La cruz es el símbolo de una religión bondadosa sin cuya influencia todos seríamos un poco peores, más inhumanos. |
No soy especialmente practicante
de los ritos religiosos ni amante de las liturgias con fondo de escolanía, por
mucho que emocionen. Pero lo cierto es que mamé el cristianismo desde mi más
tierna infancia, como tantos y tantos españoles, y siempre he creído de lo más racional,
incluso en esos momentos de nihilismo que a veces nos asaltan, que la fe en
Dios puede atemperar las bajas pasiones e influir en el hombre para que se
retraiga a la hora de mostrarse como una fiera salvaje con el propio hombre. Es
más, puedo afirmar con cierta rotundidad que algunas de las personas más
bondadosas y desprendidas que he conocido pertenecen al clero católico o son
fieles practicantes. Claro que en el lado de los no creyentes o de los tibios,
todo hay que decirlo, también he topado con gente de buen corazón.
Así, pues, declaro que el
catolicismo ni me sobra ni me molesta, al contrario de lo que parece sucederle
a este Gobierno socialista que ahora padecemos. Precisamente por mi posición de
esmerada neutralidad respecto a la Iglesia, que no frialdad, me siento
contrariado cuando, con el aplauso o el silencio del Poder, se practica la
sátira sistemática de los valores religiosos del cristianismo y se hace,
además, en los numerosos medios informativos que controla ese mismo Poder. Eso
sí, a la par se juzga de un modo muy distinto y con sumo respeto a una religión
tan opresiva e intransigente como es el islam. Es decir, desde las altas
instancias se adopta una política de descrédito con la religión mayoritaria en
España, muy mayoritaria, mientras se coquetea con esos regímenes tiránicos tan propensos
a la exportación del terror yihadista a Occidente*.
Según se desprende de cuanto
vamos conociendo del nuevo fenómeno diplomático, por denominarlo mediante un
eufemismo neutro, la llamada “Alianza de Civilizaciones” no tiene por objeto la
convivencia entre la gran cultura del cristianismo y ciertos estados
confesionales de Oriente. Parece más bien que se propicie una asociación
de beneficio mutuo —de raíz muy desestabilizadora para Occidente— entre la
facción socialista europea que rechaza a Cristo, por constituir un obstáculo
para sus planes destinados al todo vale, y ese universo musulmán que considera
odioso todo lo cristiano y esencialmente el espíritu redentor que lleva
implícito. Porque ellos saben que el cristianismo, tan antagónico del islam y del
socialismo, a diferencia de éstos promueve el libre albedrío de las criaturas,
que en todo caso deberán rendirle cuentas al Sumo Hacedor.
Sí, en el cristianismo se da
claramente todo lo contrario de cuanto sucede en los países bajo la influencia
del socialismo o en el interior de los estados de fervor islamita, donde unos
rigen sus vidas de acuerdo con las consigas y directrices del partido, que
actúa a modo de Sanedrín, y otros esclavizan a sus miembros desde la cuna a la
sepultura a través de la abusiva Sharia o ley islámica. Y siempre, en ambos
casos, con resultados muy empobrecedores en lo moral, en lo creativo y en lo
económico, lo que constituye la miseria tridimensional sobradamente conocida de
todo totalitarismo. En pocas palabras, tanto en el
despotismo de la izquierda radical, a la que tan aficionado es Pedro Sánchez,
el hoy mandamás socialista, como en el fanatismo del integrismo islámico es
evidente que no se posee la suficiente compasión como para procurarles a los
hombres su ración diaria de libertad, el alimento imprescindible del espíritu. En
sendas ideologías —es preciso insistir— se decantan abiertamente por la
sumisión de las criaturas a sus dogmas fundacionales, que son siempre rutinarios y sin fin. Y lo
más chocante para quienes caen en sus garras y aceptan la postración
doctrinaria, es que muchos obran convencidos de que así sirven mejor a sus semejantes,
sin que a menudo lleguen a sospechar ni de lejos que han sido convencidos,
respectivamente, a través de las falsas coartadas del “bien común” socialista o del “Dios
clemente y misericordioso” de un islam inmisericorde.
Una serie de noticias recientes
vienen a corroborar la impresión descrita al principio de este artículo: En un
programa de TV se cocinó no hace mucho un crucifijo y en tal acto se alardeó de
naturalidad y de apertura de mente, cuando diríase que en realidad se buscaba
la ofensa en directo hacia los cristianos, a sabiendas de que quedaría impune,
y aquello no era más que el inicio del ultraje que debía seguirse por otros
medios afines. Poco más tarde hubo quien quiso estrenar una obra teatral de
título llamativo, curiosamente con representaciones subvencionadas por algún
ayuntamiento centrista, y al autor no se le ocurrió nada mejor que denominarla
“Me cago en Dios”.
De finales de la semana pasada son
otras dos noticias que inciden en el desprecio hacia los católicos: De un lado
tenemos el montaje de la obra “La Revelación”, cuyo autor, Leo Bassi, parodia a Jesús, lo compara con Harry Potter y un actor acaba
por vestirse como el Papa y consagra un preservativo en el escenario. De otro
lado, sin que el muy católico PNV diga ni pío ni el fiscal promueva diligencia
alguna, un versolari extremadamente etarrófilo publicó una carta en Gara y en
ella se dedicó a practicar la más burda apología del terrorismo. Es más, para
darle cierta “reciedumbre” a la carta, el versolari (o bertsolai) la salpicó nueve veces con
la frase “Me cago en la Virgen”.
¿Y todo
esto para qué? Para cargar de descrédito a la cristiandad, favorecer no ya el
ateísmo sino el odio al catolicismo, y que sus fieles tradicionales pasen a
engrosar poco a poco las filas de la nueva Secta: El socialismo radical que
practican Zapatero y los de su especie, una ideología capaz de aliarse con el bandolerismo
etarra y los tiranos de toda condición con tal de conservar indefinidamente el
poder. Ahora bien, debe denunciarse que tampoco faltará el adoctrinamiento de
fondo en las nuevas generaciones, “Educación para la Ciudadanía” será en
España, por lo tanto, el catecismo de los nuevos conversos a ese credo sin Dios
y sin alma. Un credo cuyos primeros mandamientos obligarán subliminalmente a: Odiar a Dios sobre todas
las cosas. Tomar su santo nombre en vano. Mentir [conspirar] cuando así lo
indique la Ejecutiva del partido. Asesinar mediante el aborto indiscriminado.
Desear indistintamente al hombre o a la mujer de tu prójimo. Levantar cuantos
falsos testimonios interese a...
La respuesta
a tanta inmoralidad política no puede ser más que una: Desobediencia civil ante
ese tipo de educación y ese modelo de ciudadanía sin dignidad y sin libre albedrío.
* El ministro británico de Interior, John
Reid, ha declarado que los servicios secretos calculan que en el país operan al
menos unas doscientas células terroristas, integradas por unos 1.600 individuos
que estarían preparando hasta treinta atentados.
Artículo revisado, insertado el 11 de diciembre de 2006 en Batiburrillo de Red Liberal
ResponderEliminarEl catolicismo estorba porque, en el fondo, se trata del último reducto de libertad que hay y mientras exista, se podrá comparar con lo demás.
Tú mismo lo dices, mantienes una neutralidad, que podríamos calificar de activa y nadie te censura por ello. En otras religiones eso no es posible y por supuesto en política es impensable. Has usado tu libertad para establecer una actitud religiosa y todo el mundo lo acepta.
En mi vida profesional, como enseñante, intenté mantenerme lejos de los asuntos políticos, pero se ve que los directivos veian mi actitud profesional como de "derechas" y nunca me dejaron en paz. Y claro, como yo no era ni de unos ni de otros, pues los unos me atacaban y los otros no me defencían o incluso me atacaban. Ahora disfruto viendo como sufren haciendo papeles y aguantando niños cada vez más salvajes.
No es fácil tener libertad en los aspectos cotidianos, por eso esta religión en concreto estorba mucho.
Pacococo
Cierto, amigo mío, el catolicismo estorba mucho.
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