Algunos necesitarían ver la imagen de una cuadrilla de peones camineros con boina o pañuelo de nudos en la cabeza, pico y pala en las manos y esforzándose sudorosos en abrir una zanja kilométrica paralela al Ebro, junto a la que se advirtiese, cada dos o trescientos metros, un gran cartelón estilo "plan E" de Zapatero que anunciara la instalación de una alambrada de espinas al sur del río. Así, tal vez así, llegarían a aceptar que España se rompe. Y ojalá fuese con semejante descaro, porque entonces bastaría una bandera de la Legión para poner en fuga a los del pico y la pala.
No es de tal modo como viene sucediéndose el quebranto de nuestra patria, sino mediante actos continuados de mal gobierno desde que en la Moncloa se aposentó un auténtico pirómano cuyas decisiones, muchas de las cuales podrían calificarse de alta traición, no afectan por el momento al resquebrajamiento de la tierra, ni abren trincheras divisorias en el suelo de nuestras comarcas, sino que han socavado los cimientos básicos de la Nación española, permitiendo que grupos de indeseables inculquen el odio a la patria común y determinen posiciones políticas que asolan la igualdad, la moral y la justicia en toda España.
Aun cuando el incendiario monclovita se revolvió una vez más en el Congreso de los Diputados ante los que alguna vez afirmaron que “España se rompe”, negando con énfasis e hipocresía que tal hecho pudiera llegar a producirse, la realidad ha venido a demostrarnos que la ruptura ya se ha producido: ¡España está rota! Políticamente hace tiempo que se ha partido en dos mitades irreconciliables gracias, entre otras medidas sectarias, a la mal denominada ley de ‘Memoria Histórica’. De modo que tenemos a los guerracivilistas, de un lado, empeñados 71 años más tarde en ganarle la última batalla al general Franco, y los que consideran que en la Transición también se pactó el perdón y el olvido de cuantas canalladas se produjeron antes, durante y después de la Guerra Civil. ¿No, Carrillo?
España está rota, asimismo, respecto a los valores morales que una nación jamás puede perder si desea conservar su integridad y la estima de sus ciudadanos. Porque la mejor patria es la que te sustenta, te educa y te deja vivir con el fruto de tu esfuerzo, no la que te envilece, te acribilla a impuestos para que otros se repartan alegremente lo que tú has ganado y de postre anime a tus hijos a practicar la perversión de costumbres.
Valores que ciertamente cuentan mucho en el sentir de la autoestima y entre los que deberían considerarse sagrados, muy esencialmente, son el respeto a la vida y el derecho a nacer, que este gobierno de malvados ha sustituido por el derecho al aborto y por el “todo vale”. Es decir, segar una vida en ciernes no deja de ser un derecho en opinión de los que ahora mandan, que hay que ser muy canalla para adjudicarse la representación mayoritaria de la sociedad a la hora de impulsar una ley exterminadora que no se atreven a someter a referéndum.
Para ellos, individuos depravados que no fueron elegidos al objeto de legislar aberraciones, puesto que en su programa electoral no constaba en absoluto un proyecto semejante, la concepción de la vida no tiene por qué responder a un acto de amor al que luego le acompañe una actitud responsable, es perfectamente válido el desenfreno provocado tras un botellón, por ejemplo, en el que dos adolescentes que se acaban de conocer, puestos hasta las cejas de alcohol y pastillas, se aparean como animales medio ocultos en los primeros matorrales que encuentran en las inmediaciones. El problema derivado de ese desenfreno, en el caso de no reaccionar a tiempo con la “píldora del día después” (que acabarán repartiéndolas gratis en los colegios), será eliminado sin la menor dificultad, quieran o no los padres de la embarazada menor de edad, en cualquier clínica abortiva y a 500 euros la tirada.
Y si se habla de igualdad y justicia, nada más significativo que echarle un vistazo a la sentencia del Constitucional, especialmente a los votos particulares de cuatro de sus magistrados, para advertir que el estatuto de Cataluña dinamita ambos conceptos entre el conjunto de la población española. Lo que supone constatar que la igualdad y la justicia no afectarán del mismo modo a los habitantes de Cataluña y a los del resto de España.
Por si fuese poco, la despótica clase política catalana se ha pronunciado ya, reiteradamente, acerca de su intención de no alterar ninguna de las leyes afectadas por el fallo del TC. Y a esa desobediencia de la ley, sin que desde el poder del Estado se haga nada para evitarla (todo lo contrario) solamente es posible aplicarle un nombre: Rebelión, que es el paso previo, esta vez sí, a la ruptura territorial auspiciada por unos separatistas cada vez más envalentonados que no dudan en plantarle cara a un gobierno socialista cada vez más débil y pasota que está dejando a la Nación descuartizada en lo político, moral y judicial.
Y si alguno quisiera recordarme la economía, lo que sin duda alguna sonaría a cachondeo, digamos que hace tiempo desapareció el mercado único y fue sustituido por 17 taifas que no paran de legislar (y de estorbar) con toda clase de normas y reglamentos ‘propios’, lo que impiden el menor sentido de cohesión comercial. Eso sin hablar de la espiral de boicots entre los productos de unas regiones y otras que muchos ciudadanos, hartos de tanta locura, desafortunadamente consideran útiles cuando en realidad lo único que hará será debilitar a las empresas, poder auténtico que aún no se ha pronunciado con la energía suficiente respecto al síntoma de dispersión que padecemos.
Así, pues, la impresión que tengo es de lo más negativa. Ni siquiera cuando se marche el pirómano, mejor dicho, cuando los españoles lo echemos, será fácil recomponer lo que ya se encuentra tan cuarteado y a medio pudrir.
Autor: Pedro Espinosa García "Policronio"
Publicado el 16 de julio de 2010
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