La Venezuela de
Maduro, una tiranía criminal a todos los efectos, y el régimen tiránico de
Torra –implantado en esa Cataluña sufriente que auspició Zapatero a medias con
Artur Mas, mantuvo Rajoy a ritmo indolente, de auténtico zángano, y ha
consolidado Sánchez, un renegado a todo lo que no sea amarse a sí mismo y su
permanencia en el poder–, parece que han llevado vidas semejantes y resultados
contradictorios respecto al reconocimiento internacional.
Torra hubiera
dado media vida por lograr que algún diminuto país reconociera la República
catalana, también su antecesor Puigdemont. Para ello gastaron a manos llenas un
dinero que ni era propio ni debieron usarlo para ese fin. El resultado a
tanto despilfarro en propaganda internacional no puede ser más significativo: Cero
reconocimiento y 66.000 millones de euros de deuda, casi toda ella avalada por
los diversos y felones gobiernos de España.
Maduro ha dispuesto
durante años, si bien de mal en peor, de un reconocimiento inmerecido por
partes de las naciones y los organismos internacionales. La dictadura
bolivariana, alentada por esos tres o cuatro absolutismos que aún colean en la América
hispana, fue intensificando su proceder aberrante –en el que influyó lo suyo la
asesoría podemita–, y hoy, cuando escribo estas líneas, hay ya una buena lista
de países que respaldan al líder Guaidó.
No sé si la aceptación internacional a Guaidó supone el fin de Maduro o se atrincherará con los militares adictos y remunerados
a conciencia con el beneficio del narcotráfico. Pero si la libertad no se da en
esta ocasión, sospecho que el monigote grandón no tardará en caer. Será el
momento de celebrarlo y de alegrarse por nuestros hermanos de Venezuela. Ojalá
pueda ser mañana mismo.
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