Lo más razonable es situarse a favor de determinadas
causas y a ser posible mostrar siempre cierto juego limpio, es decir, ser un
aficionado o simpatizante sin llegar al grado de la radicalidad. Pero eso solamente
es en teoría, porque a la hora de sentir nuestros colores, sean de un equipo de
fútbol, un partido político o, en la actualidad, opinar sobre una actuación
concreta en un territorio marcado por la violencia, como sería el mal denominado
conflicto de Gaza, lo habitual es decantarse a favor de una de las partes hasta
adquirir uno el grado de forofo. Ojo, y digo mal denominado porque ese
conflicto probablemente no existiría sin que previamente el sur de Israel se
hubiese visto envuelto en ataques continuados.
No, el artículo de hoy no trata sobre Gaza.
Sigamos.
Por lo tanto es de lo más corriente —y dicen que
menos decoroso— mostrarse contrario a algo y declararse “anti” ese algo, como
hacen los titiriteros de la “zeja”, que se declaran siempre anti PP. Un ejemplo
aún más claro lo podríamos encontrar en los movimientos izquierdistas de
carácter marcadamente totalitario, pongamos la CUP. Se trata de gente que, paradójicamente,
se dicen “antifascistas” cuando en realidad ellos mismos son 100% fascistas de
comportamiento. Menuda incongruencia. En cualquier caso, convendrán conmigo que
no está bien vista la postura en negativo. De hecho, mostrarse partidario de lo
opuesto lleva ya implícito el sentimiento de rechazo a la posición contraria. No
hace falta más, salvo que uno se declare contrario al cólera o al cáncer de
colon (fascista), valga la expresión. Eso sí, siempre y cuando no lo haga desde
posiciones favorables a la lepra o la disentería (izquierdista radical).
Pues bien, aun a sabiendas de que incurro en
cierto desenfreno respecto a filias y fobias, hoy es un día tan apropiado como
cualquier otro para declararme incompatible con el Estado de las Autonomías. O
por mejor decir: soy ANTI Comunidades Autónomas. Lo de “anti” puesto así, en
mayúsculas, no es una especie de grito en Internet sino el lamento de
impotencia ante una enfermedad mortal que puede llegar a acabar con la Nación
española, que es la única idea, tanto material como espiritual, que vale la
pena que conservemos, porque si se salva España y su unidad, se salva todo.
Espero que haya dejado clara mi posición, sin el
más mínimo resquicio de dudas. ¿Y por qué mantengo semejante radicalidad? Se
preguntará alguno de ustedes. La respuesta es simple: Ninguno de los graves problemas
que padece España queda al margen o deja de guardar estrecha relación con el
caótico Estado de las Autonomías. ¡Ninguno! Me gustaría que alguien me
convenciese de lo contrario.
Hace mucho leí La rebelión de las masas. En ella se dice que ser anti es querer volver al tiempo de antes que existiera eso. En el caso de la izquierda marxista, por desgracia no hay otra, cuando hablan de anti, lo que quieren es volver a antes de o sea a la república del frente popular, que también les fue a sus abuelos ideológicos y tan mal al resto de los españoles.
ResponderEliminarDe modo que, en el fondo, son coherentes. Aunque esa coherencia suponga fastidiar al 90 % de los españoles. Pero el otro 10 % vivirá muy bien.
Al ser anti autonosuyas lo que quieres, según Ortega, es volver a la España unitaria. Cosa que queremos muchos,más de lo que parece y que tampoco funcionaba tan mal, al menos mucho mejor que este engendro de taifas.
Pacococo
Pues sí, yo también creo que somos muchos los que queremos que las autonomías se vayan a tomar viento. Y junto a ellas, los miles y miles de políticos derrochones que nos han metido ya en más de un billón (con b de bestia) de euros de deuda pública.
EliminarUna ligera matización: No es lo mismo "ante" que "anti". Por ejemplo, animales antediluvianos, que vivieron antes del diluvio universal. O bien, animales antidiluvianos, que se muestran en contra del diluvio. Je, je.