viernes, 4 de septiembre de 2015

A saber de quién hablo (Divertimento) (377)

Carod (a saber a qué Carod me refiero) se ha agarrado un buen berrinche a cuenta de un par de pancartas exhibidas en la manifestación de Salamanca en contra del expolio del Archivo de la Guerra Civil. En una de esas pancartas se le deseaba el paredón a un tal Rovira (a saber de qué Rovira se trataba) y en la otra se veía el dibujo de una sepultura y se le decía a un tal Carod (quizá nadie sepa de qué Carod se trataba) que allí tenía su casa.

Cualquiera que no esté entusiasmado con esa Cataluña huérfana de democracia, en la que cinco miembros de su mafiosa clase política suelen reunirse en torno a un velador para disponer el futuro de más de cuarenta y cuatro millones de habitantes —que somos los que acabaremos afectados e infectados por la decisiones que allí se tomen—, habrá reparado sin mucho esfuerzo en que Carod-Rovira (o como se llame ese fulano) y su lacayo Maragall (el segundo peor presidente de la Generalitat que han contemplado los siglos) se han agarrado un buen berrinche a cuenta de un par de pancartas exhibidas en la manifestación de Salamanca en contra del expolio del Archivo de la Guerra Civil. En una de esas pancartas se le deseaba el paredón a un tal Rovira (a saber de qué Rovira se trataba) y en la otra se veía el dibujo de una sepultura y se le decía a un tal Carod (quizá nadie sepa qué Carod era el aludido) que allí tenía su casa.


A fe mía que los dueños de las pancartas han sabido hacerlo con no poca picardía. Cada uno de ellos ha jugado con uno de los apellidos del farsante para quedarse al margen de cualquier posible demanda. Es como si en el letrero hubiesen puesto algo así: “García, sabandija, le tocaré el culo a tu hija”. Y de repente, dos millones de Garcías, en primer o segundo apellido (o en apellidos inventados y/o guionados), se sintiesen dispuestos a interponer una querella criminal contra el tocador de culos.

Los Carod y los Rovira son muchos menos que los Garcías, evidentemente, pero hay unos cuantos cientos de ellos y nadie, salvo que se tenga la conciencia de color subsahariano profundo, se daría por aludido ante el simple hecho de que la gente le desee a uno que pase a mejor vida (no sé si política o física, mi fuerte nunca ha sido la geografía). Es el precio mínimo que se debe estar dispuesto a pagar por hacerse aborrecible y dedicarse a mortificar al prójimo, tratando de romperle a uno la patria, por ejemplo.

Claro que Carod (a saber de cuál hablo), lo primero que ha declarado es que esas pancartas representan amenazas de muerte para su persona. Y lo dice con toda la desvergüenza del mundo quien llegó a reconocer que se había reunido con la cúpula de ETA (quién sabe lo que pactó), esa ONG que no es que amenace directamente a miles de ciudadanos españoles, no, es que tiene en su haber casi un millar de asesinatos y muchos miles de heridos. Y por si fuera poco, han sido unas declaraciones, las de Carod (a saber de cuál hablo), a las que no ha tardado en secundarle su monaguillo adicto al vino de misa, ese otro fulano de talante desquiciado y sectario (hay que ver cómo degeneran algunos que parecían buenecitos, saltarines y olímpicos) que pretende ahora convertirnos a los cuarenta y cuatro millones de afectados, e infectados, en confederados al equidistante modo, o sea, algo así como: Reúnanse para la dispersión. ¡Serán fascistas! O lo que es peor: ¡Serán nazis! Y a todo esto, nuestro Insignificantez Zaparatero (sólo se puede hablar de uno) tocándose el níspero y sonriéndole al horizonte.

A la memoria de mi gran paisano Jaime Campmany, el mejor jugador de mus de esta galaxia.

Artículo revisado, insertado el 13 de junio de 2005 en Batiburrillo de Red Liberal

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