Nos
ilustra también Viñas sobre lo sucedido en 1.936. Cree que el conglomerado de
partidos adheridos al Frente Popular buscaba “la refundición del ideario
republicano”, si bien no profundiza más en la cuestión, y critica severamente a
Payne que éste señale la evidencia: el Frente Popular exaltaba la insurrección
de octubre, promovía la amnistía general para los elementos izquierdistas y
perseguía a los encargados de defender la legalidad. Compara la amnistía
propugnada por el Frente Popular con la promovida durante el segundo bienio.
Niega la táctica revolucionaria de utilizar a Azaña como “caballo de Troya”.
Las
elecciones de febrero son para Viñas “de las más limpias de la historia de
España”. Achaca a los gobiernos de republicanos asistidos en las Cortes por el
Frente Popular el no haber sabido contrarrestar la crispación provocada por las
derechas, que habrían creado y propagado un clima de violencia. Califica de
“exageradas” las estadísticas leídas por Calvo Sotelo en las Cortes que, al
igual que Mola, simplemente seguiría las tácticas de provocación ya inauguradas
por Gil Robles, aportando como prueba un mensaje de Mola a Sanjurjo: “No está
(Mola) dispuesto a operar en frío sin acontecimientos graves”. Los desmanes de
los revolucionarios –cuyo peligro según Viñas realmente no era tal y quien
sostenga lo contrario es “víctima de la propaganda
franquista/fascista/eclesiástica”– son eufemísticamente reconvertidos en
“huelgas y disturbios” y habrían obedecido a las expectativas truncadas por la
lentitud de las reformas, al fuego atizado durante el segundo bienio, al deseo
de recuperar el espíritu transformador de la coalición republicano-socialista y
al ánimo de presionar al gobierno. No admite que se adjudique a los socialistas
responsabilidad alguna en el desencadenamiento de la guerra civil, pues eso
significaría escribir la historia “desde el punto de vista de las necesidades
presentes”.
Contra
lo propugnado por Viñas, Payne tiene razón y aún se queda corto: el programa
del Frente Popular –suscrito por organizaciones en su mayoría revolucionarias
aunque Viñas parezca ignorarlo– era arbitrario, antidemocrático e ilegal, si
bien el concepto que Viñas tiene de la democracia tal vez le haga imposible el
percibirlo así. La amnistía concedida durante el segundo bienio benefició a
personas de derechas e izquierdas, con lo cual no tuvo el carácter sectario inherente
a la concedida por el Frente Popular –con la anuencia de las derechas, si bien
ya las masas revolucionarias habían liberado a los presos izquierdistas– y no
incluyó, desde luego, la persecución de los encargados de reprimir las
sublevaciones, importante matiz éste del que Viñas prefiere no informar al
lector. Y, mal que le pese al parcial historiador, el propósito de comunistas y
socialistas –según “El Socialista” “El plan del socialismo español y del
comunismo ruso es el mismo”– era utilizar a los republicanos como paso previo a
la obtención del poder.
Las
elecciones de febrero estuvieron precedidas de asesinatos y otras violencias. Apenas
conocidos los primeros resultados se cometieron numerosos fraudes, la segunda
vuelta de las elecciones fue simplemente una farsa y la actuación de la
Comisión de Actas constituyo un despojo en toda regla por parte del Frente
Popular. Vemos así que el concepto de Viñas sobre qué son unas elecciones
“limpias” se aleja, consciente o inconscientemente, un tanto de cualquier ideal
democrático. Los numerosos crímenes cometidos durante el breve periplo de los
gobiernos de Azaña y Casares procedieron mayoritariamente de los
revolucionarios –como bien reconocieron, ajenos a propagandas y
desinformaciones, Azaña o Largo Caballero entre otros–, que veían tremendamente
cercana la posibilidad de llevar a la práctica sus anheladas utopías. Las estadísticas leídas por Calvo y Gil
Robles en el Parlamento no fueron rebatidas por la mayoría frente populista. Leídas,
por cierto, en ese mismo parlamento en el que diputados de izquierdas
reconocieron cual era la verdadera procedencia de las violencias, ese mismo
parlamento que legislaba a remolque de la presión revolucionaria en las calles,
ese mismo parlamento, en fin, en el que –con gran normalidad democrática para
Viñas– se amenazaba de muerte a diputados de derechas.
Acierta
Viñas en su diagnóstico de la causa de “las huelgas y disturbios” cuando habla
de la impaciencia de los revolucionarios –al menos de los socialistas– por la
lentitud de las reformas y su ánimo por presionar al gobierno: para los
socialistas antidemocráticos y revolucionarios los gobiernos de Azaña y Casares
no significaban más que el último paso en su camino hacia la dictadura del
proletariado, que para el famoso historiador parece ser el culmen de la
democracia al anatemizar a quien se atreva a negarle al PSOE de 1.936 el
carácter de democrático.
Así
que Viñas no ha logrado demostrar ninguna de sus tres famosas hipótesis:
1-
¿Ordenó Franco el asesinato del general Balmes? Ofrece datos que pueden inducir
a creer que sí, pero en ningún caso pruebas concluyentes, concediendo, por
supuesto, que aunque lo propugnado por Viñas fuese correcto demostrarlo
irrebatiblemente podría ser poco menos que imposible.
2-
¿Traicionó Inglaterra a la democracia española? Objetivamente no, pues a la
democracia, en mayor o menor medida, ya la habían traicionado los propios
españoles, mayoritariamente los fetiches izquierdistas de Viñas. Desde el punto
de vista de éste tal vez sí: todo dependerá de si trata de confundir al lector
haciéndole creer que en la España del Frente Popular se disfrutaba de una
democracia idílica o si, por el contrario, ese es el tipo de democracia
apetecida por Viñas. Lo que parece innegable es que el gobierno inglés apuntalaría
sus decisiones sobre la base de información veraz y no sobre viñescas propagandas.
3-
¿Existía en España el peligro comunista? Sí. Es fundamental que el lector no se
deje engañar por el intento de Viñas de hacer creer que el PSOE era un partido
democrático desligándolo de cualquier apetencia dictatorial. Con todos los
matices que se quiera, la diferencia fundamental entre el PSOE y el PCE radicaba en
la absoluta subordinación del segundo a las directrices emanadas desde Moscú.
El PSOE era un partido revolucionario cuyo propósito reconocido era implantar
la dictadura del proletariado.
Por
mi parte, también ha llegado a una conclusión sobre la labor historiográfica de
Viñas: hace aquello de lo que acusa a otros historiadores. Escribe su historia desde el punto de vista de
las necesidades presentes, desdeñando sin más la labor de cualquier estudioso
cuyas conclusiones difieran de las suyas.
Las memorias del presidente de la República, Alcalá-Zamora, ofrecen abundantes detalles del fraude que supuso las elecciones de febrero del 36, con unas izquierdas que se declararon vencedoras antes de que las juntas electorales ofrecieran los resultados y con unos gobiernos civiles (donde radicaban las juntas electorales) asaltados por gentuza del Frente Popular, donde expulsaron a unos cuantos gobernadores y se autonombraron para el cargo en razón de su supuesta victoria. Esas elecciones, cuyo resultado final aún se desconoce y es posible que no llegue a saberse nunca, no solamente no fueron las más limpias de la historia de España, sino las más apestosas. En resumen, ya veo que Viñas es un auténtico sectario.
ResponderEliminarEn todo caso te felicito: Para mí has dejado constancia plena de lo que no hay que comprar ni leer, las igualmente apestosas obras de Viñas.
En tu última afirmación discrepo, amigo Pedro: yo creo que vale la pena leer las obras de Viñas (comprarlas ya es harina de otro costal), si bien no puedo dejar de reconocer que la honestidad intelectual de las mismas deja bastante que desear.
EliminarTienes razón en lo de leer a quien sea, al poco rato he estado a punto de rectificar mi comentario. Tal vez he escrito la nota influido por el enfado hacia el sectario Viñas.
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