Ricardo de la
Cierva fue uno de los más grandes historiadores con que ha contado España, lo
prueba el hecho de haber recibido numerosísimos ataques de esa cuadrilla sectaria
que se apropió de una supuesta historiografía veraz y objetiva, eso sí, sucedió
así a la muerte del general Franco, no antes. Por el volumen y la importancia de
sus publicaciones, De la Cierva está considerado un cronista total, al que
ninguna etapa de nuestra Historia le fue ajena, de ahí que describiera casi
cualquier período histórico con la misma fluidez, mediante un léxico culto,
profundo y comprensible, sin párrafos enigmáticos o de doble sentido como
usaron tantos de sus rivales. Anoto, a continuación, una síntesis de lo que
opinaba don Ricardo sobre unos de los personajes más controvertidos de la II República:
Manuel Azaña.
Manuel
Azaña. La revelación de la República
Don Manuel Azaña
Díaz, que al sobrevenir la República acababa de cumplir cincuenta años, es una
de las personalidades más complejas y controvertidas de su tiempo y de la
historia de España en el siglo XX. Ante él resulta muy difícil presentar una
posición equilibrada; lo normal es considerarle como un superhombre sin mácula,
espejo de liberales y demócratas, como hace el profesor Juan Marichal, en los
prólogos de su, por lo demás, excelente edición, de las Obras Completas de
Azaña en Ediciones Oasis; no recuerdo haber leído en los comentarios de
Marichal un apunte crítico, ni siquiera mínimo, sobre su ídolo, que junto a sus
grandes cualidades exhibe unos defectos y comete unos errores gravísimos, hasta
el punto de haber causado un daño irreparable a la convivencia española y ser,
sin la menor duda, uno de los causantes personales más claros de la Guerra
Civil, aunque no el único. Que Cipriano Rivas Cherif, cuñado de Azaña (hermano
de doña Dolores, esposa de Manuel) escriba su biografía, por cierto muy interesante,
en permanente actitud de adoración, resulta explicable por el parentesco y
porque su cuñado fue una de las poquísimas personas a quienes Azaña estimó y de
quienes habla bien, por lo que no creo necesario acudir a interpretaciones
retorcidas que, sobre todo en su tiempo, se prodigaron mucho para explicar esa
excepcional amistad.
Casi todos los libros recientes sobre Manuel
Azaña se han extasiado en su figura con ímpetu acrítico e incluso hagiográfico.
Dos biografías con toque novelado pero muy ancladas en la realidad mantienen
todo su interés: la de Carlos Rojas (en forma de autobiografía-interpretación)
y la excelentísima de Federico Jiménez Losantos. Pero el azañista acrítico más
empeñado en la glorificación de Azaña es el actual presidente del Gobierno José
María Aznar, cuyo ardiente entusiasmo se debe, entre otras cosas menos
importantes, a que desconoce la trayectoria y actuación real de Azaña, ignora
el contexto de Azaña y no demuestra siempre haberle leído con detenimiento.
En el polo opuesto
se sitúan los detractores sistemáticos e implacables de Azaña, que se inscriben
entre el numeroso gremio de los perjudicados por el estadista, sobre todo
muchos militares de la República, entre los que se lleva la palma de la dureza
(aunque le conocía profundamente) el general Emilio Mola; y el biógrafo de
Franco Joaquín Arrarás y otros que popularizaron el sobrenombre de «el
monstruo» e incluso «diabólico» con que le distinguieron sus enemigos en los
años treinta. Entre ellos se contaba, por supuesto, el general Franco, que
siempre se refirió, ante mí, a Manuel Azaña con respeto: «Era el más
inteligente de todos ellos», me dijo más de una vez. Y lo curioso es que Franco
es precisamente uno de los poquísimos españoles de su tiempo a quien Azaña no pone
verde en sus Memorias; porque fuera de Franco y de Rivas Cherif no deja títere
con cabeza, reparte insultos, desprecios y descalificaciones de manera injusta
y alarmante
Episodios Históricos de España, nº 25 – La Segunda
República 1997
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