Hay asuntos que
no cambian. Es posible advertirlo al revisar el historial de ese enorme conflicto que
tiene postrada a Cataluña, donde aún no han descubierto la democracia y mucho
menos la libertad real, tan discordante de la vehemencia del Régimen nazionalista. Si alguien llegara a preguntarme cuál es el primer problema
de España, a bote pronto le diría que es la incompetencia persistente del socialismo. Pero si
meditara bien la respuesta no podría seleccionar solo un problema: deberían ser
al menos tres. Pues bien, uno de ellos queda perfectamente descrito por el
titular que en estos momentos en que escribo encabeza la portada de Libertad
Digital: "Treinta años de represión
lingüística". En Cataluña, por supuesto.
Tan dilatado plazo de represión, pasmosamente de 30 años y contando, ha determinado
lo aberrante de una situación política cuyos gobiernos de España han sido
incapaces de ver más allá de sus narices. Sucedió así con la UCD, que gobernó
hasta finales del 82, pasando por los casi 14 años del PSOE de González, la doble legislatura de
Aznar (una de ellas con mayoría absoluta), le siguió el calamitoso ZP, un
horror de 8,9 grados (sobre 8) en la escala cataclísmica de la política, luego apareció Rajoy, que respecto al tema lingüístico gobernó en la clandestinidad, y ahora Sánchez,
un ser que solo es capaz de amarse a sí mismo y… a los españoles represaliados que les den.
Para los
nacionalistas catalanes, el idioma catalán lo es todo. Sin el idioma que ellos
consideran propio y tratan de imponer a cualquier precio (mientras al unísono quieren
destruir el castellano de cualquier ámbito en el que influyen), el nacionalismo
no sería nada ni tendría razón de ser. Y lo saben de sobras. Alrededor
del idioma catalán, del que ellos aseguran que nació en el siglo VIII si bien, curiosamente, fue normalizado por Pompeu Fabra en 1932 (adviértase la fecha tan tardía), ha
surgido el mito a partir del cual hoy se habla de independencia como respuesta
a cada una de las ilegalidades idiomáticas que el Tribunal Constitucional o el
Supremo han sentenciado en contra de la 'Generalitat'.
Diríase, por
lo tanto, que la represión lingüística practicada por el nacionalismo catalán, que
solamente en 2010 ha impuesto 205 multas por
rotular en castellano (algo asombroso si se repara en
que se sanciona el idioma oficial español), ha ido siempre encaminada a crear
el ambiente adecuado, de victimismo y enfrentamiento, que justifique el
separatismo. Ha sido, pues, una labor de 30 años (hoy son ya 40) en la que se ha
recorrido un camino tan artificial como alevoso y siempre destinado al cisma
final, al estado propio o República catalana. La coartada ha sido el idioma,
sobre todo el idioma, pero también el "España nos roba" o el "viven de nuestros recursos". ¡Falsedad sobre falsedad!
Si hubiese
que resumir en una sola frase la situación del nacionalismo en Cataluña, no
andaría muy lejos de esta: Una infamia de cuatro décadas a la que no se le ve
el fin como consecuencia de las actuaciones pusilánimes del Gobierno de
España.
Artículo
revisado el 16 de febrero de 2019
Autor:
Pedro Espinosa García “Policronio”
Publicado
el 12 de marzo de 2011
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