viernes, 14 de junio de 2019

La Segunda República Española (3)


El escritor británico Gerald Brenan, en su obra “El laberinto español”, describe cómo se encontraba España al advenimiento de la II República, de ahí que dicho autor sea uno de los escogidos para integrar esta serie. Créanme, amigos, no es sencilla la selección de autores que hayan escrito con alguna objetividad –desde mi punto de vista– sobre la desgraciada etapa republicana, y más si se tiene en cuenta que la mayoría de los historiadores, antes y ahora, pertenecen a esa izquierda sectaria que encierran la citada etapa en un mundo idílico que el fascismo masacró. Brenan, con ciertos deslices que la historiografía posterior ha puesto al descubierto, es de los que describen mejor, o menos mal, la situación de España en 1931.


Las Cortes Constituyentes*
El cuadro que presentaba España en el momento de la proclamación de la República no era muy simple que digamos. El país estaba dividido horizontal y verticalmente en un número de secciones mutuamente antagónicas. Para empezar, existía toda una serie de movimientos por la autonomía local en Cataluña y entre los vascos, a los cuales se oponía un bloque centralista, igualmente intransigente, en Castilla. Éstos movimientos autonomistas, aunque tenían hondas raíces en la historia de España, habían tomado recientemente un carácter de rebelión por parte de los intereses industriales en España contra el gobierno de los terratenientes. Así, el movimiento revolucionario de 1917 tenía fines paralelos a la revolución liberal inglesa de 1832. Por otra parte, la espina dorsal del centralismo castellano era el ejército, quien sacaba su fuerza de la clase media propietaria de tierras que, a su vez, había sido la principal ganadora en la abortada revolución liberal del siglo XIX. El ejército, naturalmente, apoyaba a las otras fuerzas conservadoras que lo rodeaban, el rey y la Iglesia, aunque en el caso de esta última había un límite a la ayuda que se le podía prestar, dado el hecho de que las pretensiones de la Iglesia eran tan elevadas que ningún cuerpo de opinión del país podía sostenerlas. La trayectoria propia del ejército era anticlerical. Un rasgo ulterior fue la unión que mantuvo con ciertos partidos políticos que representaban exactamente los mismos intereses materiales e incluso las mismas familias que el ejército.

Las clases trabajadoras estaban igualmente divididas en dos secciones: socialistas y anarcosindicalistas. La diferencia era también, hasta cierto punto, de carácter regional. Pero, aunque podemos afirmar con bastante seguridad que el socialismo, en su conjunto, representaba al centralismo castellano y el anarcosindicalismo al movimiento federal y autónomo del este y del sur, también podemos sostener que el socialismo defendía al proletariado urbano y a los empleados de comercio y el anarcosindicalismo a los labradores sin tierra de los grandes latifundios, con la sola excepción (grande, ciertamente) de Cataluña. Como ya hemos señalado más arriba, una solución agraria en España, si semejante cosa fuese posible, reduciría al anarcosindicalismo a las dimensiones de un movimiento puramente catalán. En una España socialista el anarcosindicalismo catalán tendría las mismas relaciones con Madrid que la Lliga y la Esquerra han tenido con los partidos monárquicos: aparecerían como movimientos separatistas catalanes.
Gerald Brenan

* Párrafos seleccionados del capítulo 11 de “El laberinto español”, 1943

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentarios moderados.