Siempre he oído
decir que un parlamentario, en virtud de su derecho de expresión, puede opinar sobre
lo que considere conveniente desde la tribuna de oradores o, cuando haya lugar a
dúplica, desde su propio escaño. Salvo que incurra en el insulto personal contra
otros parlamentarios o autoridades y no se amenace con violencia. Pero si no se
dan los insultos o amenazas, está claro que el parlamentario en cuestión tiene
inmunidad para expresar lo que desee sobre un determinado asunto.
Ahora bien, esa
inmunidad se logra cuando la opinión se vierte en el interior del Hemiciclo y
como consecuencia de una sesión parlamentaria. No cuando se lee un manifiesto de
lo más ofensivo hacia el Jefe del Estado y se dice que “el Rey no nos
representa”, entre otras lindezas de carácter totalitario. No cuenta la
inmunidad para ellos, por supuesto, si se reúnen en una sala aparte (remedo
de la habitación del pánico) unos cuantos golpistas de cinco grupos
parlamentarios, que comprenden un total de 49 diputados, y se dedican a arrojar
basura contra el Rey ante las cámaras de TV. Porque en ese momento han perdido
toda inmunidad parlamentaria y estarían cometiendo el mismo crimen que si se ocuparan
en asestar navajazos por los pasillos del Congreso.
Se dirá que la
reunión de los felones (traidores que incurren en un delito) estaba autorizada
por Meritxell Batet, si bien dudo mucho de que la “Pelofrito” tenga autoridad
para dar por bueno un mitin preelectoral (recordemos que había grupos de
Cataluña, País Vasco y Galicia) a cuenta de unas autonómicas que deben
celebrarse en pocos meses. Mitin en el que los delirios nacionalistas que se
expresaron fueron un insulto en sí mismos, insulto al que habría que sumarle
los numerosos agravios dirigidos al Rey de los españoles.
En resumidas
cuentas, creo que corresponde procesar a los 49 felones (e ilegalizar a sus
partidos), y, por añadidura, a Meritxell Batet. Total, 50 felones para
cuadrar la cuenta. Porque los diputados nazis carecían de inmunidad
parlamentaria en esa sala, sin que les valiera de nada la autorización de la
Presidenta del Congreso, ya que ésta debió informarse a fondo de lo que pretendían
sus autorizados. O como mínimo hacerse con una copia del Manifiesto de los
felones y dárselo a leer a uno de los abogados del Congreso o leerlo ella misma.
¡Huy, qué he dicho! ¿La Batet leyendo algo que no le haya escrito su secretario
y en letra bien gorda? Va a ser que no, se lo impide su vagancia habitual y su separatismo
enmascarado. Lo cierto que la individua no debió tenerlo nada claro ya que al
final de su discurso se lanzó como una posesa a dar vivas al Rey.
Enlace al Manifiesto de los felones donde se advierte, además, que está plagado de falsedades.
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