Antes de que conviertan el Valle
de los Caídos en un parque temático a mayor gloria de personajes inmorales y
hechos deshonrosos, acaso con alguna que otra luz propia de discoteca que
ilumine el museo de los horrores que aspira a instalar ERC (ahora también el
PSOE a través de Odón Elorza), que se sepa que allí reposan los restos de 40.000 ciudadanos españoles y que la
mitad aproximada corresponde a cada uno de los bandos combatientes en la Guerra
Civil. Algunos de ellos fueron vilmente asesinados en la época más aciaga de
nuestra historia y aún así no se destacan sus biografías ni se hace alarde de
nada, al menos no de un modo museístico, lo que mueve a pensar que se quiso
buscar la reconciliación en el reposo conjunto de las víctimas.
Uno de esos españoles al que hoy
quiero referirme tuvo una muerte desgraciada, igual que la de tantos otros, que
justifica de sobras, como desagravio a las víctimas, la permanencia de la Basílica-cripta
y del monumento del Risco de la Nava. En la reconversión que pretende Esquerra,
un partido político separatista cuyos componentes dicen no ser españoles pero
que se ocupan con gran codicia de los asuntos de España, no sería de extrañar que destinen
la gran cruz a ser volada en mil pedazos (al menos sus brazos) o a servir de
base a una antena de televisión digital terrestre o telefonía móvil. Sea como
sea, ya que cualquier desenlace cabe esperarse por cuenta de estos socialistas que ahora
mandan obedeciendo a los más radicales, paso a la parte seria de esta anotación
y presento a continuación a una de las víctimas de la barbarie izquierdista:
Manuel Bueno Bengoechea, escritor y periodista español, nacido en
1874, en Pau (Francia), de padres bilbaínos. Asesinado por los rojos el 11 de
agosto de 1936 en Barcelona, fusilado en Montjuïc, junto a otras docenas de
personas cuyo delito fue no compartir las ideas del gobierno Companys y el
Frente Popular.
Manuel Bueno se crió en Bilbao y
viajó a los 14 años, junto a su familia, a los Estados Unidos, donde estudió y
se inició en el periodismo. De regreso a su patria chica, comenzó a trabajar en
el diario el Porvenir Vascongado y Las Noticias, al mismo tiempo que
publicaba su primer trabajo de ensayo literario: Acuarelas. En 1897 marchó a Madrid, entrando a formar parte de la
redacción de El Globo. A partir de
1899 ejerció la crítica teatral en el Heraldo
de Madrid y colaboro en otras publicaciones. Dirigió las revistas Madrid y La Mañana, de la que fue fundador. Publicó además las siguientes
obras literarias: Viviendo (cuentos e
impresiones, 1897), Almas y Paisajes
(cuentos, 1900), A ras de tierra
(cuento, 1900), Corazón adentro
(novela, 1906), El teatro en España
(críticas, 1910), Jaime el Conquistador
(novela, 1912), El dolor de vivir
(novela, 1919) En el umbral de la vida (cuentos, 1919), Historia breve de un breve amor y La ciudad del milagro (novelas
publicadas en 1924), El último amor (novelas cortas, 1930). Finalizó su obra
literaria con la comedia Lo que Dios
quiere. También desempeñó la actividad de productor y arreglista teatral,
con montajes como Fuente-Ovejuna, de Lope, en colaboración con
Valle Inclán, entre otras producciones. Tradujo obras francesas e italianas que
se estrenaron en diversos teatros madrileños.
Andrenio, seudónimo del gran crítico literario español cuyo
verdadero nombre fue Eduardo Gómez de Baquero, académico de la lengua, afirmó
lo siguiente de la obra de Manuel Bueno: “La prosa castellana de Manuel Bueno,
es de lo mejor que se ha escrito en nuestros días. Fluida y firme, tan distante
de la vulgaridad como del preciosismo, poco dada a las divagaciones literarias,
libre de ampulosidades oratorias, se mantiene en el feliz equilibrio de la
precisión. Su sencilla elegancia, matizada por el ingenio, se debe tanto a la
construcción clara y artística y al buen empleo del léxico, como a la armonía
interior del pensamiento y a la exacta conjugación entre la palabra y la idea”.
A pesar de que hoy en día no debe
conocerlo casi nadie fuera del mundo profesional literario, lo contrario de lo
que pasaría si hubiese sido un desaprensivo de la categoría del chequista
Alberti, digamos que el señor Bueno Bengoechea fue un gran escritor y mejor
periodista que formó parte de la llamada Generación del 98. Los últimos años de
su vida los dedicó casi exclusivamente a escribir crónicas y artículos
periodísticos, muchos de ellos destinados al diario ABC, que le había encargado una corresponsalía volante en Cataluña,
donde por entonces las noticias sobre estragos, asesinatos y saqueos eran
diarias. Tuvo una relación de amistad con el gran pintor catalán Ramón Casas,
que le hizo un magnífico retrato inicialmente expuesto en el Museo Municipal de
Barcelona. Finalmente, como anécdota ante la trágica pérdida de un gran
escritor, tan grande como hoy desconocido, me gustaría recordar el título
premonitorio de una de las obras de otro de sus amigos y paisano, Miguel de
Unamuno, que aventurando acaso la lamentable desgracia de Manuel Bueno
Bengoechea, en 1931 publicó una novela a la que tituló: San Manuel Bueno, mártir.
Bien, pues como ocurre con los restos del meritorio y
noble personaje hoy recordado, en los nichos del Valle de los Caídos se
encuentran depositados los cuerpos de docenas y docenas de personas que no
desmerecen en nada al ilustre Don Manuel Bueno. Ni en sus vidas merecieron
morir asesinados, ni sus despojos merecen que hoy se secunde la inmoralidad que
proponen unos miserables.
Artículo revisado, insertado el 7 de mayo de 2006 en Batiburrillo de Red Liberal
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