lunes, 6 de mayo de 2019

Sobre el progresismo


No es posible que prospere la ambición de poder y las ventajas que el mando acarrea sin que, como herramienta para lograrlo, deje de utilizarse el artificio continuado. Alguien se ha parado a pensar qué razones existen para que la izquierda evite el uso de los términos “socialismo” o “comunismo” y cada vez que le interesa disimular su verdadero yo –desprestigiado en las etapas de gobierno– los sustituya por otras definiciones tan llamativas como engañosas.

A modo de ejemplo citemos el término “progresismo”, absurda premisa que el socialismo usa a todas horas sin que muchos reparen en que encierra el mayor de los fraudes. Lo mismo hace la otra izquierda con las siglas, el PCE (Partido Comunista de España), hace años que se convirtió en Izquierda Unida, absorbido hoy por ese populismo bolivariano que se pronuncia acérrimo defensor del dictador Maduro. Luego el progresismo no es más que pura propaganda.

Seamos claros, con el social-comunismo es imposible que la sociedad en su conjunto progrese, como se ha demostrado en numerosos países y diversas épocas –lo de Venezuela es directamente un horror tiránico–, y cuando las circunstancias se comprueban una y otra vez, entonces se convierte en ciencia. Una ciencia cuyo principal axioma es el siguiente: El socialismo es incompatible con el progreso. El progreso socialista, si acaso, va destinado a la clientela habitual de la izquierda, es decir, a una parte menor de la ciudadanía.

Aseguran que el progreso consiste en el cambio, pero cabe añadir que ello es así siempre que sea a mejor. No se trata de conservar costumbres trasnochadas, que es a lo que el socialismo alude para imponer el cambio, pero tampoco debe buscarse ese “todo vale” cuasi revolucionario que nos acerque a la anarquía, ya que convierte a cualquier país en ingobernable y es el motivo principal de que se pierda un bienestar a veces logrado el transcurso de varias décadas. El progreso –que no progresismo– debería ser siempre la esperanza en un futuro más benigno, a condición de que fuese acompañado de libertad, orden y justicia.

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