En política, no
suelo escribir casi nada sin haberme incomodado antes al leer una noticia. Pero
hoy no será así, porque los tres últimos batacazos de Podemos y la marabunta de
corrientes que ese submundo representa, me han compensado a más no poder sobre el
malestar que sentía desde hace años, tal vez cuando surgieron las mezcolanzas de
compinches –con diferentes nombres, pero siempre con base antisistema–, ninguna
de las cuales ha logrado consolidarse como partido político y todas van a la
baja en las encuestas. Influye bastante en el declive de Podemos, eso está
claro, el hecho de que posean un líder supremo, acorralado por una vanidad insufrible,
que incluso entre sus adictos resulta mucho más odiado que respetado a
consecuencia de los actos despóticos que comete –véase la decapitación de
cualquiera que le dispute el liderato–, y de la repulsiva imagen que transmite.
Pues bien, como
primer batacazo citemos la reacción antidemocrática de no aceptar el resultado
de las elecciones andaluzas, sobre el que emitieron una alerta antifascista para tomar las calles e incendiarlas
–literalmente–, cuya secuela solamente en Cádiz, donde ellos gobiernan al
podemita modo, fue tan pavorosa como alejada de una protesta racional que el
derecho de manifestación, al que siempre se acogen, no les hubiera autorizado a
sabiendas de las consecuencias. De donde se deduce que una alerta antifascista
con numerosos estragos callejeros es igual a: muchos miles de votos perdidos.
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