La reflexión continuada, no solo la del
día previo a las elecciones, me lleva a contemplar un único escenario posible:
O se vota a favor de España y sus instituciones o se vota en contra. Lo primero
supone al aprecio a la historia en común de más de 500 años, así como a unas
tradiciones compartidas que sobrepasan los dos milenios. Lo segundo implica el
desprecio a todo lo anterior, además del ultraje a cuantos de nuestros
antecesores dieron lo mejor de su vida para crear una patria inmortal, fuese en
la milicia, las artes, las letras o… esa vocación excelsa que pocas naciones han logrado poseer: La creación de una cultura común, basada en el idioma, que
afecta a una treintena de naciones en tres continentes: Hispanidad.
Si uno quiere ampliar la reflexión, no tardará
en identificar qué partidos políticos se encuentran a uno y otro lado, es
decir, cuáles permanecen junto a la España admirada –que no lo dude nadie,
quien conoce bien la historia universal sitúa a España entre las naciones
admirables– y, por el contrario, qué formaciones se sitúan en la anti España y
promueven una fractura territorial que Dios sabe en qué les beneficia, salvo en
el deseo de satisfacer su odio e instinto cainita, que es la única ideología de
tal forma de proceder.
Los anti España saben de sobras que no
les basta con apetecer las desaparición de nuestras instituciones y símbolos
más sentidos por muchos, comenzando por la Corona, la bandera y el himno, que
junto a otros estamentos de elevado espíritu patriótico, Ejército, Guardia
Civil y Policía Nacional, hacen que la nación española sea poco menos que
indestructible. De ahí que los anti España, caso de los nacionalismos
periféricos y el social-comunismo, lleven décadas intentándolo y convencidos de
que “ahora sí que sí” lo lograremos. Sirva tu voto, estimado lector, para
evitar hacerles el juego a los sin alma y sin patria. No les cedamos el terreno aunque solo sea en los municipios y las regiones.
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