lunes, 10 de junio de 2019

Once mil millones tienen la culpa


Hace unos días que se repica en los medios una noticia que apesta de principio a fin. Me refiero a ese préstamo de 11.000 millones de euros que Artur Mas le pidió a China –con el inevitable beneplácito de Pujol, que nadie lo dude–, mediante el cual los separatistas pretendían financiar a lo grande el inicio del golpe de Estado en Cataluña.  ¿Razón de la solicitud del préstamo? Cataluña es una nación ocupada militarmente por España desde 1714 que debe liberarse de semejante opresión. Y claro, los chinos, que tienen el mismo problema pero a la inversa en el Tibet, estas cosas las entienden la mar de bien.


Tal hecho sucedió en 2015, cuando Mas aún era presidente de la Generalidad catalana pero seguía siendo un preso político –condición de lo más cierta en este caso– de la familia mafiosa de Jordi Pujol, ese sujeto de cuerpo menudo y odio grande, muy grande, a cuanto huela a España. Ese sujeto que, de habérselo propuesto, podía haberle dado una estabilidad envidiable a Cataluña, incluso para dos o tres generaciones, en lugar de haber empeorado su situación de territorio sin suerte, donde a resultas del adoctrinamiento intensivo y de sus maquiavélicos planes comenzó la fuga de empresas y se inició la lenta decadencia del merecido y secular prestigio catalán, que es lo que sucede cuando se fragmenta en dos partes a la población de cualquier región del mundo.

Artur Mas tuvo un problema mucho mayor que ese “tres per cent” del que fue acusado por Pasqual Maragall, un nacionalsocialista enmascarado que al final resultó, de la mano de su hermano mayor, tan nacionalista radical como le hubiera gustado ser al propio Pasqual. Pues bien, el problema fundamental de Mas consistía en ser bastante bobo, otros dirían cortito de mente, además de ingenuo y servil en exceso con la mafia pujolista, sin que a “Arturu” le sirviese de nada su complejo recién adquirido de “raza superior”. Lo prueba el hecho no solo de haber iniciado la solicitud del préstamo a China, sino del peaje inicial, como primera cuota, que estaba dispuesto a pagar al mayor comunismo opresivo de los siglos XX-XXI: Una base naval china en Barcelona. ¡Y ahí lo dejo!

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