Hace unos días
que se repica en los medios una noticia que apesta de principio a fin. Me
refiero a ese préstamo de 11.000 millones de euros que Artur Mas le pidió a China
–con el inevitable beneplácito de Pujol, que nadie lo dude–, mediante el cual
los separatistas pretendían financiar a lo grande el inicio del golpe de Estado en Cataluña. ¿Razón de la solicitud del préstamo?
Cataluña es una nación ocupada militarmente por España desde 1714 que debe
liberarse de semejante opresión. Y claro, los chinos, que tienen el mismo
problema pero a la inversa en el Tibet, estas cosas las entienden la mar de
bien.
Tal hecho
sucedió en 2015, cuando Mas aún era presidente de la Generalidad catalana pero
seguía siendo un preso político –condición de lo más cierta en este caso– de la
familia mafiosa de Jordi Pujol, ese sujeto de cuerpo menudo y odio grande, muy
grande, a cuanto huela a España. Ese sujeto que, de habérselo propuesto, podía haberle
dado una estabilidad envidiable a Cataluña, incluso para dos o tres generaciones, en
lugar de haber empeorado su situación de territorio sin suerte, donde a resultas del adoctrinamiento intensivo y de sus maquiavélicos planes
comenzó la fuga de empresas y se inició la lenta decadencia del merecido y secular prestigio
catalán, que es lo que sucede cuando se fragmenta en dos partes a la población de cualquier región del mundo.
Artur Mas tuvo
un problema mucho mayor que ese “tres per cent” del que fue acusado por Pasqual
Maragall, un nacionalsocialista enmascarado que al final resultó, de la mano de
su hermano mayor, tan nacionalista radical como le hubiera gustado ser al
propio Pasqual. Pues bien, el problema fundamental de Mas consistía en ser
bastante bobo, otros dirían cortito de mente, además de ingenuo y servil en exceso
con la mafia pujolista, sin que a “Arturu” le sirviese de nada su complejo recién adquirido de “raza
superior”. Lo prueba el hecho no solo de haber iniciado la solicitud del
préstamo a China, sino del peaje inicial, como primera cuota, que estaba
dispuesto a pagar al mayor comunismo opresivo de los siglos XX-XXI: Una base naval china en Barcelona. ¡Y ahí lo dejo!
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