Libertad, ¡loada palabra! Libertad, incompatible con las cadenas del socialismo real, el nacionalismo y el populismo. |
Para
un liberal, o al menos para un liberal-conservador como es mi caso (ver el
ideario a pie de página), es fácil admitir que en cualquier territorio existen
tantas culturas como individuos lo habitan, porque el liberalismo, aun dentro
de sus muchas variantes, prefiere destacar y valorar a la persona en
contraposición a las ideologías de izquierda, que son mucho más propensas a
reunir en grupos a los seres humanos y colectivizarlos. Quizá es así, y digo
sólo quizá, porque los hombres a puñados son más manejables que sueltos y a
su libre albedrío, y la izquierda tiene pavor a la libertad auténtica que
representa el individualismo, de ahí que a menudo intente atraerse a
determinados colectivos para aunarlos a sus propias huestes, en el buen
sentido, y luego considere al resto como enemigos mortales, en el peor de los
sentidos. Porque la izquierda es básicamente dualista, o conmigo o contra mí, y
no repara en gastos a la hora de estigmatizar a cualquiera que no pueda
controlar a su gusto o que piense de distinto modo.
Un
socialista afirmaría sin ningún rubor: “Me interesan los homosexuales pero
detesto a los católicos”. Ello es así por razones evidentes, sabe que a los
primeros puede llegar a convertirlos en clientes incondicionales (por lo menos
a bastantes de ellos) a partir de ciertas leyes complacientes y desinhibidoras,
mientras que a los segundos los declara hostiles, y los combate cuanto puede,
porque para la mentalidad socialista, que es siempre intrigante, es imposible
manipular a quien ya se halla manipulado por el clero.
No
olvidemos que el manejo sectario de las personas es la principal herramienta
ideológica de la izquierda, donde los que más destacan son los populistas de
nuevo cuño y rancia ideología. Luego a los católicos no tratan de atraérselos
con halagos o leyes a la medida de sus tradiciones y deseos, como a los del
primer grupo, sino que simplemente pretenden socavar los hábitos católicos y
provocar que se alejen de su fe y su fidelidad a la Comunidad de creyentes, de
ahí que el socialismo y similares ofrezca salidas fáciles a determinadas
situaciones, como pueda ser el divorcio rápido y sin causa, el aborto libre o
con plazos muy dilatados, la eutanasia más o menos regulada, la píldora del día
después, etc., que es todo aquello que la Iglesia rechaza al ir contra la moral
católica.
A la hora de encuadrar a las personas, el nacionalismo se comporta exactamente igual que la izquierda y las separa en dos grandes grupos: Adictos o enemigos, a los primeros los favorece cuanto puede y los coloca en las administraciones públicas o en las sociedades que controla, y a los segundos no les da ni una sed de agua y si puede los expulsa de su territorio, como es el caso de los más de 200.000 vascos que han buscado otros horizontes al ser incapaces de soportar tanta presión o amenaza, o como esos miles y miles de ciudadanos catalanes, muchos de ellos maestros o funcionarios de otro tipo, que han preferido pedir el traslado y marcharse a la menor oportunidad antes que seguir en la marginalidad profesional, civil y política.
La gran diferencia entre la izquierda y el nacionalismo, aun cuando ambos sienten un tremendo apego al poder y se consideran los únicos legitimados para gobernar, es que mientras los primeros no valoran lo que tienen, en este caso la nación española, puesto que lo suyo es la inmoralidad del vivir al día, el “ande yo caliente...” y el tras de mí el diluvio, los nacionalistas hacen planes para las siguientes ocho generaciones y algunos presumen de contar con más de 110 años de historia reivindicativa. El nacionalismo, además, se preocupa mucho de fijar con la mayor exactitud posible el territorio donde deben congregarse los suyos, los de su raza o su etnia. Mientras que el socialismo y la izquierda en general, al menos en España, no le da la menor importancia a conservar íntegro el Estado porque prevalece en ellos el deseo de mantenerse en el poder aunque se le vaya reduciendo el suelo que pisa a consecuencia de los peajes que paga a quienes necesita para gobernar.
Para
distraer a sus huestes y evitarles que piensen en asuntos realmente serios,
tanto la izquierda como el nacionalismo emiten mensajes del tipo “alianza de
civilizaciones”, que es la consigna sustitutiva de otras frases como “la
dictadura del proletariado” o “trabajadores del mundo, uníos”, o bien del tipo
“hecho diferencial”, “España plural, "Estado multicultural", etc. En
ambos casos son frases huecas, pero la diferencia entre unas y otras estriba en
que mientras los nazis-onanistas exigen fuera lo que no respetan dentro, las
consignas de la izquierda, que de nuevo aparecen cargadas de utopía
perfectamente irrealizable, quieren mover a alcanzar un seudo universalismo y
van destinadas a ese contingente de miles de bobos que les secundan en las
facultades, en los medios de prensa o en el submundo de ensayistas y
conferenciantes donde siempre hay alguien que teoriza, formaliza y da esplendor
a unos lemas sin contenido.
En
resumidas cuentas, ambas ideologías totalitarias —cabría hablar de
neototalitarias al baño maría— usan y abusan del “conmigo o contra mí”, que es
la filosofía más antiliberal posible y que por coherencia debemos combatir sin
tregua. Y volviendo al inicio de este artículo, para terminar me gustaría dejar
bien claro que uno, precisamente por su talante liberal (la palabra talante
siempre debe ir adjetivada o no significa nada), siente el máximo respeto por
los homosexuales, pero precisamente por existir en mí ese respeto hacia ellos
me molesta que se les use como mercancía electoral y se les engatuse de cara a
esos desfiles del "Orgullo" que acostumbran a encabezar y presidir
ciertos elementos de la izquierda. Claro que aún siento mayor rechazo al ataque
frontal contra el mundo cristiano que el socialismo practica.
Artículo revisado, insertado inicialmente el 25 de noviembre de 2004 en Batiburrillo de Red Liberal
PD: El comportamiento sarmentoso de los partidos de
izquierda y el de los nacionalistas no ha variado un ápice desde que elaboré el
artículo. Al contrario, la aparición de los comunistas exaltados de Podemos,
que como vemos por su comportamiento en las alcaldías son auténticos
antisistema para los que la ley apenas cuenta, junto a la radicalidad de Pedro
Sánchez, que es incapaz de impedir que el PSOE (una formación de la izquierda
en teoría moderada que ahora no se comporta así) pacte con lo peor de lo peor con tal de que la derecha no
gobierne, hacen que los párrafos precedentes mantengan toda su vigencia.
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