Uno
tiene dos opciones para escribir en estos días un artículo de actualidad
política: hacerlo sobre el nuevo estatuto catalán o bien sobre el nou
estatut català. En mi caso, y mientras en Batiburrillo no se me obligue al
conocimiento en grado “C” de una determinada lengua propia, creo que voy a
decantarme por soltarle las bridas al teclado de mi ordenador y a ver en qué
idioma sale.
Bien, lo cierto es que he empezado con una buena tontería, pero
hete aquí que el folio la ha aguantado y esto ya no hay quien lo pare. Del mismo modo que no es posible
parar, salvo milagro interpuesto, la velocidad de crucero que ha tomado el
nuevo estatuto de Cataluña en su rumbo hacia lo desconocido. Porque ésa es
otra, ¿alguien sabe dónde nos va a llevar el pacto entre el presidente del Gobierno y
un señor que se chupó por carretera, para que no le viesen ni en el puente
aéreo, los 600 kilómetros que hay entre Barcelona y La Moncloa? Qué larga incógnita,
a fe mía, tan larga como la interminable entrevista que mantuvo el presidente
Zapatero con el convergente Mas, un señor que si fue algo previsor seguramente
le diría a su chofer: “Despiértame cuando estemos entrando en Madrit,
que voy a dormir tres o cuatro horas estirado aquí atrás”.
Porque
el encuentro nocturno entre ambos políticos, en el que las farolas fueron
previamente apedreadas para evitar cualquier transparencia, no es que pasara de
castaño oscuro, es que comenzó de ese tenor si consideramos que el conciliábulo
no es el método más adecuado para desarrollar todo un modelo de Estado que
imponer, inicialmente a unos parlamentarios satélites y luego, BOE de por
medio, a ese resto del personal que algunos cifran en algo así como 44
millones. Podría asegurarse que son pocas las reuniones de interlunio —donde
casi siempre menudea la inclinación a coludir— en las que más que un acuerdo
legislativo de gran calado lo que se busque no sea el perjuicio de un tercero. Y ese
tercero, de entrada, son los 10 millones de votantes del PP, como poco.
Con
todo, según cuentan, allí se bebió café a calderos, se fumó de lo lindo y se
decidió a lo largo de unas seis horas de reunión que el pueblo español no tiene
nada que decir respecto a una normativa territorial que nos cambiará la vida,
si no a todos los españoles, porque hay quien no se mueve de su terruño así
llegue a vivir hasta los 500 años, al menos a quienes hubiesen sentido la
inquietud de asentarse en Cataluña y convertirse algún día en hijo adoptivo de
esa tierra, tan buena o mejor que otras —hasta ahora— para depositar el
esfuerzo y ganarse a cambio el sustento. ¿Suena fuerte, verdad? Pues lo he
escrito así porque así lo creo. La barrera idiomática que representará el
desconocimiento del catalán, exigible por la Generalidad a cualquier residente
en esa comunidad conforme a lo aceptado la noche de autos por Zapatero, será un
escollo ineludible para quien haya podido sentir el deseo de afincarse en
Cataluña.
Y
es que resulta que no todas las fronteras se las encuentra uno en medio de una
autopista, donde a veces, después de haberte revisado algún papel, izan un
larguero con contrapeso y pintado a franjas para que se cruce por allí. No, hay
fronteras levantadas por compromisos tan frívolos como interesados, tal sería
el caso del puente levadizo con foso incluido que representará la norma
lingüística del Estatuto catalán, algo que en manos de ciertos políticos
ansiosos de encastillarse en sus feudos supondrá un verdadero muro
infranqueable.
A
Cataluña algunos iremos de visita turística y poco más. Eso sí, exponiéndonos a
ser tomados por españoles y a que nos pregunten de inmediato cuánto tiempo
llevamos viviendo allí, no sea que se trate de un residente veterano y oriundo
de Cuenca, por ejemplo, que racanea a la hora de usar el idioma conveniente y obligatorio.
Pero como dentro de unos años se le ocurra a alguien empadronarse en un
municipio catalán y vaya confiado en que aquello es España, no le arriendo las
ganancias si lo que pretende es encontrar trabajo a palo seco, sin dominar el grado
“C” aludido al inicio, aunque disponga de tres carreras y un par de masters.
Como mucho, y quizá con suerte, le ofrecerán algo de trabajo que algún magrebí
haya rechazado.
Reitero
que hablo para dentro de unos años, no muchos, y en el supuesto de que el rumbo
no se enderece, porque la obsesión lingüística del Tripartido y CiU está ya a
punto de nata, sólo que ahora todavía tendría uno alguna defensa por el simple
hecho de que el único idioma obligatorio es el español. Si bien más adelante,
gracias a lo entregado en la trasnoche monclovita por quien usa la generosidad
con lo que no es suyo, Cataluña se convertirá de hecho en el más puritito
extranjero para los de esta orilla del Ebro, será la primera gran consecuencia
del nuevo Estatuto: la dificultad artificiosa ante el deseo de movilidad
geográfica de los ciudadanos. Gracias sean dadas, pues, a quien dice amén a
unos pocos en nombre de todos.
Artículo revisado, insertado el 15 de febrero de 2006 en Batiburrillo de Red Liberal
PD: No tengo más remedio que volver a referirme al comentario del socialista Pedro Sánchez: "Y ahora dice el mendrugo de Pedro Sánchez, cada día más mendrugo y anti PP en sus discursos, que "Siempre que gobierna la derecha, siempre que gobierna el PP, crece el independentismo". Pues mira que respuesta te doy, Perico: O eres un farsante que no te interesa para nada la verdad, y prefieres ignorar aposta que el independentismo en Cataluña es en gran medida obra de Zapatero, o de verdad eres un indocumentado que desconoces que tu antecesor fue un malasombra y un traidor que vendió España por un plato de lentejas. En cualquiera de los dos casos que pase el siguiente socialista porque tú no vales dos reales".
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