viernes, 28 de junio de 2019

La Segunda República Española (6) 2 de 8


Stanley G. Payne describe en esta ocasión la transformación cultural que se había producido en España antes de 1930 y que fue la causa, en frase afortunada, de “una revolución psicológica de aspiraciones crecientes”. Es decir, los súbditos de la Monarquía caciquil comenzaban a estar preparados para la República democrática. A condición, claro está, que dicha República no se transformara en la más sectaria de las instituciones, como así sucedió. De lo que se deduce que los españoles disponían ya de cierto nivel cultural a la hora de valorar la democracia, si bien la ingenuidad respecto a ciertos políticos tampoco les era ajena.


Educación y cultura antes de la República (2)
El analfabetismo entre adultos descendió casi un 9 por ciento durante los años veinte; fue, en apariencia, la mejora más rápida en un periodo de diez años de la historia española. Aumentaron las oportunidades para las mujeres: su proporción en la población activa creció casi un 9 por ciento en los años veinte, mientras que en cuatro años (de 1923 a 1927), el porcentaje de mujeres que estudiaban en la universidad prácticamente se duplicó, pasando del 4,79 por ciento al 8,3 por ciento. Además, el número total de estudiantes universitarios en general se duplicó entre 1923 y 1930.

El resultado fue el comienzo de una transformación sociocultural esencial que dio lugar a la más fundamental de las revoluciones: la revolución psicológica de las aspiraciones crecientes. En 1930, y por vez primera, millones de españoles esperaban la rápida continuación e incluso el aumento de mejoras cruciales en asuntos sociales y políticos. Salvo que se tome en consideración la magnitud de esa reciente expansión y sus correlativos cambios sociales y psicológicos no puede comprenderse la sociedad española de los años treinta. Las radicales exigencias que siguieron no derivaban del hecho de que, con anterioridad, España hubiese sido incapaz de progresar, sino, precisamente, de que, en muchos campos, se había llevado a cabo un veloz progreso. Conforme millones de personas experimentaban una rápida mejoría en sus vidas, ellos y también otros estaban decididos a exigir todavía más.

Esta transformación creó una base potencial para la democratización, aunque sólo se trataba de un requisito previo e inicial y no podía garantizar el éxito. Las nuevas fuerzas republicanas que, repentinamente, alcanzaron el poder en abril de 1931 eran, en su mayoría, formaciones recientes y novedosas. El movimiento republicano originario de la década de 1860 había ocasionado la desastrosa experiencia de la Primera República entre 1873 y 1874, cuando el país prácticamente se desmoronó. Para dos generaciones, el republicanismo se había tachado de anárquico, y a comienzos del siglo XX se había expandido con lentitud. Lo que devolvió la vitalidad al republicanismo no fue tan sólo la acelerada modernización de España (aunque sí fuera un factor), sino el tremendo fracaso de la dictadura que parecía evidenciar la corrupción y autoritarismo de la monarquía y que la democratización sólo podría alcanzarse bajo una república.

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