La banda de embaucadores políticos que algunos conocen como Podemos y que dirige un antisistema totalitario apodado el 'Coletas', ni ha inventado el fuego que caliente al pueblo en los inviernos, por mucho que sus dirigentes presuman de que van a conseguirlo, ni son los únicos en usar la farfolla política para dar lo impresión de que lo suyo es el asalto del Cielo. Nones en ambos casos, ¡fantoches! El método de asaltar el poder se inventó ya en las cavernas, para hacerse precisamente con el fuego de la tribu, que en realidad es a lo que vosotros aspiráis, al botín.
Pronto
hará diez años, es decir, bastante antes que los del círculo morado
comenzaran a importunarnos con su grosera demagogia para incautos, que el
farsante sistema de la izquierda quedó descrito en el artículo que sigue a este
párrafo. Eso sí, estaba referido a otros personajes de una calaña semejante.
Lean si les apetece:
Cierta
izquierda, mediante la astucia desvergonzada que la caracteriza, no elude jamás
apropiarse de determinados vocablos que suenan bien. Más tarde, en un auténtico
acto de cuatrerísmo, los convierte en banderas destinadas a engatusar a las
masas ignorantes o a ofrecerles una coartada a los interesados del arribismo
político. Ya comenté hace poco la impresión que me produjo el hecho de que se
creara una red de bitácoras con el engañoso nombre de “progresistas”. Expliqué
entonces mis argumentos
y hoy no es preciso repetirlos. Lo que sí quisiera destacar en el presente
trabajo es esa otra frase-cebo, “democracia participativa”, que la izquierda
embaucadora usa a menudo (también el nacionalismo) con la misma maleabilidad
que la de “progresismo” y que a la postre constituye un nuevo mega oxímoron
(ideas o palabras contradictorias) si la contrastamos con su conducta real.
Iosu Perales, de Rebelión.org
(¡cómo no!), define en el primer párrafo de uno de sus artículos
lo que entiende por “democracia participativa”: “La Democracia
Participativa puede ser, es, un camino decisivo en el fortalecimiento de la
sociedad civil de los de abajo. Una participación ciudadana capaz de
influir en las decisiones de poder puede regenerar la vida política y hacer de
la democracia ahora legal y formalista un instrumento vivo de la lucha
popular por el cambio social y político” (el subrayado es mío). Como
vemos, resulta toda una frase de manual "izquierdoso", otros lo
calificarían directamente de "rojo", destinada al consumo de masas
asilvestradas a las que, llegado el caso, no se les permitirá que se pronuncien
más que por el procedimiento conocido como “a la búlgara”, que consiste en
refrendar a mano alzada, bajo la atenta y severa mirada del mandamás, las
decisiones que ha tomado ya la Ejecutiva.
Pero
no importa, siempre habrá un Perales dispuesto a convencernos de que lo
fundamental es el “progresismo”, “la lucha popular”, “la democracia
participativa” y “el fortalecimiento de la sociedad civil”. La izquierda es
sedicente hasta la nausea de todas estas consignas y de algunas más. Los
siniestros (valen todas las acepciones) se intitulan, igualmente, “luchadores
por la libertad y la democracia”, cuando el más liviano repaso de la historiografía
no partidista nos desvela que jamás de los jamases consumaron sus propios
eslóganes. Sí, a las consignas de la izquierda es lícito calificarlas de “hasta
la nausea” por su condición acreditada de perseverantes, única cualidad (la
perseverancia) que estaría dispuesto a concederles si no fuese porque la
destinan al embrutecimiento de la sociedad.
He
aquí un ejemplo claro de perseverancia en el adoctrinamiento que la izquierda
ejerce y que, así lo parece, constituye para ella un auténtico baldón: Si uno
escribe en Google las palabras “izquierda” y democracia participativa”, el
buscador nos ofrece un resultado
de nada menos que 112.000 páginas. Unas páginas probablemente cargadas de
frases-consigna tipo Perales. Si utilizamos el mismo método pero sustituimos
“izquierda” por “derecha”, salen algunas referencias menos y en este caso la
derecha, como opción política, es la destinataria de los reproches
izquierdistas que han elaborado esas mismas páginas.
Ahora
bien, piénsese por un momento que fuese sincero el deseo de la izquierda (y del
nacionalismo) orientado a practicar la democracia participativa. Trátese de
llevar ese deseo a una de las cuestiones más candentes y crispantes de la
política actual: el nuevo Estatuto de Cataluña. Sobre la inconstitucionalidad
del proyecto se han pronunciado ya, además del Partido Popular, numerosas
instituciones y particulares de renombre, e incluso algunos significados
miembros del propio PSOE. Huelga citar sus nombres por ser conocidos de todos.
El
PP, en buena lógica, pretende darle al Estatuto catalán lo que muchos piensan
que le corresponde, tratamiento de reforma constitucional. Una escasa e
interesada mayoría del Parlamento ha decidido lo contrario y, todo apunta a
ello, está dispuesta a aprobarlo con una ligera capa de maquillaje. Las
preguntas son: ¿Si consideramos la enorme importancia de la nueva ley catalana
y lo mucho que nos afectará su implantación a todos los españoles, no sería
correcto someterla a una consulta popular en toda España? ¿No es en situaciones
similares, de gran significado para la Nación, cuando debería practicarse
aquello de lo que tanto se alardea: la democracia participativa?
Me
pregunto por qué un partido que gobierna supuestamente para el conjunto de los
españoles, el PSOE, al que se le ha llenado la boca en innumerables ocasiones y
se ha hartado de afirmar que ellos desean y promueven la “democracia
participativa”, está llevando el asunto del Estatuto catalán con más
nocturnidad que puertas abiertas, con más conciliábulos
que invitaciones participativas a la ciudadanía. ¿No nos encontramos una vez
más ante el típico discurso falsario de la izquierda?, que desde la oposición
acostumbra a rociarnos con unos ideales altruistas que hablan de libertad,
justicia, reparto de la riqueza, oportunidades para todos... Cuando en
realidad, ya desde el poder, actúan bajo capa, con el respaldo de unas minorías
interesadas y ávidas, bordeando o rebasando la Ley con no poca frecuencia y
haciendo caso omiso de un pueblo al que se le hurta la participación en asuntos
de gran calado.
Es
evidente que la actual izquierda en el poder no desconoce la cita del clásico y
además la practica: “Sólo hay una regla para todos los políticos del mundo: no
digas en el poder lo que decías en la oposición”. Si a ello se le suma la propensión
destructiva e ineficaz que Rodríguez Zapatero nos ofrece respecto a la Nación
española, no es extraño que haya quien le relacione, a él y a sus más próximos,
con una de las frases lapidarias de Aldous Huxley: “Cuanto más siniestros son
los designios de un político, más estentóreo se hace el tono de su lenguaje”.
Artículo
revisado, insertado el 23 de octubre de 2005 en Batiburrillo de Red Liberal
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