Al decir del
clásico, “el traidor no es otra cosa que un déspota en apuros”. Y esto es, ni
más ni menos, lo que le ha pasado a Sánchez, ese pájaro de medio pelo que, considerándose
apurado a la hora de reunir los apoyos necesarios para su investidura, no ha
dudado en entregar Navarra a los euskonazis de Geroa Bai y Bildu, aceptando así
lo que se prevé como un chantaje continuado a lo largo de la legislatura con
tal de permanecer en la Moncloa.
La traición a la
unidad de España puede ser ocasional, como ha ocurrido en Navarra, puede ser
ilimitada, como se espera que ocurra durante cuatro años de mandato socialista, pero lo que jamás
será es eterna, puesto que llegará el día –así lo espero– que la mayoría de los
españoles nos demos cuenta que el socialismo está plagado de hijos de Satanás y
pongamos a ese partido donde se merece: el estercolero de la Historia.
Cada ley o
presupuesto que deba aprobarse durante el mandato de Sánchez, para lo que sin
duda hará falta contar con el apoyo parlamentario de toda clase de
nacionalistas, supondrá una partida milmillonaria con destino al País Vasco
–léase PNV– y otro tanto con destino a Cataluña –léase la banda de Torra o del
catanazi que le suceda–, de ahí que a algunos nos quede claro que la traición ilimitada
no es más que el resultado del chantaje continuado. Y un presidente del
Gobierno de España al que, según parece, no le importa mal gobernar para todos puesto
que lo hará casi en exclusiva para las regiones díscolas –he estado a punto de
escribir traidoras-, lo único que merece es el desprecio de los demócratas, que
es lo que se siente hacia los políticos que carecen por completo de virtudes,
es decir, “los déspotas en apuros”.
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