A unos partidos tan farisaicos, a
menudo golpistas y con frecuencia totalitarios, como son los de la izquierda, hay
dos tipos de personas que los siguen: Un reducido grupo de sedicentes intelectuales
y artistas, interesados en la subvención o el enchufe –ya logrado o en vías de
lograrlo–, y una buena cantidad de gente, muchos de ellos confiados y de
carácter disciplinado, que responden de ese modo como consecuencia de la falta
de conocimientos sobre la realidad histórica del socialismo y que manifiestan credulidad
a las consignas que tan a menudo reciben.
Unas consignas –repitamos el término
clave– que a menudo han sido propagadas por gente engañosa y atestada de
codicia, lo que se advierte al comprobar cómo viven los cabecillas del
social-comunismo –hoy ejemplificado en Podemos–. La pregunta sería: ¿Es posible
advertir, asimismo, de qué modo ha mejorado la situación de la denominada clase
baja? Sí, es posible: ¡No ha mejorado en nada, al contrario! Hay numerosos
ejemplos para demostrarlo: Cuba, Venezuela, Nicaragua, Bolivia, y un largo
etcétera de naciones que se adentraron en el declive en cuanto la izquierda se hizo
con el poder. Ya no hablemos de los territorios que componían la antigua URRS,
muchos de los cuales, incluso en el sur de Europa, pongamos Bulgaria y Rumanía,
aún no alcanzan un nivel mínimo de prosperidad.
Así pues, con la caída del Muro de
Berlín a consecuencia de la miseria generalizada en la que vivía el socialismo
real o comunismo, la izquierda tuvo que renunciar, como arma de confrontación, al
uso de los pobres contra los denominados capitalistas, si bien no se resignó en
absoluto a perder toda la hegemonía sobre la población. Le llevó su tiempo crear
un nuevo modelo de enfrentamiento que le diese el soporte de las masas, pero al
final lo consiguió y estableció la nueva ruptura de la sociedad en dos bandos
irreconciliables: hombres contra mujeres, ¡asombroso!, modelo según el cual la
mujer es una víctima y el hombre un verdugo, arquetipos a partir de los cuales
se elaboró la ley de violencia machista en tiempos de Zapatero, hoy también
denominada violencia de género.
De tal modo que la palabra de una
mujer que denuncia maltrato –en no pocas veces como consejo del abogado antes
del divorcio– debe ser creída por ley y a su pareja o marido se le debe
expulsar del domicilio conyugal, aplicarle una orden de alejamiento, y a menudo
privarle de ver a sus propios hijos, si es que además la historia no concluye con
una temporada del hombre en prisión. Eso sí, se sabe que a menudo las denuncias
se realizan en viernes, para que de este modo, ante unas decisiones judiciales
que no llegarán hasta el lunes, el “macho maltratador” pase el fin de semana en
el calabozo.
Así, de un modo claramente inicuo, la
izquierda ha logrado reclutar a unos cuantos rebaños de feministas y a no pocos
LGTB radicalizados. Y si a sendos colectivos se le añaden los miles de políticos
enchufados, los sedicentes artistas de todo tipo y los incontables
sindicalistas liberados e incapaces de mantenerse a sí mismos con las cuotas de
sus afiliados, no es de extrañar que cuando la izquierda es la que controla el
presupuesto de cualquier institución –caso de la Andalucía socialista–, no deje
de subvencionar a todos los grupos citados con grandes partidas de dinero
público, lo que a cientos de miles de personas les permite vivir del cuento y
que en las elecciones se transformen en voto cautivo para que todo siga igual.
PD: Y Ciudadanos sigue sin querer
cambiar ni una coma.
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