No conozco una
palabra más desprestigiada e inútil que la de “Diálogo”. Ni siquiera es superada por la
de “Pin” parental, que en el fondo encierra un propósito honroso pero exigido a lo
cazurro y a destiempo frente o otros cazurros que encima van de superguays aun cuando tienden a desaparecer como partido. Y es aún mucho peor cuando el diálogo lo usan ciertos
políticos de garrafa, que son los que no valen un pimiento bajo el prisma de la ética y a veces llevan
coleta o miden casi dos metros, puesto que solo quieren dar la sensación de
que todo se soluciona dialogando y la mala gente son los demás.
“Tómese tres píldoras de diálogo al día, una
cada 8 horas”, diría algún mamón izquierdista para calmar la ansiedad de su
oponente. Lo de mamón es válido aceptarlo en el peor de los sentidos, uno de
ellos puede ser el de mamar de lo público, cuyo resultado es pasar de una
vivienda de protección oficial a un palacete.
Es más, lo del
diálogo no ha surgido en los últimos tiempos, la palabra fue usada muy a menudo
por el segundo peor presidente del gobierno que ha tenido España, ZP. Aclaro
que el primero en la escala del horror político es el traidor Fraudez, que en
20 días ha logrado superar cualquier nivel de vileza anterior. Lo que ocurre es
que ahora el uso del diálogo se ha convertido en una calamidad, a la altura de
ese coronavirus que los comunistas chinos acabaron reconociendo cuando ya no
pudieron ocultarlo más. Y si no que se lo pregunten al pobre oftalmólogo que en
su momento alertó al descubrir que no era gripe común y acabó en la trena.
Ahora dicen que ha fallecido, otros lo niegan. Tiendo a creer lo primero, en cuyo caso huelga la pregunta.
Ahora bien, se
sabe que en el mundo de los catanazis y los euskonazis es donde usan más la
palabra diálogo. Todos quieren una suerte de diálogo eterno con los poderes del
Estado, ya que saben de sobras que cada equis tiempo de diálogo les caerá un
momio (mucho beneficio con poco esfuerzo) en forma de nueva transferencia o
cesión de titularidad de un bien público. La clave, eso sí, consiste en no
tener ninguna prisa y en atender al refrán: “Con el tiempo y una caña… hasta
las más verdes caen”.
En el caso del
diálogo entre un alto cargo del Estado y un separatista, el chantaje político
ayuda aún más que una caña. ¿Quieres que te apoye en los presupuestos y ganas un
año de vidilla?, preguntó un podrido dialogador de ERC al doctor Fraudez. ¡Sí!,
respondió éste con entusiasmo. Conforme, te apoyaré en los presupuestos, pero
que sepas que entonces me quedo el Aeropuerto del Prat y ya puedes olvidarte de
los 70.000 millones de euros que le debemos a Hacienda. De donde se deduce que
la palabra diálogo no anda lejos de usarse como un medio propicio para el
chantaje.
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