miércoles, 19 de junio de 2019

La Segunda República Española (4)


Recupero a Josep Pla en uno de sus primeros artículos, 20 de abril de 1931, al que podría calificarse de bien intencionado, o tal vez algo más, cuando describe lo buenos, guapos, rubios y de ojos azules que eran todos los españoles de la época, así como lo maravillosamente bien que se comportaron en las calles de Madrid durante esos primeros días republicanos. Es de lo más interesante dejar constancia de lo que decía Pla, quien a mi juicio peca de una ingenuidad ciclópea –ya sé que a toro pasado es muy fácil hablar–, a fin de contrastar, más adelante, con el horroroso comportamiento de una izquierda que no tardó en practicar todo tipo de atropellos y en incendiar a destajo cuanta iglesia y convento se les puso a tiro.


Un día de fiesta nacional
 Madrid llega a la madrugada del día de la fiesta nacional implantada para celebrar la proclamación de la República con los pulmones rotos y la garganta ronca. Ha sido un día de fraternización general amenizada por los instrumentos de viento de las bandas de los regimientos de la guarnición. Las escenas populares han tenido una vivacidad enternecedora y el pueblo ha vivido el encantamiento y la ilusión que sugiere en este momento la palabra República. Mientras, se ha terminado de limpiar la población de símbolos monárquicos, de coronas, de escudos y de bolas. Por otra parte, las calles han sido objeto de una nueva rotulación espontánea, en la que se han prodigado los nombres de los héroes de la revolución, los nombres de Galán y Hernández, del héroe popular Franco (véase Galería de personajes) y de los nuevos ministros. Las principales innovaciones han consistido en colocar la coletilla Zamora a la magnífica calle de Alcalá, y en dar el nombre de Marcelino Domingo a la plaza de Bilbao. El ministro de Instrucción Pública ha vivido en una casa de huéspedes de la vieja plaza y el cambio de nombre llega con la aureola de las cosas románticas.

En el ambiente político el día ha venido marcado por sentimientos amables. Todo el mundo ha podido sentir la satisfacción que produce el formar parte de un país que ha sabido hacer, grosso modo, una revolución tan ordenada. Todo el mundo ha destacado que la educación política general era mucho más elevada de lo que la gente creía. El tono de las conversaciones ha tomado un aire de simpatía y se han prodigado los abrazos espectaculares que en Madrid forman parte del ornato ciudadano. Uno ha constatado gozoso que, en verdad, todo el mundo ha cumplido con su deber y que la República empieza su vida con una solidez envidiable, realmente importante.
«La Veu de Catalunya», 20 de abril de 1931

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