Me parece
escandalosa, por no hablar directamente de una nueva transgresión de los
valores constitucionales, es decir, de una traición a España, la última
propuesta de los socialistas respecto al Tribunal Constitucional. El funcionamiento
del alto tribunal se rige por una ley orgánica que define con claridad qué
jueces o notables de la judicatura deben componerlo y el modo de ser elegidos.
La dos últimas reformas judiciales que afectaron al TC, la primera impuesta por
la mayoría absoluta del PSOE y la segunda consensuada entre el PP —entonces en
el gobierno— y el PSOE, determinaron que los partidos políticos, a través de
las cámaras, tuviesen mando en plaza a la hora de elegir a los magistrados. La
segunda reforma fue un tremendo error de los populares, que con mayoría
absoluta pudieron haber reparado la cacicada del PSOE, pero que se limitaron a validar
el sometimiento de la Justicia a los políticos y la desaparición del estado de
derecho, puesto que implicaba el fin efectivo de la separación de poderes.
Pues bien, en la
actualidad (año 2006) hay una ponencia parlamentaria encargada de reformar dicha ley
orgánica del TC. Hasta aquí nada que me parezca anormal, ya que siempre he
mantenido que las leyes pueden ser reformadas en uno u otro sentido y ahora,
desde luego, hubiese sido un momento excelente para reforzar la independencia
del Constitucional y darle una inyección de vitalidad a esta democracia
enfermiza que nos ha tocado en suerte. No se olvide que hay varios estatutos
autonómicos recurridos, y los que vendrán, porque la deriva hacia el “yo me lo
guiso, yo me lo como” de las comunidades autónomas es un puchero que se ve
hervir hora a hora.
Sin embargo, no
sólo no se ha orientado la reforma en esa dirección de mayor independencia del
Poder constitucional, sino todo lo contrario. El acuerdo alcanzado entre los
socialistas y esa pandilla de separatistas y antisistema que le respalda han
acordado que las comunidades puedan presentar, a través del Senado, sus propios
candidatos al TC. Ahora sólo falta decidir el número de magistrados, de los
doce miembros que lo integran, que quedarán reservados a las comunidades.
Podrían ser dos jueces, para equipararse a los que propone el Gobierno, e
incluso cuatro, que son los que decide el Senado y es una cámara en la que el
PP roza la mayoría absoluta —ahora le correspondía el turno de elección para
renovar un tercio—, a la que claramente se le quieren hurtar o rebajar sus
facultades. De modo que a no tardar nos encontraremos con un Tribunal
Constitucional en el que salvo los dos miembros designados por el Consejo
General del Poder Judicial, el resto de sus componentes habrá sido elegido por
el gobierno socialista, el Congreso en manos del PSOE y sus interesadas garrapatas
y un Senado al que le darían el tema mascado desde las comunidades.
¿Qué significa
todo esto? A mi modo de ver que nos adentrados de nuevo en ese capítulo
incesante de alevosías pactadas por el traidor ZP y la caterva de energúmenos a
los que algunos conocen como nacionalistas pero que, en realidad, son clanes
mafiosos al más puro estilo calabrés o napolitano. Para ellos, para los
mafiosos, se sabe que la única ley buena es su propia ley de la “omertá” y el
delito continuado de consecuencias impunes, por lo que no me resulta extraño
que pretendan avanzar en la desaparición de leyes justas e iguales para todos y
los nuevos estatutos no lo son, muy especialmente el catalán. Ahora bien, cómo
calificar el comportamiento de un partido político a cargo del Gobierno de la
nación española que se presta a transformar de tal modo las leyes, a sabiendas
de que cada región acabará por parecerse al país de Caín. De ZP ya he dejado
claro lo que pienso, pero ¿y los demás? Me resisto a creer, y no es la primera
vez que lo digo aunque se me acuse de ingenuo —condición que admito a gusto—,
que tantos miles y miles de socialistas sean o unos sinvergüenzas o unos
traidores. No es posible algo así, ¡lo juro por mi propia vida!
En suma, tiene
guasa que cuando los nuevos estatutos autonómicos debieran adaptarse a la
Constitución española, correspondiéndole al Tribunal Constitucional decidir
sobre ello, sea el TC el que esté en puertas de amoldarse a los estatutos
regionales, especialmente al de Cataluña, en cuyo artículo 180 se establece que
la “Generalitat” participará en los procesos de designación de magistrados del
Tribunal Constitución. No es que esto sea el mundo al revés, ¡es el mundo boca
abajo! Y tal postura implica la caída y desaparición, por gravedad, de los
valores más elementales. Gracias a la codicia política de ZP, la lealtad de los
gobernantes es el primero de los valores que ha caído en España. Decía Ramón
Llull que “los caminos de la lealtad son siempre rectos”. Ahora comprendo tantos
movimientos convulsivos y zigzagueantes, videos incluidos, de algunos socialistas.
Artículo
revisado, insertado el 30 de noviembre de 2006 en Batiburrillo de Red Liberal
PD (09-10-2015):
En esta etapa (años 2012 al 2015) del más completo desacato a la Ley por parte del separatismo
catalán, hay quien considera que todo comenzó cuando el Tribunal Constitucional
anuló varios artículos del nuevo estatuto de Cataluña, algo que en realidad era
una verdadera Constitución que, de haberse aprobado tal cual, Cataluña sería una
nueva nación europea en la práctica independiente, conservando un ligero
vínculo con España solamente por conveniencias comerciales y energéticas. Hoy, ese
TC está completamente desprestigiado en Cataluña como consecuencia de los
numerosísimos ataques recibidos por parte del separatismo. Y el asunto es bien
curioso, porque hubo una época en que los entonces nacionalistas andaban locos
por nombrar una pareja de magistrados del Constitucional, y patalearon y
patalearon hasta que al final pudieron elegir a uno. En la actualidad cuentan
con la magistrada catalana María Encarnación Roca Trías, lo que no ha impedido
que la señora votase siempre junto al resto de sus colegas en aquellas
ocasiones en que el Gobierno catalán se ha comportado con arbitrariedad. Es decir,
el separatismo es tan insoportablemente rancio y falto de lealtad que trata de hacer leña incluso de
los más altos tribunales, si bien inicialmente procura atraérselos a su favor.
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