y que culminan con la mayor de las fechorías posibles en un
gobernante: la traición a la patria que prometió defender al tomar posesión del
cargo.
“Cargo”, he aquí la palabra clave
en la naturaleza de Sánchez. Necesita angustiosamente mantenerse en el poder y
no le importa qué precio deba pagar para lograrlo. ¡Habrá mayor ejemplo de espantajo
que un traidor capaz de ofrecer a los golpistas el mercadeo de la Nación
española! Pues bien, que se sepa: El sentimiento que me despierta un felón de semejante
calaña, cuya magnitud es fácil de calibrar entre lo que se sabe y lo que se
sospecha, se mueve entre la ira que siento hacia él, a causa de su deslealtad
hacia España, y el asco que me produce cuando observo la repelente imagen de tan
redomado hipócrita.
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