Hay tres escritores de alguna
notoriedad que usan el mismo nombre: Richard
Ford. Uno es norteamericano, nacido en 1944 y dedicado esencialmente a la novela. Los
otros dos son británicos. Para el caso que nos ocupa, el autor que interesa es
el Richard Ford que vivió entre 1796 y 1858 (imagen), al que se catalogó de
hispanista (¿?) y que permaneció durante varios años (1830-1833) residiendo en
España y recorriendo en diligencia o a caballo gran parte de ella.
En 1845 Ford publicó una
colección de libros de viajes, en 9 o 10 entregas (según ediciones), bajo el
título genérico de “Manual para viajeros
por España y lectores en casa”, en la que cada tomo correspondía a una
región española peninsular de las de entonces, donde Logroño (La Rioja) y
Santander (Cantabria) solo eran provincias y se integraban en Castilla la Vieja,
mientras que Zamora, Salamanca y Valladolid formaban parte de la región
denominada León.
Veamos que dice Ford sobre los
catalanes que conoció:
“Los catalanes no son muy
corteses y hospitalarios con los forasteros, a quienes temen y odian. No son ni
franceses ni españoles, sino sui generis tanto por lo que se refiere al idioma
como al vestido y las costumbres; la aspereza, la actividad y la industria
manufacturera de las zonas cercanas a Barcelona bastan por sí solas para
advertir al viajero de que ya no se encuentra en la nobiliaria e indolente
España.
Son un resto de Celtiberia y
suspiran por su independencia perdida [parece que al autor le hicieron creer
que Cataluña fue alguna vez independiente]; y no hay provincia del mal unido
manojo que constituye la monarquía convencional de España que cuelgue menos
firmemente de la Corona que Cataluña, esta región clásica de la revuelta,
siempre dispuesta a emprender el vuelo: rebeldes y republicanos, bien pueden
los indígenas llevar el gorro color sangre [barretina] del muy prostituido
nombre de la libertad. Tanto ellos como su país son la maldición y la debilidad
de España y una perpetua dificultad para los gobiernos. Cataluña es el niño mimado
de la familia peninsular, al que, a pesar de ser el más díscolo e ingobernable,
se sacrifica al resto de la prole.
Los catalanes, tremendamente
egoístas, tienen muy poca consideración para con las demás provincias; y su
carácter activo, sufrido y turbulento les hace difíciles para la pasiva
indolencia del resto de la península. Sin embargo, por ásperas que sean sus
maneras, se dice que una vez bien conocidos resultan sinceros, honrados,
honorables y, en una palabra, diamantes en bruto. Su lenguaje corresponde a su
carácter, ya que hablan una especie de duro lemosín con hosca entonación”.
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