Marc
Artigau, flamante premio Josep Pla de
novela en catalán, ha declarado que es “imposible
cribar lo que uno escribe de lo que uno vive”. Veamos si te he entendido bien,
amiguito: ¿Aseguras que no puedes distinguir la fantasía de la realidad? No sé
lo que habrás escrito en tu libro, pero si te es imposible distanciarlo de tu
propia vida, eso que tú denominas cribar, entonces tal vez sea mejor que
busques otro género distinto a la novela y te decantes directamente por el
soflama político a equis euros la palabra, como hacen muchos de esos humoristas
contratados por la televisión de tu pueblo, esa TV3 de la que sin duda has mamado
–o te han inyectado– mucho de lo “vivido”.
En una
segunda frase, el jovencito Artigau nos ofrece una nueva pista de lo que él ‘vive’
cuando declara su “tristeza y rabia por vivir en un país en que hay
presos políticos y el Govern legítimo
está exiliado”. No me
extraña nada que Manuel Valls, el ultramontano político que a diferencia de ti lo
ha ‘vivido’ todo desde una óptica libre de adoctrinamiento, se halla puesto
como el bicho del pantano al escucharte proferir semejante majadería en pro del
golpismo. A partir de tus palabras “presos
políticos” y “Govern
legítimo en el exilio”,
comprendo realmente por qué te han regalado el Pla: Estás embobado por los felones y quieres labrarte, con o sin criba,
un buen pasar en la política, tal vez como viceconsejero de boberías, y has
empezado a postularte en la única oportunidad que en mucho tiempo te concederán
tus merecimientos.
Artigau ha
rematado sus declaraciones echándonos una suerte de ‘buenaventura’ en la que
los suyos saldrán airosos, que es como se interpreta su lamento final: “Cuando
sea el momento de recordar estos años, la sociedad sentirá mucha vergüenza,
puesto que la ficción se puede reescribir pero la realidad no”. ¿Mucha vergüenza de quién, de
esa caterva de políticos que un buen día decidieron pasarse la Constitución por
la entrepierna y declarar la República catalana? Toma nota: El respeto a la Ley
–en mayúscula– es lo único que diferencia a las personas demócratas de las que
no lo son, hacia las que realmente uno siente vergüenza. De donde se deduce que
tu visión del entorno que te rodea, tan cribado como adoctrinado, dista mucho
de situarse en una realidad tangible y tiende a mostrarse en una dimensión
paralela donde impera la más burda ficción nacionalista, que es otra situación hacia
la que sentir vergüenza. Claro que no parece posible esperar algo distinto de
quien se ha educado en ambientes rabiosamente separatistas, como el Institut del Teatre de Barcelona, y frecuenta casi a diario esa emisora de radio
manifiestamente golpista, donde ejerce de cuentacuentos: RAC1.
¿Vergüenza, dices? Vergüenza sin duda es la que
sentirás cuando tu mente haya evolucionado –si tal cosa sucede y no vas a peor,
a más radical– y te dé por practicar el respeto al resto de tu prójimo, los demócratas.
Entretanto, ¡Dios te ampare, hermano, y sobre todo que te ilumine, que buena
falta te hace!
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