Para apreciar la
verdadera talla de un líder es necesario que dentro de la formación política a
la que éste pertenece haya uno o varios aspirantes que le disputen el liderato, a poder ser con alguna lealtad. No sería el caso del Partido Popular, donde un tipo aferrado al poder en
Galicia tiene como objetivo, mediante su propia persona o a través de terceros
interpuestos –se les llame barones o infiltrados de a medio pelo–, desbancar de la presidencia del PP a Pablo
Casado. Es decir, no le interesa tanto el control de la Ejecutiva en Madrid, sino el mando sobre la misma desde Santiago de Compostela.
El tipo en cuestión
es Alberto Núñez Feijóo, que presume de ir de centrista por la vida cuando en
Galicia, mediante una dictadura lingüística no demasiado distante de la
catanazi, hace años que viene demostrando su instinto nacionalista gallego. Y
un nacionalista, incluso si es a la chita callando como hace el sinuoso Feijóo,
¡vive Dios que de lo último que puede presumir es de centrismo, puesto que hay
una parte de la población favorecida en perjuicio de la otra!
Y es que el nacionalismo,
en función de la intensidad de pensamiento que posea y de la radicalidad con la
que proceda, no es que sea incompatible con el centrismo, sino que es completamente
opuesto incluso a la democracia y a la libertad. De ahí que cuando Feijóo
reprocha a Casado el haberse alejado del centro, sobre todo al perder las
generales, en lugar de buscar razones mucho más objetivas y de fondo, como la
herencia tan lamentable de Rajoy, usa la más vil de las falsedades: Haber
descentrado al PP.
No contento con
la martingala descrita, Feijóo justifica ahora un resultado bastante aceptable del
PP en las municipales y autonómicas mediante el hecho de que Casado le hizo
caso a él y centró el partido. O sea, el viejo método de los oportunistas: “cara,
gano yo; cruz, pierdes tú”. Casado lo niega, por supuesto. Y encima le da en
los morros a Feijóo aludiendo a que la mayor victoria no se ha producido en
Galicia, donde el PP ha perdido las grandes ciudades, sino en la comunidad de Madrid
y su ayuntamiento, con sendos candidatos que fueron elegidos personalmente por Casado y más bien alejados de la línea centrista que Feijóo trató y trata de imponer a otros, cuando lo
cierto es que esa línea no existe en Galicia.
En resumidas
cuentas, desde mi punto de vista es extrema la necesidad de que Casado fulmine tan
pronto pueda a su oponente, o al menos lo arrincone hasta que se dé su propio batacazo en las autonómicas gallegas, para lo cual debería de comenzar por no ir tan a
menudo en romería a Galicia.
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