Muertos buenos, muertos malos

Leo con sumo interés en “El Plural” un artículo de doña Beatriz Gimeno gracias al cual me he enterado de que, en su opinión, “sobre la potente y revolucionaria idea de igualdad se construyó la lucha de la izquierda, de todas las opresiones y contra todas las opresiones, y ahí seguimos” y he sabido también de la indignación de la señora Gimeno porque “el partido fascista griego amenaza directamente a los homosexuales diciendo que hay que matarlos” y sus lamentos porque nadie desde la UE haya dicho “que no puede tolerarse la existencia de un partido que pretende acabar con parte de la ciudadanía europea”.

Comparto la desazón de doña Beatriz en lo referente al auge de la extrema derecha griega, pues me provoca repulsión cualquier ideología que patrocine la violencia y la discriminación. Del resto de su discurso no me creo ni una sola palabra.

La izquierda representada en la persona de la señora Gimeno ni ha sido igualitaria ni ha luchado contra la opresión en la puta vida. Para esa determinada izquierda que tan bien encarna Gimeno, el ser humano no tiene ningún valor más allá de lo ideológico, y si no se respeta el valor sagrado de la vida con total independencia de la etiqueta que se aplique a quien esté contra ella, los rollos de la igualdad y la lucha contra los opresores  no pasan de ser literatura barata o papel mojado. 

Si así no fuese, no mostraría Gimeno tanta indignación contra las fantasías –peligrosas fantasías por supuesto– de esta banda de tarados pero, al tiempo, escribiría artículos defendiendo que la eliminación de los no nacidos es un derecho a ejercer según libre albedrío del personal, realidad ésta bien palpable hoy en día. Hay, cosas del relativismo moral, muertos buenos y muertos malos, muertes que provocan indignación y muertes deseables: para la izquierda opresora –al igual que para la derecha opresora– no importa la vida, importa simple y llanamente al servicio de qué ideología está cada muerte.