Federico Jiménez Losantos, ¡liberal! |
Hay varias formas de afrontar la
situación política que estamos viviendo en España. Dichas formas, como los
mandamientos, se encierran en dos: 1. Aquí no pasa nada y todo son
exageraciones de la derecha, que nunca ha sabido perder el poder. 2. La deriva
del gobierno de Zapatero nos lleva al quebranto gradual de libertades, si no a
algo peor. Si tuviese que posicionarme en uno de los dos bandos y careciese de
matizaciones no tendría ninguna duda para hacerlo en el segundo. Es más, creo
que nadie que me conozca me ubicará hoy en una posición distinta a la 2, porque
lo mío viene a resultas de haber probado cómo se vive en la zona 1,
concretamente hasta la época en que decidí abandonar la militancia en la
izquierda, allá por los años del felipismo tardío, etapa nauseabunda de un
socialismo al que se le siguió apoyando otra legislatura más y después perdió
por los pelos.
Pero el tema de fondo, no
obstante, no es dónde se sitúa cada uno, sino cómo lo hace, con qué
convicciones y cuál es su aportación a la causa que defiende. No tengo reparos
en afirmar que ahora, en 2006, se está viviendo el peor momento democrático
desde la Transición para acá, 23-F incluido, porque el tejerazo estaba
condenado al fracaso desde su inicio mientras que a esto de ahora no se le ve
el fin. La existencia de dos importantes comunidades autónomas (Cataluña y País
Vasco) donde la plenitud democrática aún no ha llegado y la poca libertad que
existe se deteriora por momentos, más el goteo incesante de arbitrariedades y
malos modos usados por el Gobierno para imponernos su voluntad antojadiza y
sectaria, junto a una trayectoria que presagia la desembocadura en un régimen
populista que apenas rozará la democracia para que Europa no nos expulse, hacen
que algunos sintamos una desazón creciente y nos situemos en la más absoluta de
las impotencias.
Nada puede remediar cuanto sucede si la ética excesiva envuelta
en ingenuidad aconseja que nos limitemos a confiar en unos votantes
perfectamente desinformados por los medios que se mueven en la órbita del poder
y de sus intereses. Baste el simple ejemplo de las cadenas de televisión que
emiten a escala nacional: De seis, cinco y media son izquierdistas y la otra
media se dedica a dar noticias de sucesos. Y aún más, la mayoría de ellas se
muestran izquierdófilas en grado recalcitrante, a menudo con esa alevosía hacia
la derecha que sólo es posible observarla en los fulleros o “artistas” del colectivismo
más radical.
Frente a un dominio tan absoluto
de la prensa de izquierda y el nacionalismo, la derecha tradicional cuenta esencialmente
para su defensa, y no siempre, con una cadena de radio (COPE), un diario de
papel que ejerce a intervalos la función (El Mundo), el sempiterno ABC
controlado por Vocento y ahora descafeinado, más otro medio en Internet al que
tratan de desprestigiar a toda costa (Libertad Digital). El común denominador
de estos medios tiene un nombre: Federico Jiménez Losantos, que de un modo u
otro participa o ha participado en ellos. ¿Cuál es el valor que yo le concedo a
FJL? Exactamente el que creo que tiene: Mucho. Ojo, he dicho mucho, no todo. Ahora
bien, planteemos la situación desde un punto de vista estrictamente práctico.
Si esto fuese una guerra de mediados del siglo pasado, digamos que la izquierda
contaría con innumerables divisiones “Panzer” y cuantiosa artillería pesada. La
derecha, aparte de su razón timorata, no dispondría sino de unos cuantos
honderos destinados a la labor de arrojar pedradas al buen tuntún.
La “guerra”,
como puede verse, está demasiado desequilibrada y la población civil,
entiéndase los votantes, muestra una tendencia clara a secundar al poder o bien
a considerar que es mejor respetar el toque de queda (democrático) y no meterse
en camisas de once varas, de ahí que exista una cierta propensión al uso del
lenguaje explosivo por parte de FJL, uno de los abanderados de la “resistencia”
ante la opresión creciente.
Lo que ocurre es que incluso en
el bando de los buenos siempre hay alguien a quien su bendita ética no deja de
nublarle la razón y prefiere anteponer la crítica descremada, cargada de florituras
y destinada a saldar los encuentros con el estilo de sangre al primer toque, que la defensa recia de la mayor de las causas: la permanencia de la patria española
y la conservación de la democracia, muy deteriorada a partir del 11-M. Da la
sensación de que esos oficiales de estado mayor (ellos saben perfectamente a quien
me refiero), de gran bagaje cultural y de moralidad a prueba de bombas,
no sean capaces de contemplar la totalidad del campo de batalla y se recreen en
la conquista de una simple cota del accidentado terreno, por lo que se muestran
propensos a revisar a fondo cada piedra que se le arroje al enemigo, no sea que
alguna de ellas no esté lo suficientemente redondeada, posea alguna arista y en
lugar de un chichón acabe por producirle una brecha sangrante. Es lo que
podríamos denominar el estilo del “puñao” de paja, que es la forma como se
defienden los extremadamente melindrosos, arrojándoles paja a sus enemigos
mientras les piden disculpas por ello. Error, grave error si se considera lo
muchísimo que hay en juego, nada menos que la libertad individual y la
continuidad de una nación multicentenaria.
Piénsese que ese maldito enemigo al
que tanto se respeta, que no duda en avanzar con la bayoneta calada, hace al
menos cuatro años que dio la voz de “no hagamos prisioneros”, frase alegórica
que podría escenificarse con verdadero realismo ante las sedes del PP y en los
mítines pre-estatuto en Cataluña. De donde se deduce, o al menos yo lo deduzco
así, que las reacciones deben ser proporcionadas a la intensidad del ataque que
uno sufre y que establecer polémicas en las propias filas acerca de si Federico
se pasó o dejó de pasarse con un quintacolumnista es, a mi juicio, uno de esos
errores estúpidos, de libro, que socavan la moral en la propia retaguardia,
mientras en el lado oscuro los orcos siguen rearmándose y tomando nuevas
posiciones. "Espero que se me entienda bien, ¡mendrugos!".
El principio táctico por el que juraría
que Federico se rige y por el que a la par se le ataca a degüello, a veces
incluso en ambos bandos, es el que usaría cualquier general en jefe que poseyera
una perspectiva global de la contienda y quisiera ganarla para ofrecérsela a la
diosa Libertad; repito, ganarla, no empatarla ni sufrir una brillante derrota
apoyándose en que nos encontramos en una lucha entre caballeros. Nada de
“puñaos” de paja a los liberticidas que acosan sin desmayo. Nada de
contemplaciones tan seudo-éticas como poco eficaces contra los que se valen del
insulto continuado, la demagogia, el abuso de poder, la prevaricación o la
falsedad.
Si hay que llamarle farsante a quien promete ese todo que al final se
queda en nada, llámesele a voz en grito y cuantas veces haga falta. Porque si el
individuo al que va destinado el epíteto apenas mueve un músculo al oír lo que
se le ha dicho, dado su alto grado de desfachatez e instinto taimado, al menos
algunos de esos dos millones de oyentes que las malas lenguas aseguran que
sintonizan “La Mañana” de la COPE pueden llegar a pensar que alguien les
defiende del totalitarismo rampante y la más que probable rendición interesada,
muy interesada, de la patria española ante unos asesinos o unos cismáticos
encubiertos. ¡Ya no tan encubiertos!
El pueblo acostumbra a seguir a
sus líderes naturales, ha sido así desde que el mundo es mundo y Federico, por
suerte o desgracia para él, es uno de esos líderes. Deberíamos tener la
suficiente humildad para reconocer las virtudes ajenas, especialmente cuando se
ponen al servicio del mejor de los objetivos: la libertad. Dar a entender que
los oyentes de los programas de la COPE o los lectores de LD, entre los que me
cuento, carecen —carecemos— del criterio suficiente como para no saber
distinguir lo blanco de lo negro, cuando algunos de nosotros hemos pasado ya por
lo blanco, lo negro y lo gris, es una de esas afirmaciones en las que se
adivina demasiada soberbia, defecto que, de ser cierto en lugar de aparente, arrasaría
con la ética de la que algunos presumen. Los grandes objetivos, las causas
nobles y elevadas que nos permiten mantener la ilusión —ninguna como la defensa de la libertad—, desafortunadamente
aún requieren del uso de palabras gruesas y comportamientos que no son totalmente
de nuestro agrado, pero que se hacen necesarios en tiempos de tibieza
democrática, justicia muy mediatizada y un Gobierno cada vez más incapaz.
A quien
no lo entienda así quizá tampoco le importe demasiado que la naturaleza se
altere aún más a favor de los radicales y que la consecuencia de todo ello sea
dejar el futuro de nuestros hijos en manos de gente sin escrúpulos. Uno de los presidentes
de la I República, el catalán Pi i Margall, llegó a afirmar: “No condeno en absoluto la guerra. La considero
sagrada contra todo género de opresores”. Tomen nota los tibios, los santificadores
de la ética y los que aún desconocen de qué lado sopla el viento. Es decir, de
qué cuadrante nos llega la opresión. No vaya a ser que alguno aún se gire para
intentar descubrir quién le ha apedreado la frente.
Artículo revisado, insertado el 20 de junio de 2006 en Batiburrillo de Red
Liberal
PD: Poco o nada ha cambiado desde que escribí el artículo, si acaso ha ido a peor, a mucho peor, el asunto de los separatistas, más que nada porque Mariano hace bastante tiempo que se afilió a la cofradía de los "Puñaos de paja", de ahí que lleve casi cuatro años sin hacer nada en Cataluña y como es lógico la situación se le ha vuelto incontrolable.
Partías de una suposición errónea, que ahora se ha visto que lo era: pensar en que el pp era la derecha. Cuando lo que hay es el ppsoe para despistar al personal y aplicar políticas progres. Y entre las políticas progres está en derecho a decidir.
ResponderEliminarPero hay que reconocer que el pp ha disimulado muy bien durante muchos años y aún hay gente que cree que ellos son la derecha que nos sacará del pozo.
Pacococo
Sigo pensando que el PP es la derecha. Lo que no es la derecha es el PP de Rajoy. Es así, porque este hombre está a un millón de kilómetros de poseer un carácter adecuado al de un presidente del Gobierno de España, nada menos. Quizá no esté en lo cierto, pero tengo la impresión de que Rajoy se achica ante el primero que se le pone delante o, como mucho, trata de que sea otro el que solucione el problema que se le plantee. ¡Eso no es la derecha! Si el Gobierno lo presidiera el PP de Esperanza Aguirre, ¡eso sí sería la derecha! Y estoy seguro de que hay otros peperos más jóvenes e igual de valiosos, por ejemplo Pablo Casado. No, amigo mío, nunca he creído que existiera la fórmula PPSOE, es un cliché para los que tienen la tendencia a descalificar urbi et orbe, sobre todo para esos andrajosos de "Potemos" que a cualquier cosa llaman casta y luego ellos son mucho peores. En conclusión, no es cuestión de siglas, sino de personas.
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