jueves, 2 de mayo de 2019

Cataluña vista por un británico en 1830 (1)

Hay tres escritores de alguna notoriedad que usan el mismo nombre: Richard Ford. Uno es norteamericano, nacido en 1944 y dedicado esencialmente a la novela. Los otros dos son británicos. Para el caso que nos ocupa, el autor que interesa es el Richard Ford que vivió entre 1796 y 1858 (imagen), al que se catalogó de hispanista (¿?) y que permaneció durante varios años (1830-1833) residiendo en España y recorriendo en diligencia o a caballo gran parte de ella.

En 1845 Ford publicó una colección de libros de viajes, en 9 o 10 entregas (según ediciones), bajo el título genérico de “Manual para viajeros por España y lectores en casa”, en la que cada tomo correspondía a una región española peninsular de las de entonces, donde Logroño (La Rioja) y Santander (Cantabria) solo eran provincias y se integraban en Castilla la Vieja, mientras que Zamora, Salamanca y Valladolid formaban parte de la región denominada León.

Veamos que dice Ford sobre los catalanes que conoció:

“Los catalanes no son muy corteses y hospitalarios con los forasteros, a quienes temen y odian. No son ni franceses ni españoles, sino sui generis tanto por lo que se refiere al idioma como al vestido y las costumbres; la aspereza, la actividad y la industria manufacturera de las zonas cercanas a Barcelona bastan por sí solas para advertir al viajero de que ya no se encuentra en la nobiliaria e indolente España.

Son un resto de Celtiberia y suspiran por su independencia perdida [parece que al autor le hicieron creer que Cataluña fue alguna vez independiente]; y no hay provincia del mal unido manojo que constituye la monarquía convencional de España que cuelgue menos firmemente de la Corona que Cataluña, esta región clásica de la revuelta, siempre dispuesta a emprender el vuelo: rebeldes y republicanos, bien pueden los indígenas llevar el gorro color sangre [barretina] del muy prostituido nombre de la libertad. Tanto ellos como su país son la maldición y la debilidad de España y una perpetua dificultad para los gobiernos. Cataluña es el niño mimado de la familia peninsular, al que, a pesar de ser el más díscolo e ingobernable, se sacrifica al resto de la prole.

Los catalanes, tremendamente egoístas, tienen muy poca consideración para con las demás provincias; y su carácter activo, sufrido y turbulento les hace difíciles para la pasiva indolencia del resto de la península. Sin embargo, por ásperas que sean sus maneras, se dice que una vez bien conocidos resultan sinceros, honrados, honorables y, en una palabra, diamantes en bruto. Su lenguaje corresponde a su carácter, ya que hablan una especie de duro lemosín con hosca entonación”.

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