He
leído recientemente la edición ampliada del libro de Ángel Viñas “La
conspiración del general Franco”, espectacularmente subtitulada “Y otras
revelaciones acerca de una guerra civil desfigurada”. Pretende fundamentalmente
el autor –y consigue según él– demostrar tres premisas: que la muerte del
general Balmes fue un asesinato ordenado por Franco, que Inglaterra traicionó a
la democracia española –entiéndase democracia
del Frente Popular– y que en España no existía el peligro comunista. Además,
nos ofrece Viñas algunas pinceladas sobre el devenir de la II República.
El
primer punto desarrollado por Viñas reviste cierto interés y ofrece algunos
indicios, si bien patentemente confusos, que pueden avalar la hipótesis por él
sostenida; cosa distinta es que, a pesar de su eufórica confianza, haya
conseguido demostrarla. En el segundo punto la argumentación de Viñas se ofusca
tremendamente: no queda muy claro por qué Inglaterra tendría que ayudar o dejar
de hacerlo al Frente Popular, pero tal vez la cuestión se aclare cuando
examinemos qué entiende Viñas por democracia y como su concepción de la misma y
la que pudiera tener el gobierno inglés de 1.936 habrían, forzosamente, de
diferir. A la hora de abordar el tercer punto, entra definitivamente Viñas en
barrena, omite palpables evidencias y centra sus esfuerzos en demostrar el
intrínseco carácter golpista y dictatorial de las derechas españolas en
contraposición a la demócrata idiosincrasia izquierdista. Vayamos pues por
partes, centrándonos en las dos últimas líneas argumentales de Ángel Viñas.
Antes
de entrar en materia merece la pena detenerse en la consideración que a Viñas
le merecen aquellos autores –con especial énfasis en De la Cierva, Payne y
Suárez –que sustentan tesis distintas a las suyas y con los que, en curiosa
actitud intelectual, considera Viñas que “no es deseable intercambiar ideas”: “neointegristas
profranquistas”, “híper reaccionarios”, “profranquistas”, “seudohistoriadores”,
“basura”, autores para lectores a los que le gusta “comer la sopa boba” o
“mistificadores”. En contraste con tan detestables historiadores, alaba sin
límites a aquellos estudiosos que propugnan las mismas ideas que Viñas:
Casanova, Preston, Reig Tapia, Cardona, Moradiellos o Southworth. Con tan
académica división entre historiadores “buenos” y “malos”, ya deja sentado el
autor desde el primer momento que quien ose discrepar de su línea argumental no
merece mayor credibilidad que la de turiferario del franquismo.
Describe
Viñas una República –a la que identifica, y esto es importante, en exclusividad
con la izquierda– en su primer bienio idílica y presta a impulsar en España una
evolución política, social y cultural que la acercase a la Europa democrática,
sacándola para siempre de la postración, el empequeñecimiento y el
subdesarrollo en los cuales la habría sumido la monarquía. A tan nobles
propósitos se habría opuesto una derecha “montaraz” siempre presta a recurrir
al “espadón”. Reconoce que hubo desórdenes, aunque el régimen republicano
habría conseguido mantener “siempre” la ley. Categoriza Viñas que no existió
ningún peligro revolucionario, mientras que las derechas en bloque conspiraron
contra la recién nacida república desde el primer momento. Aporta como prueba
la Sanjurjada de agosto de 1.932, tras la que habría estado un amplio abanico
de fuerzas políticas, militares, económicas y sociales.
Conviene
resaltar sobre este particular que en el advenimiento de la república tuvieron
destacado protagonismo personajes en absoluto identificados con la izquierda
como, por ejemplo, Marañón, Ortega, Alcalá-Zamora, Maura o el cada vez más
conservador Lerroux, con lo cual la identificación entre izquierda y república
es notoriamente inexacta. No sería hasta la celebración de las elecciones a
Cortes Constituyentes cuando el electorado se decantaría mayoritariamente por
la izquierda. Evolución en el sentido de “transformación” es innegable que sí
se produjo, si bien no es menos cierto que tal evolución ni siempre obedeció a
los ilustres designios que Viñas le atribuye ni siempre discurrió por cauces
democráticos. Al hablar de desórdenes omite Viñas el citar las agresiones
anticatólicas de mayo de 1.931 ante la pasividad de las autoridades
republicanas –del mismo modo que descarta citar la pueril y gratuita
persecución contra políticos de la monarquía– que tuvo el efecto de poner en
guardia contra la república a buena parte de la población católica y confirmar
los prejuicios anti republicanos de todos aquellos que en su caso los tuviesen.
Tiene
razón Viñas al señalar que elementos derechistas conspiraron contra la
república desde apenas nacida ésta, pero se trató en principio de sectores
minoritarios. No acierta en cambio al negar el peligro revolucionario y obvia
para que su tesis no haga aguas los dos levantamientos anarquistas sucedidos
durante el primer bienio –se produciría un tercero en diciembre de 1.933–,
levantamientos reprimidos expeditivamente por Azaña –amparándose en la Ley de
Defensa de la República que dejaba reducida la sectaria Constitución
republicana a papel mojado– y que, a la postre, contribuirían enormemente a su
caída. El pronunciamiento decimonónico del voluble Sanjurjo, saldado al coste
de diez vidas, no tuvo el carácter mayoritario que Viñas le atribuye y, aunque
claramente antidemocrático, en absoluto fue un levantamiento contra el régimen a
cuyo advenimiento había contribuido notablemente el veleidoso general, al mando
de la Guardia Civil en abril de 1.931. No muy democrático fue tampoco el
comportamiento del gobierno de Azaña tras el fracaso de Sanjurjo, sancionando
arbitrariamente a derechistas que nada habían tenido que ver con la
sublevación. Visto lo visto, parece claro que el peligro para la república
durante el primer bienio, contra lo expuesto por Viñas, procedió masivamente de
elementos revolucionarios.
Centrándose
en el segundo bienio, defiende Viñas que la CEDA era un partido manifiestamente
antidemocrático, todo lo contrario que el PSOE –entiende el autor que negar al
PSOE sus convicciones democráticas, olvidando la creciente radicalización de
tal partido a partir de 1.933, obedece a “un ajuste de cuentas presentista”
(sic)–. Pretende demostrar lo anterior Viñas recurriendo a citas de miembros de
la CEDA que, ciertamente, no demuestran un gran aprecio por la democracia.
Estas citas escandalizan tremendamente a Viñas (“palabras mayores”) y
justifican para él que Alcalá-Zamora no entregase el poder a Gil-Robles, de
quien no se fiaba (“no es de extrañar”, apostilla Viñas). Describe a los
gobiernos del segundo bienio como demoledores de todas las conquistas logradas
durante los dos primeros años de existencia republicana y, en este contexto,
nos ofrece su particularísima visión sobre el movimiento insurreccional de
octubre del 34.
Según
Viñas, la insurrección no perseguiría ningún fin revolucionario. No habría
pasado de ser un “movimiento espontáneo”, “una revuelta obrera”, una “apelación
desesperada” provocada por la involución auspiciada desde el gobierno aderezada
con una incontenible agresividad del gobierno hacia socialistas y republicanos.
Admite Viñas –supongo que a regañadientes– que la insurrección fue “un error
político” (curiosa interpretación) pero, en cualquier caso, como informó el
diplomático inglés Grahame (alabado por Viñas como “sagaz analista”), no habría
pasado de ser la “culminación de la política gubernamental”. Lamenta
enormemente la feroz represión desatada desde el gobierno que, para el
comprensivo Viñas, creó “un poso de amargura y un deseo de revancha”.
Realmente, la capacidad de Viñas para magnificar
los hechos que avalan sus conclusiones y minimizar los que la refutan es
extraordinaria. Negar a estas alturas la esencia revolucionaria del PSOE de
1.934, contradiciendo a los propios líderes del partido –con la excepción del sector
besteirista– en sus palabras y acciones, no resiste el menor análisis. Con
respecto al carácter antidemocrático de la CEDA, mucho habría que matizar y es
necesario buscar la concordancia o no entre las palabras y los hechos: más allá
de los desahogos verbales que tanta indignación provocan en Viñas, la CEDA
respetó el sistema legal vigente.
Sobre los llamamientos del PSOE a la violencia y a la guerra civil –confirmados
posteriormente por la vía de los hechos– se muestra Viñas infinitamente más
indulgente que en el caso de los exabruptos de la CEDA: supuestamente sólo
habrían asustado los primeros a “las derechas que querían asustarse”.
Compárese
también el distinto baremo con que juzga el arbitrario Viñas la asonada
derechista de Sanjurjo y la insurrección planificada a conciencia por el PSOE y
aliados desde casi un año antes –anunciada en el parlamento y en la prensa– con
el propósito de instaurar un sistema revolucionario. Tal es el ardor pro revolucionario
de Viñas que de tal insurrección habría que culpar ¡al gobierno! Gobierno que,
dicho sea también, mantuvo la legalidad asaltada por los ídolos de Viñas y,
sorprendentemente, desperdició una fenomenal ocasión para llevar a la práctica los
siniestros propósitos que el estudioso Viñas le atribuye, a la par que se
mostró ineptamente benevolente con los cabecillas de una revolución que, de
triunfar, hubiese supuesto el fin de la II República. Nuevamente, y sin negar
las ansias golpistas de sectores derechistas, al igual que en el primer bienio
el mayor peligro para la supervivencia de la republica procedió de la
izquierda. Próximamente veremos el análisis de Viñas sobre
la fase final de la II República.
¡Brillante!
ResponderEliminarA Viñas le había perdido la pista hace muchos años y ahora veo que vuelve por sus fueros. Será el canto del cisne, puesto que esta gente que defiende de ese modo al Frente Popular (la República fue algo muy distinto que la izquierda malogró) cada día da más el cante y cuenta con menos seguidores que posean un mínimo de rigor intelectual e histórico.
Anda ahora don Ángel con la historia del "contradiccionario", en el que colaboran entre otros Preston,Casanova, Moradiellos y Elorza. En el segundo y último artículo de esta serie sobre Viñas veremos su particularísimo análisis sobre el Frente Popular.
EliminarEl nuevo sistema de comentarios es un co...zo, pero el dueño del blog es el que sabe.
ResponderEliminarNo entiendo como te gastas el dienro en esas cosas, si lo has comprado, pero sobre todo, cómo pierdes el tiempo leyendo esas sandeces.
Pacococo
Yo no lo considero, amigo Pacococo, ni una pérdida de dinero -pues sí lo he comprado- ni una pérdida de tiempo. Cuando uno tiene interés en un determinado tema creo que es obligado el leer tanto como pueda sobre la cuestión para tener la visión más completa sobre el particular en la medida que sea posible. Yo recomiendo a todos la lectura de la obra de Viñas, de igual forma que recomiendo leer a de la Cierva, a Preston, a Moa o a tantos otros autores. Insisto en que es la única manera de poder hacerse uno mismo su propia composición de lugar sobre una determinada época histórica.
EliminarCon respecto a los comentarios, cada sistema tiene sus particularidades. Ya verás como en poco tiempo no te parece tan co..zo. O como se diga eso.
Un saludo.