En esta segunda
entrega de la serie, y reconozco que enjuicio con bastante fervor a Josep Pla, quiero
destacar la brillante prosa descriptiva del periodista catalán que ejercía de corresponsal en Madrid y escribía "a pie de obra", prosa que a mi juicio es de
factura a ratos soberbia cuando no deslumbrante, digna de ocupar el tiempo de
lectura de todo amante de las letras que quiera recrearse en la obra de un maestro. De paso, he ahí lo excepcional, Pla nos informa de cómo
transcurrieron las primeras horas de esa Segunda República que se inició con un
entusiasmo desmedido para, en los siguientes días, comenzar la radicalidad
izquierdista más decepcionante.
El
Palacio Real en la madrugada del 14
El espectáculo
que ofrecía el Palacio Real a las dos de la madrugada era una de aquellas cosas
para cuya descripción se precisaría el claroscuro de Shakespeare y la grandeza
del estilo de Tácito. Su enorme mole parecía un fantasma tétrico. La Reina
estaba dentro. Su hijo mayor, muy enfermo, oía el rugir de la multitud
enloquecida y febril. Todo Madrid era una calderada de gritos y canciones, de
vivas y mueras, de oleadas humanas que pasaban. El Palacio, custodiado en su
interior, no tenía fuera ningún guardia. Los golfillos de Madrid habían ocupado
las garitas de los soldados. La gente pasaba por la plaza de Oriente, unos con
los puños alzados, la cara pálida, la garganta rota por el griterío popular;
otros contemplaban —curiosos— con aire melancólico el gran Palacio que ha sido
la tumba de los Borbones de España. Encima del balcón de la fachada el pueblo
había colgado, atada a una caña, una bandera republicana, hecha deprisa y
corriendo, con harapos de suburbio miserables. Todo estaba acabado y la Reina
hacía las maletas más indispensables, guardaba las joyas y reliquias
familiares, mientras Madrid, dominado por un insomnio frenético, enviaba
oleadas de gente con aspecto suburbial a la plaza de Oriente. Volviendo a pie
por la calle Mayor se veía el resplandor rojizo de los arcos voltaicos de la
Puerta del Sol y una nube de polvo amarillo —de carretera castellana— que
tornasolaba la luz blanca. Gobernación, con sus ventanas iluminadas, estaba
ocupada por el primer Gobierno provisional de la República, que trabajaba…
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