Inicio hoy en
Batiburrillo una sección dedicada a la II República, considerada como la etapa
más trágica del siglo XX y origen, a su vez, de la España deshilacha que ahora padecemos
como consecuencia de un socialismo revanchista y de un secesionismo envuelto
por completo en el delirio. Inauguro la serie con un artículo del gran Josep
Pla, declarado enemigo mortal y expulsado de la Editorial Destino en cuanto se
hizo con ella, por ese acomplejado Jordi Pujol cuyo odio eterno a España jamás
ha desfallecido.
De Josep Pla no
es posible decir nada nuevo, baste indicar que es uno de los más grandes de la
literatura periodística y de los libros de ensayo sobre viajes. Simplemente, la
obra de Pla es inmortal a pesar de no ser santo de la devoción nacionalista, o
tal vez por esa misma causa hemos sido tantos y tantos los que nos hemos
interesado. Lean y disfruten el primer articulo que el gran catalán escribió,
describiendo el 14 de abril de 1931 en Madrid, como corresponsal político de La
Veu de Catalunya.
El 14 de abril en Madrid*
A las tres de la
tarde del día 14 se izó en Madrid la primera bandera republicana, que tremoló
sobre el Palacio de Comunicaciones. Esta bandera produjo un movimiento general
de curiosidad que se convirtió en un estallido de entusiasmo al conocerse que
representaba realmente lo que simbolizaba, o sea, la toma del poder por parte
del Gobierno provisional.
En cuanto esto
se hizo público, Madrid corrió a destruir y a esconder los símbolos
monárquicos. Los comerciantes proveedores de la Real Casa, las tiendas con el
escudo real, las fondas, teatros y restaurantes con algún nombre relacionado
con la Monarquía, hicieron desaparecer rápidamente los nombres comprometedores
y dinásticos. Las estatuas que el pueblo consiguió derribar cayeron de forma
implacable. Un busto de bronce de Primo de Rivera fue colgado en el balcón de
Gobernación. Las banderas republicanas se hicieron más y más espesas. Los
retratos de Galán y de García Hernández se prodigaron con una rapidez
fulminante. La Marsellesa, el Himno de Riego, las notas de la Internacional,
salieron de la boca de la multitud juvenil. El pueblo de Madrid, que suele
poseer una finura crítica indudable, aderezó el espectáculo con su causticidad
proverbial. El Rey y la Reina no fueron tratados por la masa con cumplidos,
pero tampoco con una crueldad exagerada.
Todo el
entusiasmo popular tuvo casi siempre un aire de verbena; a veces en la Puerta
del Sol llegó a adquirir una densidad emotiva profunda e inolvidable. La gente
estuvo correctísima y la propiedad fue absolutamente respetada. Alguna anécdota
de carácter anticlerical se produjo en los suburbios, pero no puede decirse que
aquello acabara dando el tono al espectáculo. El desbordamiento del entusiasmo
de la juventud popular de Madrid ha durado 26 horas seguidas, pero la
disciplina ha sido admirable.
«La
Veu de Catalunya», 18 de abril de 1931
*En una carta a su hermano Pere que
lleva fecha de 4 de mayo, Pla justificaba la postura adoptada por La Veu —y, en
consecuencia, por sí mismo en sus crónicas— respecto al nuevo régimen. Tras
comentar que Cambó, al marcharse a París —la misma noche del 14 de abril, según
consta en sus memorias—, le había encargado que preparase las cosas para que él
y sus amigos pudiesen «entrar en la República de una manera suave», le
detallaba a su hermano en qué consistía el encargo: «La política que estoy
haciendo en estos momentos es la de acercar Cambó a Lerroux. He tenido
larguísimas conversaciones con Lerroux, que es el único hombre como Dios manda
de este ministerio. Como puedes figurarte, sólo si estos dos hombres hablan a
fondo se podrá luchar contra el manicomio desatado que reina en Barcelona. El
ideal de Lerroux sería que Cambó ya estuviese a estas horas en el ministerio.
Lerroux será el conservador de la República». (Josep Pla, Cartes a Pere,
Barcelona, Destino, 1996, págs. 202-203.) Por otra parte, esta crónica y la
siguiente sirvieron de base a Pla para la escritura de algunos de los capítulos
iniciales de su libro Madrid. El advenimiento de la República.
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