martes, 24 de noviembre de 2015

La sabiduría de Antonio Mingote (500)

La genialidad definiría la trayectoria del gran Mingote, catalán de Sitges, de padre aragonés, madre catalana y afincado en Madrid durante muchos años, ciudad donde más a gusto se sentía, según confesó en alguna ocasión, y que eligió para morir. No olvidemos que es imposible decidir el lugar donde a uno lo nacen pero si puede escogerse donde se desea morir y ser enterrado. Y ese, el lugar escogido para la muerte y la sepultura, es el que en verdad acaba dándonos el paisanaje sentimental. 

Decía Aristóteles: “Hay la misma diferencia entre un sabio y un ignorante que entre un hombre vivo y un cadáver”. Lo que ocurre es que es preciso vivir muchos años, observando nuestro entorno con no poco espíritu crítico, y a poder ser distinguiendo lo esencial de lo fugaz, la propaganda política y el adoctrinamiento ideológico de la vileza que conllevan. Quizá, solo quizá, así fuese posible que la sabiduría apenas le rozara a uno. No es el caso de Mingote, nuestro sabio y acreditado humorista-poeta, cuya obra, de gran viveza intelectual, demuestra que la sabiduría le impactó de lleno hace muchos, muchos años.


Así, pues, no es extrañar que el ABC de hoy llevé a su portada una de esas viñetas rotundas de Mingote, donde con cuatro trazos de apariencia sencilla, pero sólo de apariencia, el maestro refleja con una fidelidad casi insolente lo que esta ocurriendo en la España de Zapatero, que ya ni es España ni es “na”. O por mejor decir, en la España de la partitocracia, donde las hienas nacionalistas, que precisamente acusan a otros de hienas, merodean la presa mientras el PSOE y el PP juegan a la indolencia.


Hay quien desea, a estas alturas, que lo que deba ocurrir con nuestra patria suceda cuanto antes. Así, agotados todos los arrebatos, traiciones y necedades, quizá podamos iniciar la reconstrucción a partir de los cascotes que nos leguen cuantos políticos radicales y codiciosos ahora mandan. España es una gran nación que ha costado muchos siglos construir, tantos como penalidades y déspotas han debido soportar nuestros antecesores. Luego la experiencia ante los infortunios, que no deja de ser una forma de sabiduría, quizá se haya incorporado a nuestros genes y nos permita mantenernos alejados de la fatalidad, único estado de ánimo que lleva a lo irreparable.

Artículo revisado, insertado el 29 de octubre de 2008 en Batiburrillo de Red Liberal

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