Recupero a Josep
Pla en uno de sus primeros artículos, 20 de abril de 1931, al que podría calificarse de bien
intencionado, o tal vez algo más, cuando describe lo buenos, guapos, rubios y de ojos
azules que eran todos los españoles de la época, así como lo maravillosamente
bien que se comportaron en las calles de Madrid durante esos primeros días republicanos.
Es de lo más interesante dejar constancia de lo que decía Pla, quien a mi juicio peca de
una ingenuidad ciclópea –ya sé que a toro pasado es muy fácil hablar–, a fin de
contrastar, más adelante, con el horroroso comportamiento de una izquierda que
no tardó en practicar todo tipo de atropellos y en incendiar a destajo cuanta
iglesia y convento se les puso a tiro.
Un
día de fiesta nacional
Madrid llega a la madrugada del día de la
fiesta nacional implantada para celebrar la proclamación de la República con
los pulmones rotos y la garganta ronca. Ha sido un día de fraternización
general amenizada por los instrumentos de viento de las bandas de los
regimientos de la guarnición. Las escenas populares han tenido una vivacidad
enternecedora y el pueblo ha vivido el encantamiento y la ilusión que sugiere
en este momento la palabra República. Mientras, se ha terminado de limpiar la
población de símbolos monárquicos, de coronas, de escudos y de bolas. Por otra
parte, las calles han sido objeto de una nueva rotulación espontánea, en la que
se han prodigado los nombres de los héroes de la revolución, los nombres de
Galán y Hernández, del héroe popular Franco (véase Galería de personajes) y de
los nuevos ministros. Las principales innovaciones han consistido en colocar la
coletilla Zamora a la magnífica calle de Alcalá, y en dar el nombre de
Marcelino Domingo a la plaza de Bilbao. El ministro de Instrucción Pública ha
vivido en una casa de huéspedes de la vieja plaza y el cambio de nombre llega
con la aureola de las cosas románticas.
En el ambiente
político el día ha venido marcado por sentimientos amables. Todo el mundo ha
podido sentir la satisfacción que produce el formar parte de un país que ha
sabido hacer, grosso modo, una revolución tan ordenada. Todo el mundo ha
destacado que la educación política general era mucho más elevada de lo que la
gente creía. El tono de las conversaciones ha tomado un aire de simpatía y se
han prodigado los abrazos espectaculares que en Madrid forman parte del ornato
ciudadano. Uno ha constatado gozoso que, en verdad, todo el mundo ha cumplido
con su deber y que la República empieza su vida con una solidez envidiable,
realmente importante.
«La Veu de Catalunya», 20 de abril
de 1931
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