Stanley G. Payne describe en esta ocasión la
transformación cultural que se había producido en España antes de 1930 y que
fue la causa, en frase afortunada, de “una revolución psicológica de
aspiraciones crecientes”. Es decir, los súbditos de la Monarquía caciquil comenzaban a estar
preparados para la República democrática. A condición, claro está, que dicha
República no se transformara en la más sectaria de las instituciones, como así
sucedió. De lo que se deduce que los españoles disponían ya de cierto nivel
cultural a la hora de valorar la democracia, si bien la ingenuidad respecto a
ciertos políticos tampoco les era ajena.
Educación
y cultura antes de la República (2)
El analfabetismo
entre adultos descendió casi un 9 por ciento durante los años veinte; fue, en
apariencia, la mejora más rápida en un periodo de diez años de la historia
española. Aumentaron las oportunidades para las mujeres: su proporción en la
población activa creció casi un 9 por ciento en los años veinte, mientras que
en cuatro años (de 1923 a 1927), el porcentaje de mujeres que estudiaban en la
universidad prácticamente se duplicó, pasando del 4,79 por ciento al 8,3 por
ciento. Además, el número total de estudiantes universitarios en general se
duplicó entre 1923 y 1930.
El resultado fue
el comienzo de una transformación sociocultural esencial que dio lugar a la más
fundamental de las revoluciones: la revolución psicológica de las aspiraciones
crecientes. En 1930, y por vez primera, millones de españoles esperaban la
rápida continuación e incluso el aumento de mejoras cruciales en asuntos
sociales y políticos. Salvo que se tome en consideración la magnitud de esa
reciente expansión y sus correlativos cambios sociales y psicológicos no puede
comprenderse la sociedad española de los años treinta. Las radicales exigencias
que siguieron no derivaban del hecho de que, con anterioridad, España hubiese
sido incapaz de progresar, sino, precisamente, de que, en muchos campos, se
había llevado a cabo un veloz progreso. Conforme millones de personas
experimentaban una rápida mejoría en sus vidas, ellos y también otros estaban
decididos a exigir todavía más.
Esta
transformación creó una base potencial para la democratización, aunque sólo se
trataba de un requisito previo e inicial y no podía garantizar el éxito. Las
nuevas fuerzas republicanas que, repentinamente, alcanzaron el poder en abril
de 1931 eran, en su mayoría, formaciones recientes y novedosas. El movimiento
republicano originario de la década de 1860 había ocasionado la desastrosa
experiencia de la Primera República entre 1873 y 1874, cuando el país
prácticamente se desmoronó. Para dos generaciones, el republicanismo se había
tachado de anárquico, y a comienzos del siglo XX se había expandido con
lentitud. Lo que devolvió la vitalidad al republicanismo no fue tan sólo la
acelerada modernización de España (aunque sí fuera un factor), sino el tremendo
fracaso de la dictadura que parecía evidenciar la corrupción y autoritarismo de
la monarquía y que la democratización sólo podría alcanzarse bajo una
república.
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