España
nunca ha sido una nación que se haya resignado a ser despedazada. Quizá
nuestros genes, sólo quizá, posean más de un cromosoma afectado por la rebeldía
de esos pueblos que no se resignan a morir. Ya se sabe que todo es cuestión de
hábito, y del mismo modo que el español difícilmente será metódico y retraído,
puesto que el clima imperante le invita a lo contrario, tampoco aceptará con
excesiva resignación determinadas imposiciones que le coarten su libertad. Es
demasiado luminoso el cielo de España como para renunciar a moverse al albur,
sintiéndose siempre en casa, por cualquiera de sus regiones.
El habitante de Hispania fue capaz de enfrentarse durante siglos
a numerosos ejércitos invasores, a los que acabó desalojando con gran esfuerzo
y pérdida de vidas o a los que se unió gustoso —caso de Roma— cuando comprendió
que se hallaba ante una civilización de rango muy superior. Quizá haya una
singularidad en nuestra tradicional rebeldía ante la opresión, el período
franquista, larga dictadura acerca de la que aún no he sido capaz de leer una
explicación razonable del porqué fue consentida durante 40 años sin que
corriese la sangre hasta el último día.
Contra
imposiciones de cualquier tipo, fuesen religiosas (arrianismo o islam), fuesen
dinásticas (Felipe V, Carlos IV, Isabel II), fuesen ideológicas
(social-comunismo o republicanismo radical), el pueblo español acabó
decantándose y combatió cuanto fue preciso para defender lo que consideraba una
causa justa. Lo hizo dividido en numerosas ocasiones, enfrentado entre sí las
más de las veces, pero siempre primó una idea de fondo que le dio la fortaleza
necesaria y que en mi opinión aún se mantiene: La salvaguarda de la unidad
nacional y la igualdad de todos los españoles ante la Ley.
En
defensa de esa noble idea, la historia de España registra numerosísimas
víctimas y cuantioso sufrimiento. Unas víctimas que es preciso contabilizar a
efectos morales y patrióticos, y a las que es imposible borrar de la memoria si
se posee un gramo de decencia. No solo se habla aquí —que también— de olvidar a
las 900 personas asesinadas por la ETA, incluyendo varios niños, a cambio de
una paz tiránica en ciertas regiones del norte, sino de los miles y miles de
compatriotas que cayeron a lo largo de los siglos para que perdurara una nación
española que ahora se pretende trocear tan irresponsable como interesadamente.
Unas víctimas que determinan nuestra tradición multisecular de unidad e
independencia y unas víctimas, en fin, que en el caso de pretender
relacionarlas debidamente sería forzoso que se incluyeran desde los primeros
hispanos caídos ante al opresor Islam en Guadalete hasta el último español
asesinado por las bandas terroristas de ETA, Terra Lluire o GRAPO.
No
es demasiado difícil imaginar el siguiente escenario en la próxima década:
Cataluña y el País Vasco, prácticamente independientes, serán naciones que
permanecerán sometidas a sendas dictaduras nacionalistas, las cuales acabarán
por expulsar a una parte significativa de su población, como ya viene
sucediendo ahora. A su vez, el gobierno socialista de Pedro Sánchez (la apatía
de Rajoy determinó su harakiri electoral a finales de 2015), que para entonces
poseerá otros importantes conflictos territoriales, transigirá ante las nuevas
reivindicaciones de los filoetarras (en el gobierno vasco) y de ERC (asimismo
decisiva en el gobierno catalán) y aceptará la formación de Euskal Herria y los
Països Catalans mediante la creación de una nueva ley engañosa que permita
federarse a las comunidades, lo cual determinará la ampliación de las
dictaduras nacionalistas en territorios como Navarra, parte de La Rioja, la
Comunidad Valenciana o Baleares, sin mencionar el alarmante foco de
inestabilidad en Galicia.
Si
se diesen tales condiciones de opresión nacionalista y de colaboración interesada
del gobierno formado por Sánchez-Iglesias —nada hace pensar que quien ha cedido
en lo principal no siga cediendo hasta el infinito—, lo más probable es que
otros cuantos miles de personas volviesen a abandonar los nuevos territorios
caídos en manos del nacionalismo y ello comportase la miseria para muchos alejados
de su lugar de nacimiento. Y ante situaciones de miseria, con todo perdido, el
ser humado ya no es capaz de controlarse a sí mismo. Surgiría el terrorismo, si
bien de distinto signo al de ahora. Las víctimas de la siguiente década no
serían guardias civiles, policías nacionales o políticos del PP-PSOE, más bien
lo serían policías autonómicos catalanes o vascos (convertidos ya en ejércitos
nacionalistas), políticos de Bildu-ETA, el PNV o ERC y lo que quedara de Convergencia,
además de un PSC aún más radicalizado.
Si
se diese el caso de un terrorismo reivindicativo en la siguiente década, y todo
apunta a ello, personajes como Otegi, Carod-Rovira, Maragall, Ibarretxe, Mas,
Rubalcaba, Pujol (si aún vive) o el propio Sánchez y su adjunto Iglesias harían
bien en ir seleccionando a no tardar el personal necesario para su escolta. Y
ello con independencia de los cargos políticos que entonces ocupasen, puesto
que en ningún caso habrían perdido su condición de principales traidores a la
patria española. Ya no hablemos de Ternera (quizá leendakari) o de Junqueras
(acaso presidente de la Generalidad catalana), que para entonces
experimentarían en sus propias carnes lo que es vivir sometidos a la
posibilidad de un francotirador oculto.
Grandes
empresas catalanas o vascas, asimismo, deberían considerar de qué modo
destinarán una parte importante de sus beneficios al pago del impuesto
revolucionario, solo que esta vez debería serle abonado al REDA (Resistencia
Española Democrática Antinacionalista), organización combatiente (si el término
vale para la ETA, es válido para cualquiera) extendida por toda España cuyas
reivindicaciones serían: 1. Estado unitario español. 2. Elecciones generales
libres y constituyentes, con blindaje de la separación de poderes. 3.
Ilegalización del nacionalismo segregacionista. Y un largo etcétera.
Lo
dejo aquí, la imaginación me ha jugado una mala pasada al situarme hoy ante el
folio. He soltado las bridas del teclado y he dejado que mis dedos se moviesen
a capricho. Espero que nada de lo vaticinado se cumpla, esencialmente en lo que
se refiere el terrorismo de la próxima década. Ojalá que el próximo gobierno
surgido en 2015 sea mucho, muchísimo, más eficaz de lo que supongo y acabe
convenciéndonos con su política, porque si al final resultan ser unos individuos
tan infames y farsantes como ahora me parecen… ¡Démonos por jodidos! Por si
acaso, antes de que nos cierren Batiburrillo 2012: ¡Viva España, unida para
siempre!
Artículo revisado y actualizado,
insertado el 25 de marzo de 2006 en Batiburrillo de Red Liberal
PD: Faltaría
saber si en la próxima década el partido Ciudadanos, liderado por Albert
Rivera, poseerá ya el poder necesario. Porque si es así, entonces entiendo que
es como para borrar todo lo escrito. Ciudadanos es un partido sobre el que
aumenta mi simpatía según va disminuyendo la que siento hacia Rajoy, un
personaje que ha estropeado muchísimo al Partido Popular.
ResponderEliminarPor desgracia eso no ocurrirá y digo por desgracia porque sí ocurrirá la nacion de naciones, pero esos que has mencio0nado vivrán felices y comerán perdices.
La Historia enseña que todos los moviemientos de "liberación" que en el mundo han sido, han tenido padrinos poderosos que han evitado que las correspondientes policías los eliminaran.
Ese movimiento unionista no tendría padrinos, por lo que sería eliminado fácilmente.
Esperemos no llegar a eso, pero la cosa pinta mal.
Pacococo
No es por llevarte la contraria, pero a favor de la unidad de España siempre se ha sumado mucha gente. De hecho, los nacionalistas nunca han logrado nada en 130-140 años gracias a que una parte de españoles al final de cada intento los han frenado. Por ejemplo, el propio Manuel Azaña en la etapa republicana.
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