La sede del gobierno de Cataluña |
Aprovechando que
corre el rumor de que el Tribunal Constitucional se debate entre anular la
totalidad del Estatuto de Cataluña o bien acotar su aplicación, es decir,
explicarles a los catalanes hasta dónde pueden llegar en sus artículos más
dudosos, he sentido la necesidad, con motivo de las ya no lejanas elecciones
generales, de enviarles a los catalanes el siguiente mensaje. ¿Qué quién soy yo
para permitirme una osadía así? Nadie que posea importancia alguna, un simple
español de a pie que a cierta distancia de Cataluña —hay quien lo llama
perspectiva— intuye la calamidad que se les avecina. Lo que no me hace feliz,
desde luego. De modo que, con el debido respeto, ahí va el mensaje:
Los catalanes
tenéis que comenzar a ser conscientes de que un gobierno socialista como el de
Zapatero es lo último que os conviene. Y es así por una serie de razones, la
primera de ellas porque con el nuevo estatuto, que es obra a la limón de los
trapecistas ZP y Mas, y de difícil enmienda aun cuando el TC lo considere
ilegal, el catalán medio perderá a chorros la libertad individual al
encontrarse con que cualquier actividad privada se le ha reglamentado a
conciencia; como si de repente, a través de las numerosísimas disposiciones de
la nueva norma autonómica, más los correspondientes reglamentos que la pongan
en marcha, se hubiese decidido crear una plantilla de siete millones y pico de
funcionarios. Claro que la inmensa mayoría de vosotros estará destinada no a
cobrar como hacen los funcionarios, sino a pagar religiosamente para satisfacer
los delirios nacionalistas del Tripartito o de su recambio
nacional-convergente. Y algo así, que no le quepa duda a nadie, os acercará
poco a poco a la Rusia sovietizada de los años 60. Eso sí, con televisión en
color y pantalla de plasma (para ser adoctrinados mejor) y sin misiles
balísticos que no sean los consabidos mensajes antiespañoles.
Todo,
absolutamente todo, dependerá del criterio del Govern y los partidos que
lo apuntalen. Y si ese Govern decide que lo más conveniente
es perseverar en el distanciamiento con el resto de España, insuflándoos a los
catalanes nuevas raciones de odio a través de medios tan predispuestos y
retorcidos como la TV3, ya se encargará el Tripartito de promulgar una tras
otra cuantas campañas de aborrecimiento intenso sean necesarias. Al fin y al
cabo, hace ya muchos años que en Cataluña se respira un espeso ambiente de
ojeriza hacia cualquier idea o símbolo que represente a la patria común, esa
que nos ha unido y protegido durante más de 500 años.
No hay más que
advertir que una simple solicitud de izar la bandera española en los edificios
públicos se interpreta ahí, en los ambientes del régimen nacionalista, como una provocación
indignante. Son actitudes tan radicales contra España las que ahora se viven en
Cataluña, “gracias” a visionarios como los que os rigen, que jamás ha influido
sobre ellas un hecho de enorme significación: es casi desconocida la familia
catalana que a su vez no cuente con familiares en otros territorios españoles.
Luego es un resentimiento destinado a distanciar a un hermano de otro, lo que
no deja de ser una vil canallada de los nacional-separatistas.
Otro aspecto
nada desdeñable del nuevo estatuto que se avecina, ahora ralentizado en espera
de las próximas generales —como casi cualquier decisión política en la que deba
intervenir el socialismo zapaterino, que se ha puesto la hipócrita careta de
“Gobierno de España”—, quebrantará notablemente la posición económica del
habitante de Cataluña, especialmente si es industrial (patrono u obrero) y
depende de lo que su empresa pueda venderle al resto de la Nación española,
mercado casi cautivo durante varios siglos —a la par que suministrador de
materias primas— donde, a causa de la antipatía que va despertando la clase
política catalana y sus muchos seguidores interesados, se acrecienta
exponencialmente el rechazo a los productos manufacturados en esa, para mí, muy
querida tierra.
El nuevo
estatuto de Cataluña, lamentable asunto sobre el que hacía tiempo que no
escribía, a mi juicio empeorará aún más —especialmente dentro de la propia
Cataluña— unas relaciones familiares que no estén sustentadas en la
exclusividad lingüística. Es decir, no anda lejos el día en que el nene a la
nena de casa guapa sufra un rechazo tremendo por parte de sus progenitores si
les anuncia que asistirá a cenar su pareja y que no se extrañen de oírle hablar
solo en castellano o en un catalán muy deficiente. Naturalmente, lo primero que
preguntarán los recelosos padres sobre el invitado es “cuánto tiempo lleva
residiendo en Cataluña”, si la respuesta es “unos pocos meses”, se notará más
de un suspiro de alivio seguido de un “pues ya verás como en cuatro días habla
catalán a la perfección”.
Pero si la
respuesta fuese algo así: “Nació en Barcelona, pero sus padres son castellanos”
—castellano es como el catalán define a cualquiera que no hable catalán, sea de
Andalucía, de Asturias, Murcia, Canarias…—, entonces todo está perdido y sobre
esa familia catalana —no digamos nada si se considera nacionalista— se abatirá
el mayor de los castigos divinos: La tremenda molestia de tolerar a un xarnego
en el ámbito familiar. Xarnego o xarnega, hombre o mujer, que en esto del amor
el destino sigue siendo ciego y si no se satisfacen sus ansias suele rebelarse
hasta lo indecible contra determinadas normas sociales. Ha sido así desde que
el mundo es mundo y en Cataluña puede reeditarse con cierta frecuencia en los
próximos años. Al menos mientras la población no sea consciente de que ha
estado alimentado durante demasiado tiempo, o bien se ha inhibido de su
proceder, a una mala bestia llamada nacionalismo, que es la ideología más
perversa de cuantas aún existen y que haya ideado el ser humano. Un ser, que en
ese momento tuvo muy poco de humano.
No tengo ninguna
duda, ZP y Mas, mediante una noche de jarana monclovita, aprobaron el borrador
de una ley para la discordia más absoluta. Discordia entre todos los españoles,
que nos convertiremos en ciudadanos de distintas clases; pero discordia, sobre
todo, para vosotros los catalanes, sobre quienes recaerá de lleno la opresiva y
discordante ley. De no ponerle remedio por vuestra cuenta, dejando de votar a
los promotores de tal aberración y mandándolos al banquillo de los políticos
inactivos, no os envidio el futuro, amigos. Por lo tanto, espero que más de uno
llegue al convencimiento de que todo voto de simpatía socialista es obligado emitirlo
en blanco, por esta vez o mientras no cambie a fondo el nacionalista Tripartito.
A ver si así, limitando una de las canteras de votos del socialismo, como es
Cataluña, desalojamos al peor y más encizañador presidente de gobierno que ha
tenido nunca España.
Artículo
revisado, insertado el 28 de agosto de 2007 en Batiburrillo de Red Liberal
PD (29-10-2015):
Como es posible advertir, el artículo
sigue completamente vigente a pesar de que lo escribí hace ocho años. La
población de Cataluña continúa más oprimida que nunca gracias a un Estatuto que
solamente votó a favor el 35%. Artur Mas, padrastro de la opresiva norma junto
a ZP, sigue campando a sus anchas y despreciando la ley a diario, sedicioso y camino
de una independencia que probablemente solo le conducirá a prisión o al exilio.
De ahí que hoy en día, sobre todo para las generales, el único voto útil sea a
favor de Ciudadanos o del PP.
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