Dibujo de John Frederick Lewis, 1833, en el que aparece el aristócrata Ford a la derecha del grupo de cazadores. |
"El «Diccionario Manual»,
de Roca y Cerdá, octavo [tamaño octavilla], Barcelona, 1824, sirve de útil
intérprete entre el español y el catalán. Los catalanes, que son gente
físicamente robusta, son fuertes, nervudos y activos, sufridos en las fatigas y
las privaciones, bravos, audaces y obstinados, prefiriendo morir a ceder. Son
materia prima de excelentes soldados y marinos, y siempre que han sido bien
mandados han demostrado su valor e inteligencia tanto en mar como en tierra. El
comercio y la libertad, que de ordinario sirven para educar a la humanidad, no
han conseguido nunca eliminar sus supersticiones; y así vemos que sólo
Barcelona tenía en 1788 82 iglesias, 19 conventos de frailes y 18 de monjas,
además de oratorios, etc. (Ponz, XIV, 7) [Conviene recordar que buena parte de
lo que Ford describe, sobre todo cuando destaca las cualidades de los catalanes (nada más justo), está basado en la obra del valenciano Antonio Ponz Piquer, a quien el británico emuló incluso en las rutas
para recorrer España].
Estos fieros republicanos,
rebeldes al cetro [son conocidos los diversos intentos de rebelión de la burguesía catalana contra el rey Fernando, el Católico], siempre han inclinado la cerviz ante la cogulla [hábito con
capucha] y el báculo; como sucede con los valencianos, mientras tiemblan ante
la idea sola de desobedecer a un ritual prescrito por un monje, no vacilan en
matar a un hombre; pero sus antepasados fueron los primeros en deificar a
Augusto en vida. Dieron así ejemplo de servilismo a los españoles y acabaron
siendo despreciados hasta por Tiberio por haberle erigido templos (Tácito,
Anales, I. 78, IV. 737).
Los catalanes, bajo los reyes
aragoneses [conviene resaltar la frase], tuvieron durante el siglo XIII la iniciativa en la conquista
marítima y el derecho del mar. El comercio nunca les pareció una degradación,
hasta que su provincia fue anexionada por los orgullosos castellanos [el autor parece que ignora que no hubo anexión alguna, sino la unión de dos coronas: Castilla y Aragón], lo que
representó el primer golpe serio asestado a su prosperidad [el autor tampoco considera que la reducción de la prosperidad afectó casi en exclusiva a la arrogante burguesía catalana (casta que desde siempre ha envenenado a la población de Cataluña). Y fue así por la intervención del rey Fernando a favor de la liberación de los campesinos de la remensa, cuyo estado de semiesclavitud sin duda enriquecía a los burgueses y llegó a fomentar varias rebeliones sangrientas].
Fue entonces cuando
comenzaron las constantes insurrecciones, guerras y ocupaciones militares, que
hundieron el comercio pacífico. A esto sucedió la invasión francesa y la
pérdida de las colonias sudamericanas. El antiguo comercio de exportación ha
disminuido por tanto considerablemente, excepción hecha de Cuba, donde, quedando
reducido al mercado interno, tiene que competir con Francia e Inglaterra.
Cataluña es a la primera lo que Gibraltar a la segunda, es decir, una puerta de
entrada de mercancías de contrabando. «Todo el mundo se dedica al contrabando»
(véase lo dicho sobre Ronda), sobre todo los funcionarios, comisarios y
guardias de aduanas. La exhortación a «proteger las incipientes manufacturas
nacionales» por medio de fuertes gravámenes contra las mercancías extranjeras
es la cortina de humo oficial que camufla la entrada clandestina de mercancías
prohibidas. La importación de mercancías inglesas en España por valor de
alrededor de un millón y medio se compensa comprando por lo menos el doble en
vino, aceite, fruta y otros productos españoles, con lo que la balanza de pagos
suele ser favorable a España. Los franceses hacen mejor las cosas: venden
alrededor de tres millones y compran aproximadamente la mitad".
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