¿A qué huelen las nubes? Ni puñetera idea en
situación de normalidad, es decir, de nubes y claros o con predominio de las
primeras y una brisa más o menos refrescante, que es la que en realidad transporta los olores. Cuando sí parece que huelan a
algo, pero no precisamente las nubes sino la atmósfera en general, es en el
momento en que las tormentas se disponen a soltar sus rayos, poco antes de que descarguen esos
aguaceros tan copiosos que casi siempre acaban inundándolo todo. Justo en ese
momento se huele a ozono, que es una variedad alotrópica del oxigeno de la atmósfera
y que ha sido influido por las descargas eléctricas.
¿A cuento de qué viene lo anterior? Muy sencillo,
como ejemplo de que es posible razonar casi cualquier circunstancia que nos
afecte, por más trivial que a simple vista parezca. Y digo casi, porque no todo
tiene su explicación. Por ejemplo: ¿Cuál es el rostro del odio? ¿Sería posible
mostrar la imagen de una persona y advertir a través de su rostro si en ella predomina o no el odio?
Depende, hay muchos rostros cuyas expresiones nos
dicen a las claras que detrás de ellos se siente odio. Si, pero... ¿hay un
rostro que destaque entre los demás y que podría llegar a convertirse en la imagen pública del
odio? No tengo ninguna duda, hay un
rostro que aparenta odio incluso cuando sonríe, de ahí que considere que es el
rostro paradigmático del odio y acerca del cual solamente cabe desear resguardarse
de sus decisiones, puesto que lo más probable es que contengan la arbitrariedad
que el odio provoca.
Ahora lo muestro, el rostro del odio es este:
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