Un
nuevo capítulo del socialismo de siempre y del que nos espera si el radical Sánchez,
clon de ZP, llega de chiripa a la Moncloa
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Durante
una buena temporada supuse que Rodríguez Zapatero no era más que un fulano
relleno de falta de talento y rodeado de pretorianos afanosos a la hora de
sugerirle arrebatos. En aquellos días tuve la impresión de que a ZP no dejaba
de escoltarle un esbirro cuya misión consistía en susurrarle al oído: Recuerda
que eres sectario. Lo creí así, sobre todo, al contemplar cómo
encabezaba durante dos años las manifestaciones radicales de la izquierda y
cómo sonreía festivamente, con cara de bobo y mandíbula de 'Netol', mientras
sus conmilitones entonaban a coro: ¡Aznar asesino!
Incluso
llegué a pensar que en el caso de haber ido escoltado por esos nobles
socialistas que todos conocemos, como Redondo, Díez, Leguina o Paco Vázquez, a ZP
se le podía haber llamado a subir bajo palio a los altares de la patria, donde
sería honrado a causa de su amabilidad y simpatía (tan distinta a la frialdad
de Aznar) y, desde luego, como consecuencia de su buen hacer en la reconciliación
de los españoles. No obstante, la impresión de que nos hallábamos ante un
auténtico y pertinaz cretino, perfectamente manejable por quien detenta el
poder real (Grupo Prisa-Ser), se agigantó en mí el día en que apareció vestido
de ZP y decidió arrinconar el apellido de ese abuelo al que idolatra, un tal
Rodríguez. Y todo esto, claro está, antes de su llegada a la Moncloa.
Poco antes de las elecciones generales del 14-M, aterrorizada ya
España por el atentado del día 11, comencé a dudar de la estupidez de ZP. Casi
bruscamente deseché la opinión que tenía de él y simplemente comencé a
considerarle un malvado, ya que sólo un malvado permitiría que la militancia
socialista se hubiese comportado como lo hizo en las jornadas de reflexión. Y
sin tales excesos del socialismo, estoy convencido de ello, el resto de la
izquierda y el separatismo no se hubiera envalentonado en la calle o en los
medios de difusión en unas jornadas en las que la Ley obligaba a la calma
política y a la reflexión. Luego la clave de cuanto sucedió en los tres días de
marzo fue el permiso inmoral, por no llamarlo iniciativa, con el que ZP
distinguió a sus huestes más radicales.
Tras
un año en el poder, paralizadas por decreto dos de las leyes más esperanzadoras
del anterior Ejecutivo y de muchos españoles, como son el PHN y la LOCE, y aprobadas
o en vías de aprobación una serie de normativas de las que cabría afirmar que o
son inmorales o disgregadoras de la patria común, como el matrimonio entre
homosexuales, la fragmentación del Archivo de Salamanca o el proyecto de nuevos
estatutos “nacionales”. Visto el comportamiento de este gobierno en nuestras
relaciones internacionales, especialmente en lo que concierne a los abrazos
ideológicos con los tiranos caribeños y el marroquí. Estudiado el reparto
regional de los presupuestos generales del Estado, donde carreteras de Mallorca
aparecen en Gerona, y escuchados determinados comentarios o declaraciones de
ministras que se contradicen a las pocas horas..., creo, con sinceridad, que ZP
no es solo un cretino o un malvado. No, simplemente es “un todo en uno”, como
los aceites de engrasar. E igual que esos aceites, mancha todo lo que toca
aunque al principio pueda parecer que elimina el óxido.
Veamos
a continuación cuál es la idea que a día de hoy tengo de ZP. Sin que pueda
asegurar en absoluto que mañana no la cambie o la matice, porque ante
determinadas mentalidades paranoides y radicales es imposible que uno se mantenga
a pie firme en las creencias:
-ZP
es un trotskista aunque él mismo no lo sepa, puesto que la ignorancia, sobre
todo la histórica, es el vocablo que mejor definiría unas obsesiones zapaterinas
tan al margen de la realidad de este siglo. A ZP, estoy por jurarlo, le
entusiasma a rabiar (más como una pose que como un proyecto) la revolución
permanente y subversora a lo Trotski, a poder ser en cualquier sector de la
sociedad, como lo atestigua el hecho de que un partido, nada menos que desde el
poder, intente alterar a fondo, en sus raíces más profundas, el mejor período
democrático y el más próspero de nuestra larga historia.
La
idea del caos que ZP representa, amparada en el más puro desorden
institucional, es el estado idílico de una ciudadanía destinada a ser despojada
por la izquierda (y sus socios separatistas) de cualquier valor tradicional y
valioso. El neotrotskista ZP necesita el caos como un medio de llegar a “la paz
perpetua”, estación término donde probablemente se anulará cualquier rasgo de
individualismo, se alcanzará la ausencia absoluta de libertad (atmósfera cero)
y nacerá el “hombre nuevo”: arracimado, colectivizado, mediatizado por el
Estado y sus programas pseudo-educativos o pseudo-distributivos.
El
caos como sistema político, o el no hacer nada para eliminar ciertas
situaciones caóticas, ruinosas o ineficaces, no deja de ser una táctica
inicial, arquetípica y necesaria de ese socialismo real que se movió a sus
anchas durante décadas en el escenario de la Guerra Fría, con todas las
tiranías comunistas alardeando a menudo de superar la riqueza de los EE.UU. en
el siguiente plan quinquenal. Cuando la realidad, por lo que hoy ya sabemos, es
que las temeridades y abusos cometidos en cada uno de los frentes donde la
izquierda intervino iban destinados a tapar buena parte de sus otras
maquinaciones y crímenes. ZP vive aún, retrotraído a causa de fabulaciones
escuchadas o leídas (recuerda que eres sectario), en la nostalgia del ejército
rojo que precisa la tierra quemada para que el franquismo no alcance los campos
de mieses y facilite un nuevo parte el 1º de abril.
Para
ZP, su Jerusalén liberada se halla en los páramos sedientos de Castilla-La
Mancha o en los secarrales de Murcia y Andalucía oriental, que es preciso
dejarlos como están ahora, sin que liberen al hombre de angustiosas jornadas
mirando al cielo en busca de la lluvia y sin que pueda mudar, mediante el
regadío, jornadas de sol a sol y siembras de secano por campos de invernaderos
donde sólo se precisan unas gotas de agua para ofrecer tres inmejorables
cosechas anuales al mercado del hambre. No, el PER del jornalero andaluz y
extremeño no debe desaparecer. Es un voto cautivo, como el de ciertos
colectivos de sedicentes artistas a los que les llega de gorra el fruto del
esfuerzo ajeno.
-ZP,
todo apunta a ello, no deja de ser un nihilista obligado por esas
circunstancias tan peculiares en las que habita: El ámbito de un partido
político que carece de norte ideológico y patriótico y que aspira,
exclusivamente, a la conservación del poder mundano y hedonista (“el que no
este ‘colocao’, que se coloque”) con el que contentar a sus élites agarradas al
cargo público. Su nihilismo es, por tanto, inconscientemente forzoso, sin
reflexión alguna que le haya llevado a una situación filosófica desde posiciones intelectuales que de ningún modo posee. Su nihilismo de salón le
viene dado, pues, por el hecho de ser incapaz de reconocer determinados
principios morales, como la fe religiosa o patriótica del hombre y, sobre todo,
como el hermoso deseo de lograr la libertad individual. Son principios irrenunciables para muchos que
de ser aceptados por ZP lastrarían su concepción simplista y ramplona del mundo.
-ZP
es un sedicioso vocacional, le subleva acatar cualquier estructura jerárquica,
sea nacional o internacional, que ponga en compromiso sus rudimentos políticos
concebidos a partir de una ideas tan primarias como superfluas. Lo peor, pese a
todo, es su sedición ante la jerarquía de los valores más nobles que toda
sociedad debe poseer como patrimonio y que refuerzan en gran medida el
bienestar: Sea la honradez (no la picaresca), el compromiso (no la deserción),
el esfuerzo individual (no el vivir de las peonadas o la ayuda sistemática que
se recibe en calidad de titiritero o sindicalista), sea la integridad política (no
la corrupción en la que como norma concluye cualquier gobierno socialista). Una
sedición ideológica la de ZP que es fruto, sin duda, de sus muchos años de
militancia en actitud boquirrubia y sin cuestionarse lo más mínimo a qué
finalidad servía.
-ZP
es un maestro de la nada, entendiendo “la nada” como la filosofía de la
improvisación más pueril e indecisa. Sabe adónde quiere llegar, un lugar
alegórico que podría ejemplificarse mediante esas estepas calcinadas que atan al hombre de sol a sol para trabajarlas y le restan tiempo para el
pensamiento, pero ignora el proceso para llegar a ese fin y usa el caos, de ahí que se agarre a
cuanto pacto le ofrezcan las formaciones que alardean de representar a la anti
España. Sí, son formaciones que a su modo desempeñan la labor de zapa y
agusanamiento que ZP precisa para la siembra de una estética (que no ética) de
lo más caótica. No es posible arrasar una patria, ni convertirla en tierra
quemada, si antes no se han cedido las mejores parcelas a quienes desean
segregarlas de la Finca común. De hecho, como afirmó en su última intervención
en el Congreso, para él no cuentan las tierras, sino los hombres, y en relación
con éstos cada vez parece más claro que sólo cuentan en la medida en que
permitan ser moldeados. Porque a los que no lo son, como esa media España
representada por los votantes del PP, ¡ni una sed de agua!, literalmente
hablando.
-ZP
es un escabroso, en su método del caos se complace en mantenerse al borde de lo
inmoral y transita a menudo por lo inconveniente. De otro modo cambiaría de
itinerario. ZP cultiva la tabla rasa, que es ese sistema según el cual ningún
colectivo debe sobresalir o destacarse ni por sus virtudes ni por sus defectos. Y qué decir de esa mezcla
tan deseada por él entre un ser humano, cuya religión justifica que se envuelva
en un cinturón de goma-2, y un centenar de víctimas de algún mercado israelita.
En realidad, él a eso lo llama “alianza de civilizaciones”, pero no
es más que una mezcla caótica, completamente irrealizable, que nos daría una
hidra de siete cabezas, todas furiosas, y además embutidas en un cuerpo amorfo
y con escamas.
-ZP
es un coleccionista de frases hechas, a poder ser rimbombantes y trisilábicas,
que él se encargará de emitir y reiterar hasta la náusea y que sus
incondicionales propagarán como la “buena nueva”. Serán dichas invariablemente
en un tono de voz que plagie con descaro cualquier sonido semejante al de “la
zarza ardiente”. Son y serán frases comodín, de pura escayola, a diez euros la
docena, que pretenderán colocarle delante un falso panel de sabiduría para
evitar que presenciemos una fachada argumental llena de grietas y desconchones.
Son y serán frases destinadas a enlucir, como producto adulterado de mercadillo
o “top” manta, ese irrisorio conocimiento que posee y que de advertirse a
palo seco, sin el rebozo de la frase hecha, daría que pensar en un ZP
completamente hueco, además de bobo y malvado.
Artículo revisado, insertado el día 15 de mayo de 2005 en Batiburrillo de Red Liberal
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