sábado, 4 de mayo de 2019

Cataluña vista por un británico en 1830 (3)


Desearía que los posibles lectores de esta serie tuviesen en cuenta que las opiniones del británico Ford corresponden a las de un aristócrata saturado de engreimiento –que va siempre acompañado de desprecio hacia los demás– como consecuencia de que habían transcurrido menos de dos décadas desde que los ingleses derrotaron al Imperio napoleónico en toda Europa, circunstancia de la que presume a menudo a lo largo de su obra –y de paso reprocha la ingratitud de los españoles por no reconocer lo suficiente la ayuda en España del duque de Wellington–. Ford, simplemente, percibía el mundo desde la óptica de un súbdito del Imperio británico en 1830, cuando ya poseía la India, Australia, Canadá y otras muchas posesiones en África y Asia. De hecho, los españoles no salieron bien librados en ninguna de las regiones de España que Ford describió.


“Los fabricantes catalanes son poco más que una pantalla, como lo demuestran Marliani [Manuel Marliani Cassens, Cádiz 1795-Florencia 1873. En 1833 el gaditano escribió la obra (en francés) “España y sus revoluciones”] y todos los que entienden del tema; y no pueden cubrir ni siquiera una tercera parte del consumo nacional. Si el número de telares que poseen fuera cierto, España debiera consumir más del doble de algodón en bruto del que realmente consume. Los catalanes son defensores del proteccionismo total. ¿Y de qué les ha servido?

A pesar de concesiones y protecciones, siguen siendo, como siempre, fabricantes de segunda en comparación con los franceses e ingleses. Nuestro comercio con Barcelona, que es la capital comercial de España, solía ser grande, pero ahora apenas existe, aparte de enviar allí carbón y maquinaria, porque los franceses nos han desplazado por completo; en realidad, muchos catalanes no son otra cosa que agentes para el contrabando de productos franceses, que con frecuencia se introducen con marcas falsificadas como si fueran de manufactura española. Si se aboliera el sistema de prohibiciones, los intereses de estas dos partes [franceses y catalanes] caerían por su propio peso.

Al norte de España, que de esta manera queda herméticamente cerrado, se envía una tercera parte de todos los productos franceses de algodón. Si se abriera el mercado y se diera la misma oportunidad a todos, sin favorecer a nadie, Inglaterra, con sus productos más baratos y mejores, se llevaría la mejor parte —hinc illae lacrymae! [¡por lo tanto, esas lágrimas! O traducido a un lenguaje más corriente: ¡De qué se quejan!]—, y he aquí la razón de que estos intereses poderosos, ricos, activos y bien organizados se opongan a toda mención de tratados comerciales o cambios de tarifas. Una conspiración galo-catalana soborna a los delegados del gobierno, falsifica sus informes, compra a la prensa venal [sobornable], y por si nada de esto bastase, amenaza, como última ratio, con una rebelión.

La Península entera sufre y está empobrecida y desmoralizada por estas intrigas, porque una tarifa comercial es el único remedio que podría sacar a este desventurado país de su actual estado de impotencia y desesperanza financiera. Este cambio beneficiaría a España infinitamente más que a Inglaterra, y, sin embargo, los enemigos monopolistas repiten la vieja historia, tan vieja que data de Felipe IV, de que «el comercio dorado» de España es de vital importancia para Inglaterra; y dicen que somos nosotros los que insistimos en un tratado para salvar a nuestro pueblo de la más completa penuria. Estas tonterías son difundidas por legiones de commis voyageurs [vendedores ambulantes], caballeros que odian las hojas de afeitar, la verdad y el jabón, y que ahora invaden España; porque para ellos sí que este comercio es de vital importancia; pero Inglaterra, esa «nación de tenderos», no envía viajantes de comercio a repartir comisiones, ni soborna periódicos; más aún, se diría que la clientela española le pasa desapercibida a nuestros principescos comerciantes [está bastante claro que Ford incurre a menudo en ataques de soberbia a favor de los ingleses y de menosprecio al resto del mundo].

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