Dicen que hay una angustia aún más desconcertante
que enfrentarse a la muerte, sobre todo cuando se presiente cercana: Conocer que
te están asesinando lentamente por orden de las personas que, de un modo inexcusable,
deberían ampararte mediante la acción magnánima y racional de la justicia.
Una justicia –he aquí el término clave–, que en el caso de Eduardo
Zaplana actúa con extremo rigor en su contra, es decir, con suma vileza, puesto
que lo mantiene desde hace siete meses en prisión provisional, con un sumario declarado
secreto que dificulta la defensa y a sabiendas de que padece una enfermedad poco menos que incurable.
El argumento que ofrece la Fiscalía
para semejante atropello –argumento que el juzgado de instrucción parece que da
por bueno y secunda– no puede ser más asombroso: “Cuando se den por
satisfechas las comisiones rogatorias formuladas a otros países para investigar el patrimonio de
Zaplana, que no han concluido, quizá se pueda modificar la posición de la
Fiscalía respecto a la prisión provisional, tanto del exministro como de los
otros dos detenidos en el marco de la misma causa”.
Como
interpretación a la respuesta del fiscal, aparte de resaltar lo rutinario de sus
palabras, solo hay dos posibles opciones. Versión corta: traducir esas palabras como
un simple “estamos en ello”. Versión
larga: No sé cómo demonios os preocupáis de lo que pueda sucederle a un pepero
corrupto, si al final se le va a condenar a un ‘puñao’ de años de trena. Eso si
el tío no se muere antes con tal de no cumplirlos, porque estoy seguro de que lo
que quiere es jodernos y que hayamos perdido el tiempo invertido en su puñetera
causa. En ese punto el fiscal se da la vuelta y se aleja murmurando: "Aznar asesino, y este tío fue uno de sus mejores ministros".
Y digo yo,
¿cuánto suele tardar en recibirse la respuesta a una comisión rogatoria? Lo pregunto
porque se sabe de algún caso en que las respuestas han tardado hasta seis años,
como en el Gürtel. Y si son varias comisiones y además varios países, como dice
el fiscal, entonces tengo la impresión de que la prisión provisional se
alargará lo que le quede de vida al pobre Zaplana, o bien lo que fija la ley: que
si no ha cambiado son dos años prorrogables a otros dos.
En resumen, la
iniquidad de una prisión provisional para enfermos terminales, sobre todo en
los casos donde no se acusa de ningún delito de sangre, puede llegar a
convertirse en prisión perpetua y, en tal circunstancia, como se apunta en el título del artículo, solo sería revisable en
caso de fallecimiento. Aludiendo al clásico: De todas las tiranías de la Humanidad, la peor es cuando te persigue
una Justicia putrefacta.
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