Si
la iniciativa de permitir votar en el País Vasco a todos los vascos exiliados
de su tierra por la coacción de las pistolas etarras acabase convirtiéndose en
democrática realidad sería una buena noticia, pues no son menos vascos que
ningún otro y ya es hora de que vayan recobrando derechos que les han sido
conculcados. En ello está el gobierno, al que hay que exigir que no se
amedrente ante la más que previsible obstrucción de los nacionalistas a que tan
higiénica iniciativa llegue a buen puerto.
Se
opondrán los nacionalistas vascos porque son conscientes de que los obligados a
abandonar su tierra conocen perfectamente quienes son los enemigos de la
democracia: aparte de los terroristas, los que recogen las nueces del nogal agitado
por ETA, siendo por tanto predecible que el grueso del voto exiliado apostase
por la libertad, con el consiguiente perjuicio para los excluyentes partidos
nacionalistas.
Así,
y mientras no sean libres de residir donde apetezcan, bienvenida sea esta
medida tendente a restaurar parte de los derechos perdidos por las víctimas del
totalitarismo etarra y sus cómplices. Además, tendría mucho de justicia poética
–la “justicia democrática” es evidente– que los votos de los damnificados por
las pistolas fuesen decisivos para derrotar de una vez por todas a los
pistoleros de las calles y a sus adláteres en las instituciones.
Es una buena medida. Falta ver como la encajan legalmente, que luego llegan los Tribunales Prostitucionales y se cargan lo que haga falta... Si de verdad quieren que funcione y se haga realidad, yo, antes, cambiaría a algunos elementos de ciertos puestos.
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