Lo primero que
debería hacer el nacionalismo catalán es aprender de sus errores, algunos de
ellos de una gravedad extrema. Lo que ocurre es que para aprender es imprescindible recordar, y esta gente que manda en Cataluña no quiere saber
nada de las consecuencias que se derivan de la DUI, esa declaración de
independencia que a ratos se produjo y a ratos no, según convenga al catanazi
de turno.
Eso sí, hay un
asunto que jamás olvidan: reivindicar la libertad de los que ellos llaman (solo
ellos) presos políticos. Lo evidencia así la primera decisión que ha tomado esa
separatista enmascarada llamada Colau, al volver a poner un enorme lazo
amarillo en el balcón del ayuntamiento de Barcelona, apenas prometió el cargo. Por
cierto, felicidades a Manuel Valls por el exceso de listura al apoyar gratis
total a semejante energúmena. Manolito, guapo, ¡menudo futuro te aguarda!
Ahora bien, hay
una cuestión que los golpistas catalanes deberían de recordar a todas horas y
no lo hacen: Las más de 5.000 empresas (ver imagen), no pocas de gran envergadura,
que han abandonado Cataluña (y siguen yéndose) como consecuencia de la tremenda falta de libertad e
inseguridad jurídica que existe en esa región trastornada por su fanáticos
dirigentes. Son gente, los catanazis, que viven en el más profundo de los
delirios, de ahí que sean incapaces de advertir que cuanto más dure el estado
de rebeldía respecto a las leyes, más cercanos estarán de adentrarse en la
miseria económica, primer paso para que el desempleo se incremente
exponencialmente y vaya seguido de la huida en masa de la población. Y no todos
se irán a Suiza, por supuesto.
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